Publicado en: Polítika UCAB
Por: Trino Márquez
La vacunación contra la covid-19 ha evidenciado de nuevo cuán elitista, incapaz y mentiroso es el régimen de Nicolás Maduro. La gente de Caracas, Aragua, Carabobo y Zulia ha recibido su buena dosis de negligencia. Haber acabado con la meritocracia en el Ministerio de Salud, haber convertido a los funcionarios del Estado en alumnos de una escuela de formación de cuadros marxistas e ignorar a la UCV y a las demás universidades, ha tenido efectos letales. Desparecieron los planificadores, diseñadores de políticas públicas, evaluadores de impacto y estrategas sociales, disciplinas que se aprenden en las universidades y en el ejercicio profesional libre de injerencia ideológica.
Desde que comenzaron a llegar las vacunas de Rusia y China en el primer trimestre de 2021, los jerarcas del régimen y sus allegados -militares, dirigentes del PSUV, diputados, familiares y amigos- salieron apresurados a inocularse. Se fueron a Fuerte Tiuna y a algunos centros hospitalarios con sus grades camionetas y la corte de guardaespaldas que los acompañan. No respetaron ningún orden jerárquico, ni de prioridades. Maduro lo dijo con el descaro e insolencia con la que suele dirigirse al país: Yo y mi gente nos vacunamos porque de nuestra salud depende la supervivencia de esta revolución. Eso fue lo que quiso decirle a la nación cuando informó que él se había inyectado. Me imagino que a ese lote de personas es a la que se refiere cuando afirma que, concluida la ‘primera fase’ de la vacunación, ahora empieza la segunda.
Al mismo tiempo que protegía a su élite, el régimen comenzó a sugerir al desgaire que para vacunarse había que inscribirse en el Sistema Patria y poseer el Carnet de la Patria. El empadronamiento forzado y el control político se asomaron, en algunos casos con sutileza, en otros con un tono amenazante. Había que ir probando si la población se domesticaba.
Este proceso sectario y chantajista, concebido para proteger al grupo en el poder y propiciar el sometimiento, fue denunciado por el cardenal Baltazar Porras y otros prelados de la Iglesia Católica, la Academia de Medicina, los partidos políticos y numerosas organizaciones de la sociedad civil. Las que hace algunos días se dirigieron a la Alta Comisionada de la ONU para los Derechos Humanos, Michelle Bachelet, con la finalidad de que interceda ante el gobierno para lograr una vacunación universal, equitativa, transparente y rápida. La insubordinación de la sociedad civil frente a las pretensiones hegemónicas del régimen, lo han obligado a ser más comedido. A cometer los abusos de una manera menos desvergonzada. La insolencia se ha reducido. Lo que queda intacta es su incapacidad inenarrable.
No podía ser de otra manera. Una gente que destruyó a Pdvsa, la CVG, la Cantv, Corpoelec, el Metro de Caracas, la UCV y todo lo que ha tocado, no podía organizar un proceso tan complejo como es la vacunación de un país que reúne a cerca de treinta millones de habitantes, de los cuales, al menos a dieciocho hay que suministrarles dos dosis de antídoto en un período relativamente corto. Demasiado para unos caballeros que han demostrado ser incapaces de tapar los huecos de las calles y mantener funcionando los semáforos.
El elitismo y la inutilidad se combinaron con la mentira. Nicolás Maduro declaró que Venezuela había cancelado completa la deuda que sostenía con la iniciativa Covax, concebida por la OMS con el propósito de lograr la distribución equitativa de las vacunas en el mundo. No se esperaba Maduro que saliera el director del Departamento de Preparación para Emergencias y Reducción de Desastres de la OPS, el señor Ciro Ugueto, a recordarle que el país todavía le debe a Covax diez millones de dólares y que debe ponerse al día para disfrutar de los beneficios que el mecanismo concede. Si no le gustara tanto bailar al ritmo de Bonny Cepeda, a lo mejor el Estado venezolano habría podido cancelar la cuota que adeuda.
Mientras el desastre que estamos viendo ocurre en Venezuela con este régimen de izquierda –alineado con Cuba, Bolivia y Nicaragua-, los sobrios gobiernos de ‘derecha’ de Chile y Uruguay han hecho muy bien su tarea. Chile es el tercer país en el mundo que más rápidamente ha vacunado a su población. Uruguay ha ido a un paso un poco más lento, pero también muy eficiente. Sin ejercicios retóricos, los presidentes Sebastián Piñera y Luis Lacalle Pou han utilizado todos los recursos disponibles en sus países para enfrentar el enorme reto que significa derrotar la pandemia. La izquierda cavernícola, como la llamaba Teodoro, se queda en el discurso, tan altisonante como hipócrita. Solo busca encubrir la desidia e irresponsabilidad de los gobernantes.
La destrucción durante más de dos décadas del Estado democrático y del cuerpo de técnicos y profesionales que existía, no ha ocurrido impunemente. Los resultados los están padeciendo los venezolanos más humildes, hoy desamparados.
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