La “revolucionaria” glorificación de Guaicaipuro - Elías Pino Iturri

La “revolucionaria” glorificación de Guaicaipuro – Elías Pino Iturrieta

Cuando estén listos para la inauguración de una obra vieja barnizada de rojo-rojito, quizá las letras de Antonio García Ponce, quien publicó “Conocer Venezuela Colonial”, los pongan a descubrir demonios entre los cobrizos querubines. No es probable que lo lleven a cabo, hago una petición inalcanzable, pero no quiero perder la ocasión de restregarles un epígrafe sin desperdicio que el autor coloca en el comienzo de su libro. Es una espectacular afirmación de Federico Engels: “La concepción materialista de la historia no es más que un pretexto para no estudiar la historia”.

Publicado en: La Gran Aldea

Por: Elías Pino Iturrieta

Pese a su afición por las bibliografías, seguramente el señor Maduro desconoce la alabanza que hace Oviedo y Baños del camarada Guaicaipuro. En su ineludible Historia de la conquista y población de la Provincia de Venezuela, editada en 1723, Oviedo escribe del combativo cacique: “Verdaderamente de espíritu guerrero, y en quien concurrieron a porfía las calidades de un capitán famoso, tan afortunado en sus acciones que parecía tener a su arbitrio la felicidad de los sucesos; su nombre fue siempre tan formidable a sus contrarios que, aun después de muerto, parecía infundir temores su presencia”. No hacía falta la  exaltación de sus hazañas con la designación de una autopista que antes llevaba el nombre de un mestizo célebre, como ha sucedido hace poco, porque uno de los cronistas más significados de la cultura española le había hecho justicia generosa.

La cita que recoge el entusiasmo de un letrado de ese tamaño por las hazañas de un enemigo, viene a cuento para dar fe del retraso del régimen “revolucionario” en el premio del guerrero, pero especialmente para detenernos en el entendimiento que hace de la conquista de América como una atrocidad. No solo testimonios como el de Oviedo, reconocimientos respetuosos del contrincante, proponen análisis equilibrados de lo que sucede entre nosotros a partir de 1492. Se deben considerar también las requisitorias por la justicia social, expresadas por voceros de la dominación, a través de las cuales se comprueba la heterogeneidad de un proyecto que solo la irresponsabilidad de las generalizaciones puede presentar como una aberración que se debe pagar en el futuro con la mudanza de los nombres de las vías públicas y el derrumbe de las estatuas que lo representan. Aquello no fue una gozosa verbena, mucho menos un apacible acercamiento ni una novela de caballeros andantes, desde luego, pero tampoco la carnicería por la cual se rasgan las vestiduras los letrados de avanzada desde los tiempos de la Ilustración y los voceros de la izquierda en la actualidad. De allí que, en  un escrito dedicado a revisar los rasgos de la cultura trasladada a América desde la península, Álvaro Mutis propusiera: “Repensar nuestras nociones sobre España, que ha tenido que soportar la más necia colección de tópicos y de ideas comunes de una falsedad alarmante”.

No sé si el señor Maduro y sus asesores hayan leído al hermano Mutis, o tengan noticia de adalides españoles de la lucha contra las tropelías del conquistador que circularon en obras del siglo XVI, tan dignas de memoria como el fulminante sermón del Padre Montesinos en Santo Domingo sobre los encomenderos, o como la Historia de Fray Bartolomé de las Casas explayándose sobre la destrucción de las Indias, que han recibido la admiración de la posteridad. Quizá tales testimonios no hayan entrado en las bibliotecas “bolivarianas”. Por eso recomiendo, al señor Maduro y a su culto elenco, la lectura de un autor cercano que no ha pasado jamás por reaccionario, ni por agente del imperialismo: El colega Antonio García Ponce, quien publicó Conocer Venezuela Colonial en accesible edición de la UCAB.

Gracias a los pormenores de su investigación, los promotores de bautismos de autopistas, de lapidación de bronces y resurrección de hogueras podrán enterarse de cómo la conquista no fue un pugilato de villanos contra héroes, ni el triunfo de la maldad contra la virtud, sino un fenómeno complejo que no se puede apreciar a cabalidad si lo meten en el corsé de las aberraciones panorámicas. Uno de los contenidos más elocuentes del volumen se refiere a la ayuda que muchas parcialidades indígenas prestaron a los coraceros para el control del territorio. Debido a rivalidades tribales, o a las posibilidades del beneficio ocasional, varias huestes autóctonas no vacilaron en apoyar a los soldados extranjeros en su batalla contra las gentes del contorno conocidas de toda la vida, pero no siempre amadas. Y después, en no pocos lugares, fueron  pilares de la incipiente administración que va fundando el trono. Cuando descubran la próxima placa conmemorativa, cuando estén listos para la inauguración de una obra vieja barnizada de rojo-rojito, quizá las letras de García Ponce los pongan a descubrir demonios entre los cobrizos querubines. No es probable que lo lleven a cabo, hago una petición inalcanzable, pero no quiero perder la ocasión de restregarles un epígrafe sin desperdicio que el autor coloca en el comienzo de su libro. Es una espectacular afirmación de Federico Engels: “La concepción materialista de la historia no es más que un pretexto para no estudiar la historia”.

La ignorancia denunciada paladinamente por el camarada Engels lleva al tema de la condena del mestizaje que hace el señor Maduro cuando ordena la descalificación de Francisco Fajardo, antiguo titular de la Autopista más transitada de Caracas, mientras ordena en su reemplazo la elevación de Guaicaipuro. Es un asunto que merece el tratamiento pausado que no se hará en esta oportunidad, pues la excomunión oficial de uno de los primeros representantes calificados de la amalgama de español e india conduce a una  negación cuyas consecuencias obligan a un análisis profundo. ¿Acaso no provoca  la abominación de la mezcla étnica y cultural que caracteriza a la mayoría de la sociedad venezolana? Pero, para que nadie piense que se cae aquí en los juicios sumarios que se critican, baste ahora con asomar que quizá tenga fundamento doctrinario la condena de los hechos del gran hispano-guaiquerí, proclamada desde la tribuna de una revolución que se ha definido como “bolivariana”. ¿Por qué? Porque puede encontrar fundamento en las ideas de su profeta. Si nos aventuramos a afirmar que fuera Francisco Fajardo el primero de los pardos dignos de renombre, debemos recordar que Bolívar, como prototipo de los criollos blancos y rancios, no solo le tenía ojeriza a los de su clase y color, sino también mucho miedo. Temía que Venezuela ardiera en “el volcán de la pardocracia”. Si el señor Maduro sigue al pie de la letra el pensamiento del supuesto inspirador del chavismo, ahora nadie lo puede culpar de incoherencia.

 

 

 

 

 

 

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