El régimen debe hacer ver que trata de paliar los problemas, que existe un flaco y comedido derecho al pataleo, que a lo mejor cambia de idea en el asunto de la perpetuidad. Quizá no esté convencido del todo de que haya hecho bien al ceder con tímidas aperturas y por eso trata de torpedearlas con alardes de barbarie, pero cometió el error de invitar a un primer capítulo de participación popular, estrecho y espinoso, que pueden aprovechar unas sufridas y dolidas víctimas que se cuentan por millones y de cuya conducta está pendiente la comunidad internacional junto con sus tribunales. ¿Es así como la fortaleza se puede convertir en flaqueza y torpeza?
Publicado en: La Gran Aldea
Por: Elías Pino Iturrieta
Parece evidente que el dictador de Venezuela busca la permanencia. Como sus gemelos de Nicaragua y Cuba, que son los ejemplos más familiares y prácticos que tiene a mano. Sin necesidad de ensayar nuevos métodos, porque ya ellos los han estrenado y reiterado con éxito. O siguiendo el manual del teniente coronel Hugo Chávez, quien ascendió al poder para disfrutarlo durante toda su vida sin el estorbo de la soberanía popular, interpretándola a su modo. Solo es cuestión de calcarlos, con pequeñas adaptaciones a la circunstancia local y a las señales del almanaque. Solo es cuestión de retoques, siempre que se orienten a evitar la alternabilidad propia de las repúblicas. Pero también de buscar la manera de evitar la condena de las democracias extranjeras, mientras, en un minucioso proceso de negociación, obtiene oxígeno del concierto internacional para permanecer en las alturas sin plazo de terminación.
¿Tiene la manera de hacerlo, posee las herramientas para desarrollar y mantener la faena hasta la dominación del enemigo? La oposición no tiene elementos para afirmar lo contrario, ni la sociedad que observa y paga el espectáculo. Pese a la comiquita que no dejan de ofrecer en situaciones de desarticulación y derrota como las sucedidas en Apure y en la Cota 905, las Fuerzas Armadas siguen proclamándose “bolivarianas” y “revolucionarias”. Que el dictador se haya ausentado de los desfiles militares de las recientes efemérides, sin acompañar a los generales y a los almirantes, sugiere que se está cuidado de incomodidades probables, de sustos que no debe protagonizar ante las cámaras, pero solo de eso. “Chávez vive y la patria sigue”, cantan el ministro de la Defensa y su elenco estelar después de cada fiesta patria y en el calce de los documentos formales. Tal vez deba hacer ajustes de última hora en la dirección de los cuarteles y en algunos de los emprendimientos que manejan sus habitantes, pero sin prisas excesivas. Si es diligente, puede prolongar y aceitar su tranquilidad frente a algunas bayonetas escurridizas.
“De la mayoría de las estadísticas bien contadas se desprende el aborrecimiento de la sociedad a las fuerzas que la humillan y martirizan”
El Tribunal Supremo de Justicia es una oficina a su pleno servicio, sin que se adviertan fisuras que le quiten el sueño al jefe que convirtió en togados a sus miembros. Una toga mal llevada no asusta al patrón. Por consiguiente, no existe la posibilidad de temores en la cumbre del foro. Pero también por la concatenación lograda con el Ejecutivo a través del abogado que atiborra sus escaños con activistas estorbosos. El Fiscal General ha fabricado un pasaje automático, sin asombros ni valladares, por el cual transitan los opositores hacia los juzgados que los encierran y condenan. ¿No se apuntala así la dominación, no se fortalece su plan de continuismo? Incluir en el argumento a la Asamblea Nacional (AN) quizá pueda parecer exagerado, porque no le aporta a Maduro nada que no sea mediocridad y falta de ideas, que no sea un paisaje de silencios a través de los cuales se niega la esencia del parlamentarismo, pero funciona como simulacro de representación popular y como pedestal para el lucimiento de figuras cercanas al “presidente obrero”, miembros de la intimidad palaciega. De allí que esa oscura AN ocupe lugar de importancia en una comparsa capaz de hacer que las carnestolendas sigan seguras y felices en la cuaresma.
Debe agregarse a la suma de tales pilares sobre cuya importancia difícilmente se puede rebatir, la creciente represión desplegada sin ocultamiento por los esbirros, exacerbada en estos días contra dirigentes del partido Voluntad Popular; y la colaboración, también sin embozo ni vergüenza, de una simulada y macilenta oposición que la sociedad ha bautizado con el despectivo mote de La Mesita. De las cargas de los verdugos y de la prosternación de unos supuestos rivales que no levantan ni tierrita en la parcela política, ciegos ante el encarnizamiento de la dictadura y ante las arbitrariedades cotidianas, también se alimenta el designio de continuismo que tiene el madurismo como prioridad. De todo lo cual se deduce, porque está a la vista, no solo un serio proyecto de perpetuidad sino también las posibilidades favorables que tiene de conseguirlo. Pero, si así se vislumbra el panorama, ¿por qué la dictadura ha abierto un postigo para que entre aire fresco?, ¿por qué convoca elecciones regionales sin las férreas restricciones del pasado reciente?
Porque los ejemplos del sojuzgamiento de los pueblos de Nicaragua y Cuba claman al cielo. Porque la gente se está muriendo de hambre. Porque seis millones de venezolanos han emprendido el camino de la emigración forzada. Por la escandalosa desatención de la salud pública, antes de la pandemia y en su apogeo. Por la persecución del periodismo libre. Por el ataque artero de las universidades y de las manifestaciones fundamentales de la cultura. Porque de la mayoría de las estadísticas bien contadas se desprende el aborrecimiento de la sociedad a las fuerzas que la humillan y martirizan. Porque no es solo un horror que se padece en el país, sino que también se palpa con alarma en el extranjero. La dictadura debe hacer ver que trata de paliar los problemas, que existe un flaco y comedido derecho al pataleo, que a lo mejor cambia de idea en el asunto de la perpetuidad que domina sus inquietudes. Quizá no esté convencida del todo de que haya hecho bien al ceder con tímidas aperturas y por eso trata de torpedearlas con alardes de barbarie, pero cometió el error de invitar a un primer capítulo de participación popular, estrecho y espinoso, que pueden aprovechar unas sufridas y dolidas víctimas que se cuentan por millones y de cuya conducta está pendiente la comunidad internacional junto con sus tribunales. Es así como la fortaleza se puede convertir en flaqueza y torpeza.
Lea también: «Hampa y silencios«, de Elías Pino Iturrieta