A través de la lectura a veces podemos apreciar la metamorfosis de quien escribe, aunque en este caso la vestidura radical de unos tiempos se fue destiñendo para develar otro sentir, otra postura a través de su prosa. En esta breve semblanza del escritor, periodista, abogado, y político nicaragüense, precisa el autor: “‘Adiós muchachos’ y ‘Margarita, está linda la mar’, por ejemplo, no solo son obras importantes de la narrativa latinoamericana, sino también batallas campales contra una tiranía. De allí la trascendencia de Sergio Ramírez”.
Publicado en: La Gran Aldea
Por: Elías Pino Iturrieta
La evolución política de Sergio Ramírez es asombrosa. De la colaboración franca con una revolución orientada a cambiar la vida de Nicaragua y de la íntima cercanía con el comandante Daniel Ortega, figura estelar de ese movimiento y ahora dictador en desenfrenado ejercicio, a una conducta de búsquedas democráticas y de tajante lejanía del hombre fuerte, desarrolla un periplo que sugiere una reflexión sin prisas. Se da a conocer como figura del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) y como miembro del gobierno surgido de la derrota del tirano Anastasio Somoza Debayle, pero no solo termina militando en la oposición sino también en las organizaciones más odiadas y temidas por el detentador del poder. Es un tránsito que requiere análisis pausado, y del cual solo se intentará ahora una explicación somera.
La nausea provocada por el régimen de los Somoza, es sentida por la inmensa mayoría de los grupos prominentes del país que no toleran el grado de degradación moral y de arbitrariedad al que se ha llegado. Uno de los núcleos más activos de resistencia se forma en la universidad en cuyas aulas estudia el joven Sergio Ramírez, alumno de medalla de oro en su promoción de la Facultad de Derecho y escritor entusiasta que se estrena en una revista de avanzada que promueve con sus compañeros. Los experimentos con las letras y las iniciativas ocultas contra el régimen lo habitúan a largas discusiones y a la necesidad de congeniar con los que piensan distinto, hasta formar una organización de resistencia que sale de los claustros para crear un frente opositor en el cual participan muchos empresarios, sacerdotes conocidos o de medio pelo, obreros y representantes de profesiones liberales que se iniciaban en política. El joven destaca en el heterogéneo grupo porque, sin abandonar sus empeños literarios, ajusta posiciones y provoca acercamientos gracias a los cuales se acelera el fin de la dictadura.
“Desprenderse de los compromisos que lo ataban a un entendimiento cada vez más zafio y oscuro del Gobierno, hasta convertirse en encarnación de un republicanismo que buscaba la manera de restaurarse en Nicaragua”
Una de las iniciativas en la cual se empeña entonces consiste en la divulgación de las ideas de Augusto César Sandino, célebre luchador contra el imperialismo estadounidense que no gozaba de simpatías en los salones de las clases encumbradas, ni en los medios intelectuales del extranjero, y a quien se comparaba con los filibusteros sin bagaje digno de atención. Una afición cada vez más acusada por la historia, pero especialmente por contarla de manera atractiva sin distorsionar sino un poco a su contexto, permite el fortalecimiento del héroe antiyanqui y la posibilidad de que su prestigio en la parcela de las ideas nacionalistas se apuntalara en espacios que lo subestimaban. Pero, a la vez, refuerzan sus nexos con el coordinador del sandinismo revolucionario, Daniel Ortega, quien se aficiona a su compañía, pero también a sus luces, y lo presenta como su brazo derecho. O muchos así lo consideran. Derrumbado Somoza Debayle, llega el turno del coordinador del FSLN y de quien aparece como su linterna y bastón.
Hace un par de años, Ramírez fue designado como coordinador y prologuista de las Obras Completas de Sandino, pero el Gobierno lo vetó. Por las pequeñeces de la mujer de Ortega anonada por unas cualidades intelectuales que jamás la adornarán, afirman los conocedores de la reinante cúpula, pero también debido a cómo pudo el autor desprenderse de los compromisos que lo ataban a un entendimiento cada vez más zafio y oscuro del Gobierno hasta convertirse en encarnación de un republicanismo que buscaba la manera de restaurarse en Nicaragua. Después de trabajar con Ortega como segundo de a bordo, recomendó la aceptación del triunfo electoral de Violeta Chamorro contra una revolución cada vez más alejada del pueblo. Más adelante, como diputado de oposición en la Asamblea Nacional, planteó una reforma constitucional que permitiera una democratización profunda de la convivencia y el establecimiento de frenos y contrapesos en el contraste de los poderes públicos. Por último, fundó una bandería sandinista que se anunciaba como democrática de veras, contra el autoritarismo cada vez más evidente del sandinismo sin ideas que criticó con serenidad, pero también con énfasis.
Pero, ahora si el colmo, se valió de sus dotes de narrador para la escritura de textos autobiográficos y de historias de sus contemporáneos a través de los cuales ventiló las miserias del régimen sin encerrarse en los confines de los manifiestos políticos. Sus memorias capaces de resumir las bajezas de una barbarie sin paliativos, sus historias sin fantasía que convierten las vicisitudes aparentemente pedestres en hazañas, esas alternativas de acercarse a la realidad sin diccionario ni catedráticos, son el arco y la flecha que lo convirtieron en bestia negra de la dictadura. Adiós muchachos y Margarita, está linda la mar, por ejemplo, no solo son obras importantes de la narrativa latinoamericana, sino también batallas campales contra una tiranía. De allí la trascendencia de Sergio Ramírez.
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