Soledad Morillo Belloso

El lenguaje de la destrucción – Soledad Morillo Belloso

Por: Soledad Morillo Belloso 

Hay palabras que no construyen. No nombran: desfiguran. No preguntan: sentencian. No cantan: silencian. El lenguaje de la destrucción no grita: corroe. No debate: decreta. No busca diálogo: impone dominio.

Tiene gramática de ruina. Conjuga el odio en todos los tiempos verbales. Usa adjetivos como cuchillos y pronombres como trincheras. Su sintaxis es la del desprecio, su puntuación es la del corte abrupto, la interrupción violenta, el punto final sin posibilidad de réplica.

En la sociedad, este lenguaje se filtra por las rendijas del miedo. Se vuelve consigna, eslogan, titular. Se disfraza de verdad absoluta, de defensa patriótica, de justicia divina. Pero no construye puentes: los dinamita. No abre caminos: los clausura. No nombra al otro: lo borra. Y cuando lo nombra, es para acusarlo, con o sin razón, con o sin pruebas. Es el reino del todo vale.

Cuando una sociedad adopta el lenguaje de la destrucción, se rompe el pacto de escucha. Se pierde el matiz, el silencio fértil, la posibilidad de réplica. Las palabras se vuelven armas, y el diálogo, campo de batalla. Se normaliza el insulto, se institucionaliza el desprecio, se celebra la humillación. “Le dio hasta con el tobo”, dice el aplaudidor de ofensas.

Las comunidades se fragmentan. Las familias se agrietan. Los afectos se vuelven sospechosos. El lenguaje que destruye no sólo hiere al que lo recibe: también corrompe al que lo emite. Porque cada palabra que deshumaniza nos aleja de lo común, de lo compartido.

Y en ese vacío, florecen los extremos. El fanatismo, la indiferencia, la crueldad. Se pierde el centro ético, se desdibuja la empatía, se apaga la ternura pública. El lenguaje de la destrucción no es sólo ruido: es arquitectura del daño.

Pero hay posibilidad de resistencia. En cada palabra que abraza, en cada frase que pregunta, en cada verso que canta. En cada pregón que nombra con afecto, en cada texto que honra la memoria. Porque también existe el lenguaje que repara, que recuerda, que reúne.

 

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