Soledad Morillo Belloso

Quien no se ha caído, no ha vivido – Soledad Morillo Belloso

Por: Soledad Morillo Belloso

En las cicatrices que adornan mis rodillas, se encuentra la memoria de cada caída, el recuerdo de cada tropiezo. La vida, tan llena de momentos de victoria como de derrotas, me ha hecho caer de rodillas ante la adversidad, a sentir el frío y el polvo en la piel. Sin embargo, si de algo estoy segura a estas alturas de mi vida (voy camino a los 69) es que es precisamente en esas cicatrices donde habita la verdadera fortaleza. Porque las caídas son lecciones que la vida se
encarga de enseñarnos con mano firme y a veces cruel y amarga.

Cada caída es en realidad una oportunidad para la introspección. Nos enseña a aceptar nuestros límites y vulnerabilidades y, al mismo tiempo, a descubrir la inmensidad de nuestra capacidad de superación. Es en aguantar el golpe, en el lamerse las heridas y en el levantarse donde reside la verdadera fortaleza. Es en ese momento cuando, a pesar del dolor y con esfuerzo y determinación nos ponemos de pie, que demostramos nuestra valía. Quien no se ha caído, no ha vivido. Ha pasado por la vida cual turista, sin que ella pase por él. Tanto como detesto el “pobrecitismo” (ese infecto “pobreyoísmo”), repudio el “a ti sí que te pasan cosas”, frase típica de quienes carecen del más minimo atisbo de inteligencia emocional, no tienen desarrollada la musculatura de la empatía y la solidaridad, y están raspados en los fundamentos de la piedad, la compasión y, para más, quebrados en la buena educación. Son ególatras por diseño.

No se trata de recitar una larga letanía de suspiros y quejas ni de enumerar quejas, o de recurrir a frases hechas de esas que alguna campaña estúpida hecha por algún redactor con pocas luces pone en una caja de algún producto. Porque eso no sirve para nada. Se trata de mirar las sumas y no sólo las restas. Las cicatrices en las rodillas no son señales de debilidad, son medallas de honor, pruebas tangibles de resistencia, testigos silenciosos de batallas internas y externas. Cada cicatriz cuenta una historia, un capítulo en el libro de vida.

Caer y levantarse es el ciclo eterno de la existencia. No hay vergüenza alguna en caer; sí en no intentar levantarse. Las cicatrices, visibles o invisibles, son marcas de coraje y tenacidad. Son el recordatorio de que, sin importar cuántas veces caigamos, si no somos cobardes, encontraremos dentro de nosotros mismos (no afuera) el valor para levantarnos, sacudirnos el polvo y seguir adelante. La resistencia es la habilidad de transformar el dolor en fuerza y la derrota en sabiduría.

Uno se cae y se levanta. Nos pasa a todos. En las rodillas quedan marcas. No hay que exhibirlas, pero no hay que ocultarlas. Las cicatrices son como las lágrimas. Se secan.

La vida es un banquete; las verdes y las maduras se sirven en el mismo plato.

 

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