Por: Jean Maninat
En la prehistoria de 1964, el director griego, Michael Cacoyannis, adaptó para el cine Zorba el griego, la novela homónima del escritor, también griego, Nikos Kazantzakis. Es básicamente un relato de «socialismo sentimental», de viaje a las entrañas del pueblo, un baño en la sabiduría popular del cual se saldría renovado. Un joven escritor (en la película se trata de un inglés de origen griego interpretado por Alan Bates) decide ir a Creta para rescatar una mina familiar abandonada, tomar contacto con los campesinos y la clase trabajadora y darle un vuelco a su vida sepultada en la monotonía del intelectual distante. Quiere el azar (o las Moiras, divinidades griegas que rigen el destino de los hombres) que topara con Zorba, (en la película interpretado magistralmente por Anthony Quinn), un rústico pero aventurero campesino, especialista en mucho y en nada, pero sobre todo, un oráculo de supuesta sabiduría popular a la hora de interpretar el alma humana.
De la mano de Zorba, nuestro apopléjico intelectual, recorre los laberintos de la condición humana a través de unos coloridos personajes -nada bonito encontrará- mientras intenta poner en marcha una mirífica, pero imposible, empresa que lo deja arruinado económicamente y salpicado de tragedia. Al final de la película, en una secuencia memorable, el funicular concebido por Zorba para bajar troncos desde una tala en la montaña hasta la playa, se viene abajo estrepitosamente, llevándose consigo los últimos ahorros del atolondrado escritor. Pero poco importa la ruina de sus finanzas personales, un absorto y profundo Zorba, lo toma de la mano y lo enseña a danzar el Sirtaki, mientras ríen frenéticamente su desventura económica, en una de las secuencias de baile cinematográfico más remedadas por todo ebrio de buena índole y que se respete. Una entrañable loa a la irresponsabilidad.
Los griegos contemporáneos, de la mano de su Zorba populista y de izquierda, (Mr. Tsipras, el primer ministro eternamente sonriente, bien peinado y sin corbata) están sufriendo en bolsillo propio el desplome del funicular que los debió integrar definitivamente a la Europa moderna y productiva. Pocas veces se ha visto tanta irresponsabilidad en un mismo lugar y a la misma hora. Luego de ganar la confianza de sus electores -temerosos, pero aún crédulos- en base a promesas de difícil cumplimiento, ha llevado a sus conciudadanos directo al corralito y la ruina de lo poco que les quedaba de la hacienda familiar.
Ha pretendido, con una mezcla de altivez y autocompasión (algo así como pedir limosna con guantes de boxeo), que los contribuyentes de otros países europeos paguen los platos rotos de sus fiestas nupciales. Luego de tratar de burlar, en base a vivezas, a la comisión Europea y al Eurogrupo, de llevar el forcejeo hasta pasado el límite de vencimiento de la última oferta europea, de desconocer las obligaciones con el FMI, y de convocar un referéndum para evadir su responsabilidad y echarle el muerto de la decisión al «pueblo griego»; ahora pretende que se le extienda el segundo rescate que expiró el martes y se le abra un tercero, aceptando las condiciones ofrecidas por el Eurogrupo, las mismas que había desdeñado con altivez.
Cartas van y cartas vienen, mientras el firmante, el mismo primer ministro Tsipras, llama a sus conciudadanos a votar «no» en el referéndum del domingo bajo la justificación de que «había que defender un futuro no hipotecado para nuestros hijos», según reportó El País de España el martes pasado. Juega con el destino de su país y la ruina de sus habitantes labrando frases huecas, espetando consignas trasnochadas, repitiendo imposturas ideológicas. A los venezolanos nos suena cruelmente familiar. También tenemos nuestro Zorba el griego.
@jeanmaninat