Por: Jean Maninat
La situación se repite en las tantas capitales del mundo donde se asienta la diáspora, bien sea en un ágape intercultural, en un parque público paseando el perro, en el gimnasio, en el Uber que nos conduce, o en la franquicia donde se labora como solo labora un inmigrante: al final de la conversa, cuando se han agotado las respuestas de rigor y las denuncias del día en contra del Gobierno, explota la temida pregunta que siempre vemos venir y no podemos esquivar: ¿Y por qué no se…?
Es cierto, ya no es como antes, cuando apenas se pescaba el dejo propio de hablar de la Pequeña Venecia, surgía el comentario amable y solidario: ¡Qué lástima lo de su país! ¡Y con toda la riqueza que tienen! Yo tengo un tío que vivió muchos años allá, trabajaba en…Valencia, creo. Fíjese que no se quería venir, vivía de lo mejor. Y así transcurrían unos minutos más de cháchara política culminada en un entusiasta: ¡Ánimo, no hay mal que dure 100 años ni cuerpo que lo resista! No era mucho el alivio, pero se agradecía el entusiasmo.
Ni que decir del aluvión exaltado del interinato y sus más de, o casi 60 países que lo apoyaban, los marines prestos a descender en Camurí emitiendo desde sus naves la Cabalgata de las Valquirias, y todas las opciones dispuestas sobre la mesa. Ah, qué tiempos aquellos, había quienes se desplazaban por los plató internacionales con el tumbao´que tienen los guapos al caminar, embajadores plenipotenciarios, representantes en organismos intergubernamentales, gerentes de empresas emprestadas, líderes, de lideres, de lideres, una larga lista de “empoderados” que luego se convirtió en aserrín mojado. ¿Y el otro Gobierno, el de mentiras? Bien gracias, en Miraflores, desguazando lo que quede por desguazar.
Y la Primaria abrió un camino, y todos y todas retomaron la ruta electoral, y se eligió mayoritariamente (ya vamos por más de tres millones) a quien estaba inconstitucionalmente vetada para participar en la contienda, como lo estaría su sucesora a dedo, y el final llegó más rápido que una carrera olímpica de 100 metros planos (alrededor de 10 segundos), y nadie estaba preparado para cualquier descuadre del guión pautado, y cuando in the midnight hour llegó quien todo el mundo sabía que podía llegar, estalló el bululú, la guerra de la Xalaxia, hordas de bots disparando sus blasters y blandiendo sus sables de luz en una epopéyica guerra del bien contra el mal. Pero el mal, una vez más, es uno de adentro, “un traidor de los nuestros”, un Darth Vadder con furruco láser, “que solo pasará por encima de mi cadáver…”.
Como en una secuencia recurrente, sucede lo que uno desea evitar a toda costa: en cámara lenta se aproxima el comensal de nuestros terrores, solidario y bien informado, se acerca con una copa en la mano, sonríe amigable y dispara la temida pregunta que siempre vemos venir, y no podemos esquivar: ¿Y por qué no se unen?