Por: Jean Maninat
Si nos atenemos a los vaticinios hechos por el oficialismo y la oposición, el día después de la elección presidencial se asemejará a una secuencia de Mad Max: carros destartalados lanzados en furiosa búsqueda de las últimas gotas de gasolina, columnas de humo tóxico elevándose por doquier, automercados y bodegones despanzurrados, hordas de motorizados haciendo caballito olímpico, filas kilométricas de espectros humanos huyendo hacia y por las fronteras. Responsablemente, unos y otros se acusan mutuamente de estar preparando una final digna de la Copa América. Dog!
Uno podía esperar una dosis mayor de mesura, de prudencia, de respeto a la capacidad incendiaria de los megáfonos y, al contrario de lo que acontece, escuchar un mensaje tranquilizador, una muestra de tener al menos un ápice de responsabilidad rectora, dirigente. Son los “países hermanos”, Brasil y Colombia, quienes llaman a la seriedad y proponen la firma de un acuerdo de convivencia para el día después, que será largo y tendido al menos hasta el 10 de enero, 2025. Lo que venga después lo habrán dejado en la puerta los Reyes Magos.
Mientras se desintoxican las redes de tantas encuestas aptas para desaparecer la calvicie y leer la mente de los electores al mismo tiempo, y de la acusación retórica de violentar tantas reuniones y acuerdos que semejan un catálogo de viajes turísticos incumplidos: República Dominicana, Barbados, Noruega, México, Doha y... podrían sorprender a medio planeta y anunciar un acuerdo, (por el amor de Dios, sin caritas ni frases rimbombantes, no para la historia, sino para cumplirlo) de respeto de los resultados y de las diversas familias políticas que hacen vida en el país, extendido.
Si tanta retórica digna de una ficción apocalíptica del tipo, El día después, tiene asidero alguno en la realidad, ya quienes manejan la política en el país deberían estar reunidos trazando el post vita y no preparando el post mortem. Las contradicciones no van a desaparecer, no se trata de cantar una ronda agarrados de las manos y con los pies descalzos. Es un ejercicio de sentido común, de rayar la cancha democráticamente y respetar los límites establecidos. Y las seguridades tienen que venir de ambos bandos.
La nomenclatura gobernante podría dar paso a su autotransformación en una opción de izquierda democrática y responsable y la oposición ratificar su vocación electoral y democrática. Ejemplos hay varios en la región y más allá, y han sido suficientemente citados en diversos artículos publicaciones. La pregunta es doble: ¿Qué haría el Gobierno si pierde, democráticamente? Pero también: ¿Qué haría la oposición si pierde, con trampa o sin ella?
A partir del 29 de julio, quizás empecemos a saber…