Hollywood pervertido

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Recientemente hice un episodio de “En Conexión” -el programa de televisión hago para IVC y que por razones ajenas a mi voluntad se transmite solo en los Estados Unidos- a propósito del feminismo. ¿Qué es el feminismo? Y, sobre todo, ¿Por qué ha sido tan satanizado a lo largo de los años?

El feminismo ha logrado avances importantes. Su meta, en definitiva, es la igualdad. La igualdad entre los sexos. La igualdad en el plano del poder político, económico y social.

Hoy por hoy, por ejemplo, temas como violencia de género y sexismo, pueden airearse abiertamente, y ese es uno de los logros que ha tenido en su haber el movimiento feminista a nivel mundial. Pero años atrás la situación no era tan clara.

Cuando usted ve una película como el Mago de Oz, tan ingenua, tan cándida e inocente, con esa Judy Garland haciendo de esa Dorothy tan encantadora, no puede sospechar el sórdido ambiente que estuvo tras ella durante el rodaje.

Según le leo a Nohelia Ramírez, en un reportaje en El País de Madrid: “Judy Garland era prácticamente una niña cuando interpretó a Dorothy en El Mago Oz, en 1939 –tenía 17 años–, pero ni eso la libró de ser acosada sexualmente por varios actores que interpretaban a los munchkins, los personajes de talla pequeña que ayudaban a Dorothy a seguir el camino de baldosas amarillas.” Tales enanos, según revela la periodista, eran una partida de pervertidos que no perdían momento para meterle mano por debajo de la falda, para acosarla sexualmente. Además, eran soeces, vivían borrachos y le decían de todo un poco.

Esas cosas, sin embargo, no se divulgaban en esa época, siempre pasaban por debajo de la mesa. Pero ahora todo empieza a salir a la luz pública. Por ejemplo, del manoseo a las piernas de la adolescente Judy Garlan se pasa a casos de denuncias ya muchos más gruesas y subidas de tono. Es lo que ha denunciado, a saber, Evan Rachel Wood  – quien hace de Dolores en Westworld, – que desveló, recientemente que fue violada en dos ocasiones. Ashley Judd por su parte, confesó que fue violada cuando tenía 14 años. Casey Affleck, quien en la actualidad tiene mucha exposición mediática por ser uno de los favoritos al Oscar por Manchester by the sea – tiene en su contra una acusación -al parecer con suficientes pruebas- por acoso sexual contra una productora y directora de fotografía.

Alfred Hitchcock and Tippi Hedren on the set of «Marnie» 1964 Universal Pictures

Hay otros casos que asombran un poco más. Alfred Hitchcock -tan serio y señorial él- al parecer tenía una obsesión con Tippi Hedren. Ella protagonizó una de sus menos afortunadas películas, “Marnie, la ladrona”; además de haber sido acosada antes –por los pájaros- en “Los pájaros”. La Hedren -quien sería la madre de Melanie Griffith-, calaba perfectamente en la obsesión de Hitchcock por las rubias. Él las quería, las necesitaba siempre en sus películas (Janet Leigh, Grace Kelly, Doris Day, Vera Miles y la lista pica y se extiende). La Hedren denunció que Hitchcock se le abalanzó en varias oportunidades (el verbo, obviamente, no es más que la mera insinuación de algo mucho más grueso, baboso  grave). ¿Por qué no lo denunció?  Ella lo respondió de manera directa, fácil, sin trampas ni vergüenza: “¿En aquel entonces quién de los dos era el más valioso para aquel estudio, Hitchcock o yo?”

Pero en el reportaje de Nohelia Ramírez no solo se habla del acoso sexual, también se habla de los abortos. Estos eran la orden del día: “Los abortos eran nuestra pastilla anticonceptiva”, dijo una vez una actriz sobre la más que común práctica de los estudios.

Escribe Ramírez, si una actriz de un gran estudio del viejo Hollywood quería quedar embarazada entre los 20 y los 50 años, ni ella ni el padre de la criatura podían decidir, porque eso ya estaba en manos de los grandes jefes de esos estudios. Cita el caso de Bette Davis. Ella tuvo un buen número de abortos y no fue madre hasta los 39 años porque “si no habría perdido los mejores papeles de mi vida”.

La vida de las actrices -cuentan tantas historias y leyendas- nunca ha sido nada fácil. Pero en el Hollywood de aquél tiempo -¡quién sabe si ahora!- era algo espantosamente cruel, sacrificado y esclavizante.  La fama cobraba más caro que el diablo.

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