Pepito
Vivir vale la pena a veces… pero ¿morir? Morir no vale la pena nunca… esa es una de las muchas frases que atesoro de mi papá, José Montañés, Pepe o Pepito como lo llamábamos todos… Llegó a esa conclusión en uno de sus últimos viajes a España, esa España por la que luchó su papá en una guerra que le cambió la vida y que terminó por parecerle absurda… como todas las guerras… La frase cobra hoy un significado aún más duro para mí, supongo que para todos, pero sobre todo para él. Nunca conocí a alguien con más ganas de vivir, nadie más aferrado a la vida que mi papá. Se cuidaba muchísimo, iba donde su médico cada seis meses a hacerse un chequeo general y lo llamaba a cada rato para comentarle recomendaciones que leía en artículos de salud, casi causaba risa esa obsesión que él, con su humor negro, explicaba diciendo que “quería morir sano”… Últimamente lo tenía preocupado ser el ingeniero más viejo de Vepica, decía que por estadísticas, el próximo tenía que ser él y sonreía, irónico, sarcástico, pero sin resignarse a la idea… quizá porque no le tenía mucha fe a lo que iba a encontrar en el más allá… Decía que esta vida era absurda pero que lo peor era que, si había otra, no podía ser mejor que ésta, tomando en cuenta que la maneja la misma administración… otra de sus grandes frases, según yo… como la de que a lo que más le tenía miedo era a los pendejos, porque son muchos y porque son mucho más peligrosos que los malos… o la de que había que mantener un perfil bajo porque la vida se encarga de darle muchos leñazos a uno, pero pasando desapercibido de alguno te salvas…
Mi papá lo decía en serio y sí era un tipo discreto, pero creo que no logró pasar desapercibido… fue querido y admirado por muchísima gente, era un tipo cojonudo, necesario, útil, divertido, brillante, sensato, original, un gran ingeniero, el mejor amigo posible, un hermano excepcional, un abuelo genial, el mejor padre que pueda existir…
Dudo que haya un padre que quiera más a su hija, eso me decía siempre y estoy segura de que es verdad. Pepito y yo tenemos una relación rara, rarísima, en el sentido de lo poco común, porque además de padre e hija, somos compinches… digo somos, en presente, porque eso no es algo que se rompa así no más…
Yo lo voy a extrañar mucho, demasiado… y me llena de orgullo saber que no soy la única. Pepito nos va a hacer mucha falta a todos los que lo conocimos. Me llenan de orgullo todas las manifestaciones de afecto que he recibido y que son por él, me conmueve profundamente ver a sus amigos llorándolo abiertamente y sin pudor. Me conmueve y me sorprende porque esto me ha hecho darme cuenta de que yo jamás vi a mi papá llorar por nada… era un tipo con un corazón enorme que quería y se preocupaba por todo y por todos, pero que no lloraba. Nunca. Y creo que sé por qué. La anécdota es preciosa y dura, me la contó él mismo y la voy a compartir con ustedes… Cuando mi papá tenía nueve años y estaba jugando en el cuarto, su padre le pidió que fuera a la sala. Pepito salió corriendo, haciendo que volaba como si fuera un avión y se quedó petrificado porque en la sala estaba su padre junto a una maleta. Le explicó, brevemente, que se tenía que ir de la casa y de España. Ya era evidente que el bando por el que luchaba iba a perder la guerra y se tenía que ir. “Ahora eres el hombre de la casa” le dijo mi abuelo a ese niño de nueve años que se quedó aterrado, con mil preguntas que no se atrevió a hacer, que quería llorar pero no lo hizo. Se asomó a la ventana y ahí se quedó viendo a su padre irse, hasta que éste dobló la esquina y no lo vio más. Más nunca. Nueve años más tarde se reencontraron aquí, en Venezuela, pero había pasado una guerra y peor, una postguerra. Ya no eran los mismos.
No la tuvo fácil Pepito en esta vida que le parecía tan absurda y de la que sin embargo no se quería ir… le gustaba mucho leer el periódico de cabo a rabo, poder seguir yendo todos los días a su oficina, almorzar allí, sentirse útil, hablar pajita con sus muchos amigos, venir todas las tardes después del trabajo a ver a sus nietos y tomarse un güisqui conmigo, conversarnos lo poco que decía haber entendido de esta vida a la que según él lo habían traído sin preguntarle ni explicarle por qué o para qué. Vine al mundo sin entender para qué y me voy a ir sin entenderlo, decía… No sé si ahora se lo están explicando. Supongo que estará bebiéndose unos tragos con los amigos que se fueron antes que él: Fernando, Constantino, Tinín, Ángel, Blasco, tantos otros… y que estará abrazando a su madre y diciéndole a su padre por fin todo lo que se quedó con ganas de decirle… no lo sé, no puedo saberlo… pero si puede seguir viéndonos aquí, ahora, extrañándolo y llorándolo, queriéndolo y admirándolo, yo sí quiero que sepa la huella tan profunda que dejó en todos los que lo conocimos… a lo mejor es que el sentido de la vida no era más que eso, papá, querer y ser querido… si es así, lo logró como pocos… es un privilegio inmenso haber contado con él… será muy duro sentir ahora la ausencia de un hombre que si algo fue es presencia… una presencia generosa, enorme, única… Yo quiero decirte delante de todos los que te quieren: gracias, papá, gracias por tanto…
Ha muerto un hermano mío, Pepe Montañés
A los hermanos se les conoce desde que uno es pequeño o cuando ellos lo son; y no se les escoge. Con Pepe me pasó algo diferente. Lo conocí ya grande, en Paris en 1961 cuando él, recién salido de su curso de Concreto Pretensado y yo, entrando, coincidimos una noche en La Candelaria, pequeña boîte del barrio latino donde acudíamos con frecuencia buscando nuestros ritmos y sabores caribeños y con la esperanza, nunca satisfecha, de oír tocar guitarra a Jesús Soto, quien por esa época cuadraba su presupuesto por esos lados.
Estaba el acompañado de Juan Carlos Rey, profesor en el Instituto de Estudios Políticos de la Universidad Central de Venezuela adonde entró de la mano del eminente estudioso Manuel García Pelayo, constitucionalista español de relevancia en la transición a la muerte de Franco. Tiempo después, el propio Rey ocupó la dirección del Instituto que había creado su maestro. Acompañaba también a Pepe en aquellos tiempos una aureola misteriosa relacionada con sus viajes a la España franquista para introducir propaganda clandestina, labor ardua y peligrosa que a veces, en tono humorístico relataba. En especial le divertía relatar el paso de la frontera cuando en compañía del común amigo Ing. Uberto Mondolfi lograron burlar a los guardias y pasaron la maleta llena de folletos incendiarios contra la dictadura. Nos vimos pocas veces después de la noche en La Candelaria; en una de ellas, cenamos en La Vagenande, restaurant fin de siglo XIX en el barrio latino al que le gustaba ir por su hermosa decoración y menú solidario, al cual llamaba “Le Maxim du Pauvre”, el Maxim de los pobres.
Muchos años después, supe del propio Pepe que su coordinador para aquellas labores clandestinas era Jorge Semprun, hijo de la alta burguesía santanderina y destacado líder de la izquierda española quien se hizo famoso luego del XX Congreso del Partido Comunista donde Kruschev expuso los crímenes de Stalin cometidos a nombre del proletariado. Semprun se opuso a la estructura partidista sovietizante que encarnaba Santiago Carrillo y Dolores Ibarruri (la Pasionaria del “No pasaran” en Madrid). La reunión final en París que me relato recientemente Pepe donde Jorge Semprun y Fernando Claudin fueron ambos exorcizados a partir de ese momento por el partido quedó en mi memoria como muestra de los extremos a los que puede llevar un poder omnímodo que bajo ninguna circunstancia permite que la más leve luz entre en las cárceles que cuidadosamente construyen para sus prisioneros, así como de la valentía de Semprun, Claudin y el propio Pepe al denunciarlos. Ya había allí la semilla en Pepe de su intransigencia con el poder omnímodo, los falsos líderes y los sacrificios injustos que se revelarían con fuerza a lo largo del tiempo.
Los detalles de esa vida en clandestinidad que vivió Pepe quedaron magistralmente descritos por el propio Semprun en dos libros que el me recomendó: “El largo viaje” de Federico Sánchez, nombre de Semprun en la clandestinidad y “Federico Sanchez se despide”. Igualmente de esa época recuerdo el delicioso libro de Xavier Domingo “Cuando solo nos queda la comida”, escrito por el gastrónomo que prefería otro nombre para sus aficiones, se decía “cocinólogo”. En el libro recogía sus artículos publicados en la revista Cambio 16 durante los albores de la democracia española. Un libro de recetas escrito por un trotskista furibundo y miembro activo del grupo surrealista francés que revela toda una filosofía de la vida cotidiana, del buen vivir y comer con lo que se tiene al alcance de la mano, con mucha fantasía y mucho humor como el que desplegaba Pepe cuando compartíamos una buena mesa en la casa o en alguna de las tascas de Sabana Grande a la que era tan aficionado, La Huerta en especial.
Terminé mis estudios en París sin volver a ver a Pepe y a mi regreso a Venezuela , optando por un cargo en la División de Puentes del Ministerio de Obras Públicas me encuentro de nuevo con él. Fue el inicio de una amistad que duro todas nuestras vidas, compartiendo experiencias profesionales, familiares y personales que me han marcado de forma indeleble. En la sala de cálculo de Puentes del MOP (hoy desaparecido al igual que la sala) me formé como calculista guiado de la mano de excelentes maestros: Pepe, José Capobianco y Fernando Capecchi. Recuerdo con especial emoción cuando me asignaron, recién iniciándome como proyectista de puentes, la Pérgola de la Araña, compleja estructura espacial que me atemorizaba por la variedad de esfuerzos a la que estaba sometida. Con el apoyo de los tres, logré articular un programa de diseño que en 3 meses debería tener listos los planos. “Demasiado tiempo” dijo el Jefe de la Sala. “Hay proyectistas privados que la ofrecen en 1 semana”. Luego de un forcejeo de varios días donde abundaron las escenas de humor y de rabia, la Pérgola se quedó en la sala y con el apoyo de ellos logré culminarla en dos meses y medio, y hasta hoy, esta allí, estable y segura. Asesoría suya recibí igualmente en el diseño de los pórticos de la Araña, los puentes de la Autopista Urbana de Maracaibo, el Puente Internacional sobre el Río Arauca, la Autopista a Oriente y tantos otros puentes.
En la sala de cálculo alternábamos nuestra pasión por la precisión y las obras bien hechas con la inquietud política. Fue a través de Pepe y el amigo Velandia, ingeniero de vialidad, que tuve a distancia conocimiento del periódico chino “Viento del Este”, instrumento de propaganda de la china maoísta en la época de la guerrilla venezolana. Se deshacía ese periódico con solo soplarlo, como las cascaras de la cebolla del cual estaba hecho, igual que lo hicieran muchos años después las ideas del Gran Timonel. Conocí a los ingenieros Chafun y Ho Chi Min (nunca supe sus nombres pero sus alias indican por donde andaban), Armando Fernández y tantos otros que alternaban sus labores profesionales con las políticas, y forjamos igualmente una solida amistad con el resto del grupo de la sala de Puentes (Leopoldo Anzola, prematuramente fallecido, José Capobianco, Pedro Ríos y Eli Abadí) quienes hasta el día de hoy, 40 años después, se ha mantenido en contacto a través de esporádicas pizzas compartidas en el Paseo Las Mercedes.
Fue en esa época en que Pepe contrajo matrimonio con Mónica Chalbaud y recuerdo bien el día de la boda, en compañía de otro grupo de destacados ingenieros, estos, hijos de refugiados españoles como el propio Pepe: Álvaro Fernández, Constantino Fernández, Antonio y Ángel Padilla y los catalanes Amador Casals y Enrique Grau, ambos con gran don de gentes, humor y capacidad comercial fundidos en una sola persona.
Al salir de la sala de Puentes, coincidimos en varios proyectos de edificios y luego Pepe comenzó su trabajo en el Distribuidor de Prados del Este, donde participo activamente con Enio Liberatoreen las etapas de diseño y construcción del mismo. Curioso por naturaleza, participo en diversos cursos de formación en concreto y acero que ampliaron su visión de la profesión y la profundidad con que analizaba sus problemas. El proyecto de mas envergadura en el cual participamos juntos fueron una serie de viaductos que bajo la coordinación del Ing. Jesus González Bogen y la tiranía de las normas de construcción Din del Beton Kalender realizamos con el Ing. Álvaro Fernández para el MOP. Si mal no recuerdo, es el Distribuidor Canoa en la Plaza Venezuela.
A nivel intelectual, hicimos en esa época juntos un curso de Filosofía que dictó en la Universidad Central de Venezuela su amigo, el pensador y escritor español Juan Nuño. Ello nos permitió revisar, guiados por un excelente lazarillo, los momentos claves de la filosofía universal. Más discusiones, más lecturas. Hegel, Kant, y en particular el intragable Gyorgy Lukacs con su Historia y la Conciencia de la Razón y La Destrucción de la Razón.
Si bien durante un largo período no tuvimos un contacto profesional muy frecuente, socialmente si fue posible. Pepe era valenciano como la madre de mi esposa Josefina. Su padre, Don José Montañés, creo que fue el último gobernador republicano de Cádiz, aventado a México y luego a estas tierras con el triunfo de Franco. Con la venta de libros y otras actividades después de varios años en estas tierras, logró traerse a su familia (Doña Amparo, Amparito y Pepe), quienes llegan en plena euforia blanca del 45. Instrumental en dicho exilio lo fue mi suegro, el Dr. Simón Gómez Malaret, pediatra graduado en Barcelona, España, prestado a la política y que como Vicepresidente del Senado logró abrir las puertas a un sin número de españoles que deseaban emigrar a Venezuela, entre los cuales se encontraba Don José. De allí creció una amistad entre las familias, así que cuando yo ingresé en la familia Gómez Vilaseca, me encontré de nuevo con Pepe, su familia y relacionados, todos exiliados españoles. Fueron muchas las oportunidades que compartimos: el nacimiento de su hija Moniquita, el de nuestros hijos Carlos de quien es padrino, Anabella y Daniela; los cursos de cerámica que Mónica madre daba al grupo de amigas y relacionadas. Los paseos a la Colonia Tovar con los niños. El compartir los chicharrones del Junquito y las deliciosas rodillas de cochino, todo ello forma parte de nuestra historia familiar.
Las lecturas. Pepe era un lector infatigable; hoy era Peter Kropotkin y la Conquista del Pan, mañana era un libro de economía de John Kenneth Galbraith, después uno de historia y así sucesivamente. Leí mucho de lo por él sugerido y aprendí de nuestras conversaciones de la época, cuando todas las cenas familiares terminaban en El Gran Café de Sabana Grande a la luz de la luna y a punta de cafés. El grupo “español” conversaba, se discutía más bien. Empecé allí a familiarizarme con la Guerra Civil Española, sus orígenes, el comportamiento de la clase política, los errores cometidos. Una generación de emigrantes juzgando un proceso histórico y a sus propios padres. Difícil tarea que me abrió todo un mundo de ideas y conocimientos que me ha alentado hasta el día de hoy. Allí se discutía de todo, de cine, de historia, de teatro, de política venezolana y mundial; si se planteaban los juegos de metra, también se discutían. En historia, Constantino Fernandez hacía una demostración de su fabulosa memoria y conocimiento de la Historia Universal. Eran discusiones agrias, duras, y donde a veces al final del día no parecía haber perspectiva para salir de la negra dictadura de Franco ni de la democracia chucuta que a partir del inicio de la bonanza petrolera comenzó a tomar cuerpo en Venezuela, ni de la amenaza nuclear que pendía sobre el mundo, y a recomenzar con la próxima reunión. En ellas y de mano de la familia de mi esposa comencé a conocer y amar a España, hasta en sus defectos como diría mas tarde Pérez Reverte.
En algún momento Pepe decidió graduarse de Ingeniero en España y optó por hacerlo en el Instituto de Caminos, Canales y Puertos (Caninos, Canarios y Puercos como le decíamos en broma). Se trasladó con su familia a Madrid y lo logró. Fue durante ese período que la amistad, el interés y la pasión por la cultura y el arte nos llevó a planificar un viaje conjunto; Josefina y yo con Pepe, Mónica y Moniquita. Visitamos Madrid, León, Santillana del Mar y las Cuevas de Altamira, Asturias, Fuente De y un sin número de pueblos donde compartimos las mas variadas experiencias. En uno de ellos recuerdo haberle pedido consejo para comprar una pequeña escultura de Forges donde aparece sentado en un sillón un burócrata típico del franquismo y detrás dice a modo de sentencia: ”Yo solo veo dos alternativas a la actual situación. A) Seguir así. B) Continuar como estamos. Me dijo, cómprala, es fantástica. Tenía la pequeña escultura ese humor negro tan cercano a Pepe y lleno de sabiduría sobre el comportamiento del ser humano cuando tiene poder. Todavía la guardo como un preciado bien.
Igualmente me acuerdo de Moniquita, con escasos 8 a 9 años, hoy exitosa novelista y que siempre se sentaba frente mío en las comidas a riesgo de tener que competir por las tapas, y me decía en tono poético: “Tú estas donde estoy yo”. Una especie de transmutación espacial que ya anticipaba su fértil imaginación de escritora.
Posteriormente, compartimos nuevamente experiencias profesionales. Estando yo comprometido con un desarrollo inmobiliario de envergadura en el Valle, surgió la posibilidad de articular un esfuerzo conjuntamente con una empresa española, Entre canales y Tavora donde trabajaba Álvaro Fernández, el insigne calculista de las Normas Din antes referidas. Seleccionamos en Barcelona los encofrados deslizantes y armamos toda la negociación que se cerro, bien recuerdo, con un almuerzo en el Restaurant Horcher de Madrid bajo los auspicios de un rodaballo en salsa blanca. El proyecto se inicio bajo buenos auspicios, con Pepe como Gerente del Proyecto y Obras. Lamentablemente la estructura de costos nos obligó a cambiar de contratista y realizar la obra directamente nosotros. Pepe manejó con gran delicadeza y habilidad todo el proceso, incorporó al Ing. Pascual d’Antonio, un excelente ingeniero de origen italiano con quien trabamos una solida amistad, y logramos finalmente hacer la transición y finalizar exitosamente las obras.
Luego dio Pepe inicio su trabajo como Ingeniero Consultor de Vepica donde desarrollo importantes obras de ingeniería y logró la admiración y respeto de sus jóvenes compañeros de trabajo. Fue un obrero de la Ingeniería, trabajando los aspectos conceptuales, teóricos y prácticos de la profesión. Además, un amigo inmejorable.
En esa época, remodelaba yo un edificio de apartamentos de los años 40 y paredes de carga (de 50cm), para convertirlo en una obra actualizada que requería espacios mas amplios, sobre todo en planta baja. Llegados a un local donde se necesitaba tumbar toda una pared de carga y colocar una columna y una viga en sustitución, me rendí ante el reto. La salida fue llamar a Pepe quien en forma audaz y bien calculada, propuso la solución que por un lado corría el riesgo de que todo el edificio colapsara, y por la otra, que el piso no se cayera y pudiésemos articular la viga columna para ampliar los espacios. El espacio se amplió y es hoy una hermosa sala de exposición, pero pasamos los dos una semana de terror mientras se implementábamos la solución planteada por Pepe.
Mi traslado a USA, intermitente al principio y más permanente hacia los últimos años, distanció los espacios de encuentro, los cuales tratábamos de mantener a la mas pequeña oportunidad. Las lecturas y sus recomendaciones se mantuvieron, suavizadas. El militante del materialismo Histórico y Materialismo Dialectico y del Capital, daba paso al pensador que con su gran experiencia y sensibilidad lograba integrar su conocimiento en un todo coherente donde el ser humano tomaba dimensiones más realistas, más humanas. Las ideas y la praxis se conciliaban armoniosamente. Su hija Moniquita y sus dos nietos, se convirtieron en la luz que iluminaba y daba sentido a sus acciones, su felicidad.
El humor negro de Pepe, tan español, persistía pero endulzado por el tiempo. Ya no creo pensaba que un optimista es un pesimista mal informado como decía antes. El optimismo por la vida para él en esta etapa se le sentía, lo vivía.
Hace mas o menos 6 meses me llamó a Miami y me dijo: ¿Carlos cuando vienes? Le dije: no sé, ¿pero tienes algo específico que te interesa conversemos? Me dijo: no, solo quiero hablar contigo, hablar paja y tomarnos un café. Así lo hice pocas semanas después. Fue la ultima vez que lo vi con vida. Hablamos paja, hablamos de su experiencia, de su historia, de su época clandestina en Francia y España. Al salir de la reunión le comenté a mi esposa: yo no creo que volveré a ver a Pepe con vida.
A partir de ese momento, se comenzó a formar en mi mente esta despedida a mi amigo, a mi hermano Pepe, el Ingeniero Humanista.
Un comentario
Muy hermosa lectura, donde el amor es el protagonista, he conocido a una gran persona, Sr. Pepe, que sin duda ha dejado huella no sólo en todos los que él amo y lo aman, sino también en sus obras como el profesional de ingenieria, tantas estructuras que he transitado y él ayudo a construir.Las personas que hemos amado y que emprenden el viaje , no se van de nuestro lado porque las llevamos siempre en el corazón.