Yo imagino que para alguien como el señor X, que trabajó casi toda su vida laboral en la industria petrolera y que un día vergonzoso en la memoria colectiva fue echado con un pito, ver cómo la han destruido debe ser particularmente doloroso. Y conflictivo. Porque si bien es cierto que la revolución colonizó a la industria, no es menos cierto que muchísimos empleados que no fueron despedidos, o los que fueron reenganchados e incluso aquellos que aceptaron ofertas y se convirtieron en empleados de empresas contratistas o aliadas de PDVSA son igualmente responsables pues permitieron tal colonización. La destrucción de PDVSA no ocurrió por generación espontánea. Fue el resultado de una mezcolanza de errores, contubernios, estafas, trácalas y un sinfín de horrores. Es hoy un caso que se estudia en las escuelas de gerencia. Muchos de los que hoy siguen en PDVSA o que forman parte de la diáspora reciente no tienen derecho alguno a la ristra de lloriqueos que nos obsequian cual plañideras de oficio. Que ahora, luego de tan mediocre desempeño y patético comportamiento, luego de haber saqueado y quebrado a PDVSA, vengan con tan cínico llantén no es válido, porque cabe la pregunta: ¿qué hicieron durante todos estos años para evitarlo? Algo espantoso ocurrió cuando los «pdvsos» aceptaron montarse una cachucha; se tornaron en sumisos. Ahora se quejan airadamente. Claro, sus sueldos en dólares son míseros comparados con lo que ganan sus iguales en otros países. Pero yo me pregunto: ¿dónde estaban esas voces, tan sonoras hoy, mientras se destruía y saqueaba nuestra industria petrolera? Sí, nuestra, de los venezolanos. En esos momentos, cuando su alerta hubiera servido para conjurar la debacle, estaban afónicos y disfrutando de unos puestos y cargos que venían adornados con cuantiosos sueldos y no pocas prebendas. Hasta hace poco se les podía ver en las ciudades petroleras montados en sus camionetas de la más alta gama y mirándonos por encima del hombro al resto de los mortales . ¿Cuántos gerentes y profesionales supieron de los desmanes y errores y se convirtieron en cómplices del crimen contra la Nación y los ciudadanos? Aquí hay delitos por activa y por pasiva. Y no, no es aceptable el argumento según el cual, de haber denunciado, ello les hubiera costado el puesto y acarreado otras represalias. No hay atenuante que valga para disculpar el inmenso daño que le han hecho al país. No sé cómo tienen cara para mirar a los ojos a los millones de venezolanos a quienes estafaron y condenaron a un presente y un futuro de penurias. De haber tenido un miligramo de decencia y un ápice de coraje esta situación se hubiera podido prevenir y evitar. Lo sé. No me llamo a engaños. Quizás nunca vayan a ser procesados judicialmente. Quizás pasarán el resto de su vida abrigados por la más cómoda impunidad, pasillaneándose por Venezuela o el extranjero. O quizás pretenderán del país la piedad y comprensión que no fueron capaces de ofrecer. Ah, pero la historia, la historia sabe de paciencias y no tiene prisa y, puedo asegurarles, no será complaciente ni amable a la hora de evaluarlos. Y siempre, siempre habrá alguien identificándolos, señalándolos con el dedo. De los expelidos aquella trágica jornada del pito, hay los dignos que quedaron botados; muchos han conseguido superar el trauma y rehacer vida y carrera; algunos decidieron pasar la página; otros no han podido superarlo, están enfermos. Hay también los que fueron «arreglados»; esos, con un cheque obtenido antes de la devaluación, se lavaron las manos, siguieron adelante y no miraron para atrás. Y hay también los infelices que buscaron y consiguieron el reenganche, a cambio de arrodillarse; se hicieron así coperpetradores de la masacre.
Abundan las excusas. Que si los engañaron, que si no se dieron cuenta. Cuánta desfachatez. Me asomo a un diagnóstico. Algo horrible y tenebroso pasó, alguna terrible bacteria les infectó cerebro y espíritu. Las almas de muchos «pdvsos», otrora tan respetados y admirados hombres y mujeres, se envenenaron de avaricia, de mediocre ambición y se pudrieron.
Es bueno saber historia. Conocerla, estudiarla, metabolizarla. Cuando cayó MPJ los militares tuvieron que dejar de usar el uniforme en público dado el desprecio que la sociedad sentía por ellos y abiertamente les expresaba. Se decía que tenían las manos manchadas de sangre.
Bueno, los «pdvsos» de la revolución son una vergüenza, una mancha en la historia. Y la sociedad encuentra siempre maneras de repudio. La sociedad aprende a condenar y escoge a quién culpar. Sabe que el que roba es un ladrón. Y también sabe que quien mira que roban y nada hace es cómplice del delito. Tan culpable el segundo como el primero.
El país respetaba a los empleados de Pdvsa. Tenían una excelente reputación personal y profesional. Se les toleraba y perdonaba su actitud prepotente. Hoy Venezuela los desprecia, los ve como malandros con tablets de última’ generación. El pais de a pie sabe que los que no hicieron o dicen que nada hicieron son igualmente culpables porque dejaron hacer. Pudo más en ellos la codicia que la elemental conciencia del deber ser. En su gigantesca arrogancia, los «pdvsos» rojos rojitos creyeron que eran los dueños de Pdvsa. Y peor. Se creyeron señores feudales y que los venezolanos éramos sus siervos de la gleba. Para su propio beneficio, inventaron una petrocracia en la que ellos se erigieron como amos, los amos del petróleo y de la Nación.
En el Medio Oriente, ISIS invade territorios, se roba el petróleo y lo vende en los mercados clandestinos. Eso es cuatrerismo del siglo XXI. Pues los «pdvsos de camisa roja» se robaron a PDVSA. Cuatreros. Eso son.
Yo no soy joven. Tengo muchos años de experiencia. A lo largo de mi vida trabajé mucho con los petroleros. Los tuve como clientes. Viajé con ellos. Estudié con ellos. Los tuve como profesores y también fueron mis alumnos. Supuraban pedantería. Se creían seres superiores. En el fondo pensaban que ellos eran el motor del país y que por ello estábamos los venezolanos en una suerte de perpetua deuda. Pero estaban bajo control. Con la cabuya corta. Tenían que pasar muchas auditorías. Quizás en los 80 y 90 ya muchos incubaban el germen delincuencial y cuando el sistema social se descuidó afloró lo que tenían adentro. Y los buenos, tantos, no atinaron a diagnosticar la gravedad del virus que arrasaría con su salud empresarial. Y eso me da mucha tristeza. La principal empresa del país fue victima de ataques certeros. Se la sitió. Sobre ella hubo un exitoso atentado. Botaron a los que eran no sólo profesionales de alto calibre sino hombres y mujeres que tenian principios y valores. Que PDVSA era una burbuja es cierto; que muchos de sus profesionales eran sin saberlo excesivamente cándidos e ingenuos, cierto tambien. Pero no eran traficantes de miseria como lo son los «pdvsos» de ahora. Nunca como ahora cabe la frase «hambreadores del pueblo». Me cansé de leer y escuchar que Eulogio era un «técnico y nada más». Sí, un técnico extremadamente eficiente en la destrucción y el robo. El talento sin moral es un azote, Bolívar dixit. Hoy Eulogio y varios de sus compinches están presos, no por lo que hicieron sino porque su prisión hace que el régimen luzca un maquillaje de decencia. Entretanto, el hombre alto que arrastra las erres escribe desde un dorado exilio en Europa, un exilio sufragado con los muchísimos millones que nos robó. .
Vi una encuesta. Los empleados de PDVSA tienen una pésima evaluación. A la par de los «colectivos». No me sorprende pero me pega en el alma. No sé qué duele más, si la indignación de saber que lo que nos hicieron a los venezolanos fue un «legalizado» robo a mano armada, o, la herida que bien sé llevaremos en cada centímetro de piel por muchos muchos años. Pero una cosa también sé: el petróleo no es sucio; lo son quienes lo usaron para vergonzosamente enriquecerse a costas de nuestro sufrimiento y, no contentos con ello, decidieron masacrar a PDVSA.
Le doy gracias a mis padres por haberme enseñado que la conciencia no se vende y que ni una sola moneda que tintinee en nuestro bolsillo puede lograrse a costa del dolor ajeno.