Le tocará al gurú rojo rojito. Ese mismo que no hace muchos años paseaba por los partidos de oposición y las ong y estructuras empresariales con carpetas repletas de recomendaciones y consejos sobre cómo vencer al régimen. Ese mismo que, cuando entendió que en esos ambientes no seguiría pescando incautos dispuestos a pagarle sus onerosos honorarios, optó por vestirse de rojo, muy rojito, y cruzar la calle y, desde entonces, se transformó en venerable consejero de la revolución, suerte de iluminado intérprete del alma nacional, lector del tarot político y fabricante de simbología, para grueso beneficio de sus finanzas personales gracias a lo cual ha entrado en la sub categoría de «ricos y famosos». Pues a él le tocará hacer eso a lo que muchos tan cercanos al gran jefe le escurrirán el bulto. Que nadie quiere hacer el papel del mensajero de las verdades en esta opereta.
Será una tardecita, cuando ya la calor haya mermado y las guacamayas caraqueñas hayan culminado su tournée vespertina. Un día sin cadena programada, antes que el jefe le de play a la serie que está viendo en Netflix pero luego del paseo obligado por las redes para enterarse de los últimos posts de los «panas» en twitter y en el grupo de WhatsApp «Nosotros que nos parecemos tanto», a saber, Evo, Cristi, Vladimir, Recep, Daniel, Rafael, Díaz Canel, José Luis, Pablo, Jong-un,
Hasán, Jinping, Ram, Phúc.
La reunión tiene que ser privada, sin ministros ni secretarias, sin asesores ni guardaespaldas, sin parientes ni compadres. Es decir, sin fisgones y demás especies de hablapaja. Alguna bebida mediante, de esas que ayudan a manejar las angustias y las subidas de tensión arterial. Algún chocolate quizás, que bien se sabe colabora con el oficio de los neurotransmisores que luchan contra el efecto pertinaz de la rabia. Pañuelos limpios y frescos para secar el sudor nervioso y, tambien, ese caudal de lágrimas que seguramente mojará ojeras.
¿Cómo se lo dice? La primera frase es clave. Marcará el tono de la difícil conversa. Tiene que escoger bien las palabras. Y el tono. Y cuidar el volumen. Armar bien sus argumentos, racionales y emocionales. Llevar en su iPad su presentación en números y gráficos. Revisar muy bien la data. Sin espacio a duda. Ni a estrategias sacadas de la chistera. Explicarle que no hay magia que sirva. Mejor ser directo. Respetuoso, pero claro y firme.
Los números no mienten. Y si hablan, tantísimo más dicen entre líneas. Maquillar la realidad ya no sirve. Tiene de su lado un porcentaje electoral pequeño y decreciente. El rechazo popular aumenta en cada medición. Los militares lo mantienen en el poder, sí, pero no le solucionan ninguno de los problemas operativos, financieros, productivos. El partido muestra una cara unificada, pero la procesión va por dentro. Las estructuras están pegadas con saliva de cotorra. Hay, digamos así, incomodidad, una peligrosa incomodidad, esa de la que no se habla a bocajarro pero sí en voz baja. Las bases temen dos cosas: que la crisis se convierta en una constante que degluta todos los logros de la revolución y que esta situación decante en una pérdida del poder, de todo el poder.
Si se insiste en montar procesos electorales amañados, pues persistirá la estrategia internacional de sanciones. Y no hay discurso heroico o narrativa patriotera que pueda con el destrozo del país.
Si se llega a una negociación y a un acuerdo que conduzcan a un proceso electoral medianamente pulcro y confiable que garantice la participación de electores y elegibles, un proceso con observación internacional que pueda otorgar legitimidad, si el candidato es él las posibilidades de triunfo son bajas.
«Estás dando muchos rodeos. Dime lo que viniste a decirme. Sin tanta vuelta».
«Vengo a decirte que estás en una encrucijada. Vengo a decirte que puedes quedar como el que dañó y hundió todo -a la revolución, al partido, al país- o puedes pasar a la historia como el que se sacrificó. Vengo a decirte que te estás suicidando y estás sepultando el futuro del poder que todavía tenemos. Vengo a decirte que ya es muy tarde para ti pero no es tarde para lograr conservar parte del poder, para luego con una buena estrategia lograr recuperar todo el poder. Vengo a decirte que estás muerto, políticamente muerto, pero que si te abres no metes en la tumba a la revolución y al partido. Y si lo haces bien, si te vas por la puerta principal, quién quita, quizás hasta resucites».
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