El arte de equivocarse – Sergio Dahbar

Por: Sergio Dahbar

Lo sabemos. El error genera demasiada angustia, decepción, enojo.SegioDahbar_reducido_400x400 Existen familias donde esa palabra ha sido exterminada del vocabulario feliz de todos los días. Donde se crían hijos perfectos, equivocarse no tiene cabida. Es sinónimo de perdedor. Y lo sabemos: los perdedores no tienen cabida en este mundo.

Por eso me han llamado la atención dos voces aisladas empeñadas en nadar gratamente contra la corriente. Es decir, aceptar el error como una fuente generadora de aprendizaje y creatividad. O si se quiere que en la equivocación hay vida.

El publicista holandés Erik Kessels tiene 50 años y tres hijos con su novia, y una agencia de publicidad que escoge a sus clientes. Ha publicado Que desastre: cómo convertir errores épicos en éxitos creativos (Phaidon). La periodista estadounidense Kathryn Schulz tiene 40 años, es redactora de planta de la revista The New Yorker, premio Pulitzer y autora de un libro inteligente y divertido, En defensa del error (Siruela).

¿Por qué interesa lo que ellos piensan? Porque desde la experiencia cotidiana (Kessels) y desde la investigación académica y periodística (Schulz), ambos combaten con astucia una tendencia moderna que se reproduce en grandes concentraciones urbanas: para ser exitoso se debe ser perfecto.

Kessels ha sido escogido el publicista más influyente de los países bajos, logró que el hotel más feo de Holanda se volviera famoso diciendo la verdad y publicó un libro que es una suerte de manifiesto sobre la grandeza educativa del error.

“Hay que liberarse de la tiranía de la perfección. Lo perfecto y lo bueno no son compatibles. Nada limita más la creatividad que limitarse a lo apropiado’’.

Erik Kessels piensa que vivimos bajo el imperio del miedo. Y que perfectamente puede ocurrir que muchas personas estén equivocadas. “lo vemos en la lista de los libros y discos más vendidos, el record de la taquilla y el resultado de las elecciones’’.

Para este publicista los críticos se equivocaron con los impresionistas, los mejores editores rechazaron Cien años de soledad, y dos editoriales rechazaron Harry Potter. “Las ideas originales no suelen ser aceptadas’’.

Moliere dijo que lo enfurecía equivocarse cuando sabía que tenía razón. Benjamín Franklin fue más allá: “La historia del los errores de la humanidad puede ser más valiosa e interesante que la de sus descubrimientos’’. Y Kathryn Schulz cierra este círculo con una frase no menos lúcida: “Nos equivocamos con lo que significa equivocarse’’.

Su libro es una verdadera defensa del error, más que un manual de autoayuda sobre cómo librarse de los errores en diez pasos. Ella se toma en serio la sugerencia agustina de que el error es esencial para lo que somos, y se propone explorar precisamente por qué lo es.

Schulz anima a sus lectores a ver el error “como un don en sí mismo, como una rica e irremplazable fuente de humor, arte, esclarecimiento, individualidad y cambio’’. Como ella dice, es un libro que comienza con el placer de tener razón y concluye con el placer de equivocarse.

Desde ambas perspectivas del camino recorrido, Kessels y Schulz, no solo confirman el lugar común de que errar es de humanos, sino podemos vivir mejor si lo toleramos y entendemos que la equivocación es una fuente de conocimiento y armonía infinita.

Me remito otra vez a la verdad de Schulz: “Aceptar que podemos fallar no solamente reduce nuestras probabilidades de cometer errores, sino que además nos ayuda a pensar de una forma más creativa, a tratarnos unos a otros con más amabilidad y a forjar sociedades más libres y justas’’. ¿Estoy equivocado?

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