Por: Jean Maninat
Probablemente será citada como una de las mejores operaciones de camuflaje para generar expectativas políticas, una campaña de agitprop sin la agitación, ni la propaganda (una suerte de martini ni shaken, ni stirred), un murmullo prolongado como un novenario en capilla: ¿Y tú has visto a Edmundo? ¿Lo conoces? ¡Si lo he visto… no me acuerdo!
Se tejieron, entonces, las más verosímiles e inverosímiles historias (que llevaban agua al molino de la expectativa y la intriga) acerca de la persona que ya empezaba a ser barruntada por algunos como una tapa, sí, pero de la última Coca-Cola en el desierto. Pronto se supo que se trataba de un diplomático de carrera, un embajador ya en retiro, un exfontanero de la MUD, de los que hacen su tarea en silencio, con denuedo de abadía. Eso que ahora llaman el relato, se empezaba a construir amablemente.
Pero su presencia -sigue el relato- se había atenuado hasta casi desaparecer bajo la luz del sol terrenal. Se decía que desde hace más de veinte años vivía en el exterior, o que nomás anteayer lo vieron comprando en el Central Madeirense de La Boyera, o tomando café en una barra en Serranozuela, allá en Madrid. Y por supuesto, todos habían compartido aula con él en la Escuela de Estudios Internacionales de la UCV. Tendría el don de la ubiquidad, se desprende del anecdotario en construcción.
Pero, resulta que apareció Edmundo, y se apellida González Urrutia, y tiene cara de buena gente, y, alabado sea el Señor, no portaba la chaqueta tricolor, ni la gorra tricolor, vestía de saco y corbata bien anudada, y habló pausadamente, sin gritos, sin amenazas, sin dedo índice acusador, sin muecas de sudoroso desagrado. Habló como habla la gente con cierta urbanidad y capacidad de razonar con tranquilidad, sin que la rabia le atropelle las palabras y el ego le inflame el pensamiento. Mire que en medio del histerismo actual en el Gobierno y en parte de la oposición, un poco de calma y cordura cae como agüita de ajonjolí, según el decir de Roberto Roena, de la Escuela de Mayagüez, Puerto Rico.
(Por cierto, quienes se dedicaron -y lo siguen haciendo- a denigrar al gobernador Rosales y a cuanto bípedo opositor tenga un ápice de autonomía de criterio, bien podrían irse adecuando a una forma de hacer -y expresar- la política, cónsona con los votos por una eventual transición democrática, tranquila e inteligente, que tanto se ofrecen en estos días).
Que todavía queda tiempo por correr y mucho o nada puede pasar, es ya un lugar común. El entusiasmo recuperado por la ruta electoral es, sin duda, el mejor bien colateral que deja este nuevo episodio, ojalá y lo sepan conservar -las varias oposiciones y sus candidaturas- cuando la situación lo amerite. Ya veremos si el tan esperado candidato presidencial logra imponer su sello y se libra de la manda de tener que nombrar a la “líder de la oposición” cada tantos kilómetros del recorrido, como si de un peaje de autopista subdesarrollada se tratase. Un poquitín de autonomía de vuelo siempre ayuda. Al fin y al cabo, el que apareció fue él, Edmundo.
(N.B. Tengan piedad, pero la verdad es que cuando escuchamos y vimos las intervenciones del candidato, Edmundo González Urrutia, tan pausadas y prudentes, en nada nos sintonizó con la eventual imagen de campaña de un entusiasta grupo de simpatizantes animando en el transfondo sus intervenciones al grito de: ¡Edmundo pa’ to’ el mundo! Pero…).