Publicado en zaperoqueando
1º de mayo. 10:40 a.m. Fui un rato a la concentración chavista en la avenida Libertador. Había música, comida, afiches de imprenta y montones de autobuses, como siempre.
Por alguna razón, la logística chavista no incorpora bolsas de basura para recoger los empaques de la comida que reparten. Caminé varias cuadras para comprobar que con todos los autobuses no llenaban una cuadra. Había gente recién despierta, demasiados niños para un evento político (algunos en brazos) y hasta franelas recién estampadas con el apellido de Nicolás y el 1º de mayo en rojo.
Los ojos virolos del finado ya no son un ícono aunque al fondo suene «vive tu vida, dale alegría, escucha bien lo que te estoy diciendo…». Regresé sobre mis pasos y en la esquina de la clínica Santiago de León un grupo de gente forcejeaba por desechos. Los trabajadores gubernamentales solo los veían, en una mezcla de curiosidad y sorna que me espeluznó. Los veían desde la superioridad del burócrata, bajo el amparo de sus uniformes y sus carnets.
Intervine. Me paré delante de las viandas de anime y comprobé qué tenía cada persona en sus manos. Lo que quedaba eran restos ensalada de repollo y zanahoria rallada mezclados con mayonesa, trozos de pan, naranjas completas, unas papas sancochadas y restos de jugos. Se acercó un trabajador de PDVSA, con su gruesa chaqueta roja. Me preguntó si era de logística. Sin esperar respuesta dijo que en la otra esquina había otros potes botados y que me los iba a traer. Fui entregando lo que había, en el orden que se me ocurrió. La gradación del hambre es compleja. La desesperación no se puede medir.
Los locos se satisfacen más rápido: reciben sus porciones y se marchan. Los otros no. Casi todos eran hombres y ninguno lucía sucio. No era gente de la calle sino gente en la calle, buscando qué comer, con la ropa limpia y las uñas cortadas.
Volvió el señor y la bolsa que nos trajo tenía el fondo lleno de jugos mezclados y trozos de pan flotando. «Así está más suave», dijo un señor al sacar el primer trozo. La humillación a la que están siendo sometidos tantos venezolanos es una aberración. Hay muchas personas urgidas de comida y estos imbéciles gastan dinero público en franelas y afiches.
Terminada mi tarea, regresé. No se me ocurrió sacar el teléfono para fotografiar nada, lo hice un poco más lejos para probar que con todos los autobuses aún no llenaban una cuadra. No llenan nada. Ni siquiera el estómago de los más pobres.
Este es un día para la demanda de reivindicaciones laborales y fue convertido por el chavismo en otro ejercicio de adoración a Nicolás, como si hubiese algo que agradecerle. La amenaza de despido superó a la de lluvia así que ahí estaban los coordinadores de grupo advirtiendo que el que no esté al terminar el evento «ya verán».
Un país no se sostiene con amenazas, con falacias ni con sobras.
El cielo, solidario, está nublado.