No importa cuánto lea uno sobre el tema, o cuántas sean las películas que vea, o la experiencia personal que alguien conocido nos cuente. Nada alcanza para describir lo devastador que es vivir una hiperinflación que, en el caso venezolano, se junta con otras gravísimas enfermedades del sistema económico como el desabastecimiento, la escasez, la corrupción, la falta de papel moneda y varias otras. Las oficinas e instituciones que están midiendo el aumento del costo de vida no lo están haciendo bien o, peor aún, no se atreven a decir la verdad de tan espantosa que es.
Comencemos por las preguntas. ¿Qué se define como producto o servicio básico? Depende. Para una pareja con niños en edad de lactancia, la leche es un producto prioritario. Para una pareja mayor de 60 años, la leche no es indispensable y puede estar ausente de la alacena sin generar consecuencias negativas. Para un empleado bancario que no dispone de vehículo propio el transporte público y los zapatos son un servicio y un producto de máxima necesidad. No lo es para un trabajador por cuenta propia que labora en su residencia en áreas de comercio para quien, en cambio, la computadora y la conexión a internet son fundamentales. Para un adolescente, en buen estado de salud, un medicamento como el Valsartán no es una necesidad imperante, como sí es asunto de vida o muerte para un cardiópata que sufre de corazón agrandado, rotura de la válvula mitral e insuficiencia ventricular izquierda. Y por ahí podríamos seguir dando ejemplos in eternum.
Hace veintiséis meses, María sufrió un episodio cardiaco. Un infarto, pues; por fortuna, moderado. Luego de su paso por la emergencia y de practicarle varios exámenes, los médicos decidieron hacerle una ventriculografia/angiografia. Por fortuna, no estaba taponada de las arterias. Aquellas fueron buenas noticias. Le indicaron un tratamiento, pues daño cardiaco sí se había producido, alertándole que la suya era una cardiopatía crónica que requeriría tratamiento de por vida. Le advirtieron que la ingesta de los medicamentos prescritos era mandatoria, no discrecional. Hace 26 meses esos medicamentos eran difíciles de localizar en los expendios farmacéuticos. Pero se conseguían. Hoy no sólo es como buscar el unicornio azul -no hay esos medicamentos- sino que el tratamiento, de conseguirse, para un mes hoy cuesta 14 millones de bolívares. Hace 10 meses costaba poco menos de 700 mil bolívares. En sus reportes de cálculos inflacionarios, el Cendas habla de 67% de aumento interanual en el rubro Medicamentos. De 700 mil a 14 millones en diez meses hay mucho más de 67%. Luego de 40 años de trabajo y de haber hecho todos los aportes de ley, María recibe hoy una pensión de jubilación de menos de 800 mil bolívares. Por cierto, el IVSS tardó 5 años y 2 meses en otorgarle la pensión y cuando finalmente ocurrió hubo de firmar un documento en el que renunciaba a todas las pensiones no obtenidas durante esos años de retraso. Por cierto, su marido tiene 67 años y aún está a la espera que el IVSS apruebe su pensión, a pesar de haber hecho aportes por mucho más del doble de las cotizaciones necesarias. A María el estado le robó cinco años y dos meses de pensión. A su marido ya le han robado siete años y medio. María respira, hace yoga y se lo toma con paciencia y serenidad. Eso sí, ya le dijo a su marido y otros familiares que, cuando estire la pata, en la lápida de la cajita en la iglesia donde van a colocar sus cenizas debe leerse el siguiente epitafio: «Aquí yace María, por culpa de Maduro y sus panas». Ella no es una excepción. Lo sabe bien. Miles de venezolanos atraviesan situaciones similares. Pero, en las propias palabras del presidente Maduro, él duerme «como un bebé».
En Venezuela no manda el pueblo. Mandan los malandros, los paramilitares, los enchufados, los sinvergüenzas, los corruptos, los piratas, los traficantes de sueños, los timadores de oficio. Los ladrones, pues. Para ellos no hay hiperinflación, escasez, desabastecimiento, gradación de necesidades, carencias o calamidades. Para ellos la resolución de cualquier angustia es tan fácil como hacer una llamada para que un «propio» les consiga lo que sea que necesiten o se les antoje. Les sobra la plata (en bolívares, dólares y euros) para pagar al precio que sea y no hay para ellos limitación legal, operativa o financiera. Para ellos Venezuela es un paraíso.
Entretanto, el pueblo, pobre o de clase media, es tratado como esclavo. Eso es la revolución bonita. Eso es el socialismo del siglo XXI. Puro neo esclavismo.
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