Publicado en: Blog personal
Por: Ismael Pérez Vigil
Algunos aprovecharon mi artículo de la semana pasada para cargarle la mano a los políticos, para dar rienda suelta a ese sentimiento antipolítica, que tenemos tantos años cultivando. Aunque no era la intención de mi artículo, debo reconocer que comprendo porque ocurre. Es algo natural. Los políticos son el sector al cual más se achaca la fama y el vicio de la corrupción. Es lógico, son los que manejan los recursos del país, de la población, y aunque no se los apropien, basta con que no se administren de la manera que cada quien pensaría que se deben administrar, para que surja la sospecha. Y en muchos casos, no es una mera sospecha, sino una certeza.
Además, los políticos forman parte de un sector de la población al cual nadie va a salir a defender. El político corrupto, no lo va a hacer, pues procura pasar desapercibido y que no se levante mucho polvo a su alrededor; y el que no lo es, no se da por aludido, pues no considera que tenga algo de que defenderse. En un mundo lleno de preguntas y ávido de respuestas y soluciones, cuando no se encuentran, es más fácil encontrar culpables y si estos no se defienden, no dicen nada, mejor que mejor, pues todos sabemos que el que calla otorga.
En conclusión, estamos frente a uno de esos lugares comunes que todos aceptamos y repetimos automáticamente, sin pensar. Nos dicen política o políticos e inmediatamente pensamos en corrupción y en piloto automático repetimos como un mantra, la frase: “los políticos, son todos unos corruptos.
Así, la antipolítica forma parte de la narrativa populista, de izquierda y de derecha, a la que me referí la semana pasada. Esa frase, “los políticos, son todos unos corruptos”, forma parte de ese “mensaje” del que hablé (y del que solo desarrollé una pequeña parte en el artículo referido), con el que Chávez, el chavismo y el madurismo mantienen su popularidad entre la gente que los sigue.
Esa predica “antipolítica” tuvo una importante expresión durante más de 20 años en Venezuela, antes de Chávez, y en la cual se “enrolaron” muchos empresarios, medios de comunicación (no olvidemos la predica de ese gran “influencer”–como les dicen ahora– que fue Renny Ottolina) y cuyos epítomes fueron novelas como “Por Estas Calles”, pero también casi todos los programas políticos de opinión en radio y TV, columnas de prensa, cuyos autores hoy están casi todos arrepentidos y son furibundos anti régimen; fue parte también del discurso político de campaña que llevó a Rafael Caldera y su “chiripero” a la segunda presidencia en 1993 y después a Hugo Chávez Frías en 1998 y que hoy mantiene a Maduro en el poder; como “discurso”, pues sabemos que lo que realmente lo sostiene allí es la fuerza armada y la represión.
Hugo Chávez se supo montar muy bien en esa onda antipolítica, anti partidos, y se lanzó también por otra vía de ese virus populista: acusar a los políticos de “corruptos” y que esos eran los que le “quitaban el pan al pueblo” y por eso él iba a “freír en aceite” las cabezas de los adecos y acabar con los partidos corruptos. Y lo hizo. Pero no acabo con la corrupción, a esta la potenció. Acabo con las instituciones, el congreso, los partidos –en la Constitución Bolivariana ni siquiera se les nombra y expresamente prohíbe que sean financiados por el Estado– modificó la composición del TSJ, cambió a su antojo la constitución y los símbolos patrios, y un largo etcétera; y esa tarea la continúa hoy Maduro: desconociendo a la AN, inhabilitando a los partidos políticos, persiguiendo y encarcelando diputados y líderes políticos y demás. Esa predica anticorrupción, ese aprovecharse del “hastío” de la clase media, sobre todo de esa que espera “que le toque algo” de la riqueza del país, forma parte de esa “narrativa” populista, que Chávez supo utilizar muy bien.
Y es que con respecto a los políticos y la corrupción, frecuentemente se nos olvidan dos cosas; una, que los políticos están allí donde nosotros, ciudadanos, los colocamos, donde nosotros los ponemos y usualmente no los controlamos, porque es más fácil, más cómodo, ocuparnos de nuestros negocios, actividades académicas, familias; y dos, que donde hay un político corrupto, por lo general también hay un empresario, un banquero o un connotado miembro de la sociedad civil que se beneficia de esa corrupción; pero no hablamos de eso, solo de los políticos. Bueno, no lo hacemos nosotros, porque la “narrativa” populista si se ocupó también de los empresarios, con discursos, insultos, hostigamiento y esa política destructiva de empresas, las expropiaciones, etc., que trabajadores y seguidores del régimen aplaudieron a rabiar y que hoy lamentan al verse sin empleo, sin ingresos y sin lo que producían esas empresas que arruinaron.
Es en verdad, esto de la antipolítica, una situación compleja, que tiene dos aristas, la del partido, el líder político, como tal, y la de la sociedad civil, los líderes de la sociedad civil, cada vez más activos en política. En ambos sectores debemos superar desviaciones y limitaciones.
Tenemos que decir que es cierto que la mayoría de los partidos no han dado muestras de haber llevado a fondo sus procesos internos de renovación; muchos de ellos continúan siendo un cascaron vacío, sin ideología, expresiones decadentes de escasa participación social, que se activaban tan solo en momentos de procesos electorales y con cuantiosos recursos económicos –cuando dispusieron de ellos–, que los utilizaban en contratar asesores de imagen, costosas campañas publicitarias y –cuando se podía– en comprar espacios en los medios. Sus líderes se convirtieron así en “líderes mediáticos” que pululaban alrededor de micrófonos de radio y cámaras de televisión y su inspiración programática eran las encuestas de opinión, a las que seguían como si tratara de verdaderos oráculos. Todo eso se quedó en cenizas del pasado.
Pero no es menos cierto que había muchos autodenominados líderes de la sociedad civil, y hoy hay nuevos líderes políticos, expertos en utilizar redes sociales y la organización que habían creado a su alrededor, frecuentemente sobre estimando sus potencialidades y utilizándolas como atajo —con unos pocos seguidores— o como plataforma de proyección personal y política y se montaban sobre el vacío de poder dejado por los partidos y líderes tradicionales y, con la excusa de que los partidos “ya no los representaban”, nos presentaban –hoy algunos todavía lo hacen– sus propias y personales aspiraciones de poder.
Algunos veían que esa era una ruta más fácil, en vez de hacer carrera política en algún partido, comenzando desde la base, ganando y escalando posiciones con trabajo; pretendían llegar “por arriba”, con buenos contactos en los medios de comunicación, desde una ONG, a veces de carácter unipersonal, de página Web o de “maletín”, para ahorrarse el tiempo y el esfuerzo que le supuso al líder profesional, de partido, llegar a la posición que ocupaba. Constituyeron así “organizaciones”, eficientes en el uso de los recursos mediáticos y la prensa, pero donde la tónica dominante seguía siendo el individualismo, en red y “organizado”, pero individualismo al fin; donde privaba –en algunos casos, hoy aun priva– el interés personal, la falta de compromiso, la falta de arraigo y proyección en la comunidad. En nada se diferenciaban de los líderes y partidos tradicionales que criticaban y “satanizaban”.
Era en efecto una “satanización”, que sin duda tenía y tiene un cierto asidero en la realidad, no es posible negarlo; pero, en la práctica, aun sirve de excusa para que los venezolanos comunes, por frustración o comodidad, nos desentendamos de la política y dejemos esta tarea en manos de los políticos y los partidos, para después quejarnos. ¿Cuándo abandonaremos ese discurso, que no ha conducido a ninguna parte?
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