Raquel Abend van Dalen y Michelle Roche Rodríguez: ¿Qué Venezuela tenemos metida en la maleta?

VALERIE MILES

Como escritoras venezolanas nacidas en Caracas que viven el desconcierto del exilio o la migración, habéis perdido un espacio personal, íntimo, sentimental, familiar. Las dos habéis estudiado en NYU, y tras la experiencia en esta ciudad-centro-del-mundo, habéis seguido vuestros caminos en Houston y en Madrid, respectivamente. Escribir apartadas de un público lector natural es una situación difícil. Y para las letras de un país, cuando se tiene que emplear la palabra diáspora para describir la situación, ¿ésta se vuelve problemática para la continuidad de una tradición? Se ha de preguntar, además: ¿dónde se halla la tradición venezolana ahora? ¿Irse para escribir sobre la verdad de Venezuela, aunque sea con mentiras? ¿Permanecer en un exilio interior, en un lugar hostil? Convertirse, como dice el poeta Rafael Cadenas, reciente premio Cervantes, en un “intenso vividor del presente”. Y ahora Venezuela lamenta la pérdida de una grande como Victoria de Stefano. Desde la lejanía, todo se vuelve nostalgia y mito.


RAQUEL ABEND VAN DALEN

Querida Michelle, te escribo aprovechando que estoy en una puerta de embarque, a punto de tomar un avión. Verás, en pocos lugares me siento tan desencajada, a pesar de que los aeropuertos se parezcan entre sí. Ya debería ser un lugar conocido, familiar, pero nunca deja de serme extraño. En ocasiones, desolador. Provocan un corte en la rutina, a veces un quiebre irremediable. He vivido en tantas casas desde que me fui de Venezuela hace once años que un breve desplazamiento despierta todo tipo de cosas dentro de mí. ¿Tú también te has mudado mucho? Pienso en un poema de nuestra gran Hanni Ossott que dice: «La casa original se lleva a cuestas. Dolorosa. Difícil». ¿Cuántos vuelos más tendrán que pasar para que el avión deje de simbolizar la pérdida? Mi papá solía llamarme siempre que yo viajaba, sin importar desde dónde viajara, para despedirme, y después me daba la bienvenida una vez que yo llegara al nuevo destino. Esperar en una puerta de embarque es también esperar esa llamada que más nunca ocurrirá.

Por mucho tiempo sentí que mi papá era la única conexión material que me quedaba con Venezuela y temía que cuando falleciera algo terminaría de romperse. Así que cuando murió el año pasado, comencé un proceso doble de duelo, por él y por Caracas, por esa primera casa. Sin embargo, algo milagroso me ocurrió este semestre: me invitaron a enseñar una clase graduada en la Universidad Simón Bolívar. Enseñar literatura venezolana se ha vuelto mi nueva conexión, mi nueva forma de habitar un espacio que había perdido. Leer es recuperar. Leer es conversar con nuestros muertos. Hay tanta de nuestra literatura que ha sido ignorada, descartada o incluso mal leída. Me gusta la labor arqueológica de revisar textos sepultados por la crítica o por el olvido y darles una nueva oportunidad. Quiero creer que en el salón virtual de clase estamos haciendo pequeñísimas justicias.

¿Alguna vez has leído a alguna autora venezolana y pensado: por qué no todo el mundo está hablando de este libro? A mí me pasó recientemente con Memorias de una antigua primavera de Milagros Mata-Gil. Allí hay petróleo, sirenas y sacerdotes con visiones homoeróticas. Violencias ecológicas, violencias sociales.

En fin, te dejo por ahora. Ya están llamándonos para embarcar. Cuéntame de ti.

MICHELLE ROCHE RODRÍGUEZ

Querida Raquel, me estremece la cantidad de aspectos que nos unen, más allá de nuestra profesión de la literatura, nuestra condición femenina o de ser venezolanas migrantes. Estos adjetivos trazan en nuestro espíritu un mapa del lugar híbrido desde donde cada una va produciendo sus obras. Pero por tu misiva descubro un doloroso rasgo biográfico común: la influencia de la muerte de nuestros padres en nuestras decisiones de migrar. Perdí a mi papá hace ocho años y lamento decir que todavía no lo supero, quizá no lo haga nunca. Venir a España fue consecuencia de su muerte. Si alguien podía acostarse a tomar una siesta y sufrir un accidente cerebrovascular antes de llegar a viejo: ¿qué hacía yo perdiendo el tiempo en un trabajo frustrante en Venezuela? ¿No quería escribir libros? ¿A qué esperaba?

Un año después, ya vivía en España, y tenía un contrato firmado para publicar un ensayo. Ahora te escribo desde mi pequeño refugio de paredes blancas. En una semana viajaré a nuestro país. Estuve tentada a escribir «patria», las palabras se pegan a mí como miel, y son igual de difíciles de limpiar. Empalaga esa palabra, la estéril retórica revolucionaria la vació de significado. ¿Puede el terruño en donde se nació ser una patria si el padre ha muerto?

Decía que estoy en España preparándome para volver por veinte días a Venezuela, país que no piso desde hace seis años. Describir como aprehensión lo que siento es minimizarlo. No me hallo en ninguna parte, con nadie; temo haber olvidado hasta el sabor del salitre en el aire. Si sumo el tiempo que viví en Nueva York y el que he estado en Madrid llego a la década. La diferencia es que entre una y otra experiencia viví en Caracas. Y fue en mi país donde me sentí en el exilio, incapaz de reconocerme en la sociedad que me rodeaba; Silda Cordoliani llama «insilio» a esa sensación.

Vivir en Estados Unidos, Venezuela y España han sido experiencias fundamentales en mi profesión de la literatura. Y a ti: ¿de qué manera las ciudades en donde has vivido y los tiempos en que estuviste en esas ciudades te han cambiado la literatura?

¿Qué Venezuela tenemos metida en la maleta?

Sin embargo, algo milagroso me ocurrió este semestre: me invitaron a enseñar una clase graduada en la Universidad Simón Bolívar. Enseñar literatura venezolana se ha vuelto mi nueva conexión, mi nueva forma de habitar un espacio que había perdido. Leer es recuperar. Leer es conversar con nuestros muertos

RAQUEL ABEND VAN DALEN

Ahora te escribo desde el otro lado del mundo. Esta vez no me siento desencajada, ya acabó la incertidumbre y lo desconocido se materializó. Ahora vivo el asombro y la curiosidad que provocan conocer una nueva ciudad. Para contrarrestar lo que te decía en la otra carta, aquí te confieso que al mismo tiempo me he vuelto adicta al desplazamiento y cultivo el placer que me produce enfrentarme a un nuevo lugar.

Lamento mucho lo que me cuentas de tu papá y te entiendo perfectamente. Creo que perder a un padre no es algo que haya que superarse. El mundo nunca vuelve a ser igual y quizás eso no sea malo. En estos dos años de duelo me di cuenta de que se aprende a convivir con el dolor, se negocia, y se buscan formas para que esa persona no deje de existir. A mí particularmente me alivia, como hago en este momento, escribir sobre mi papá. Escribirlo lo devuelve a la vida. Además, los dolores profundos nos empujan a nuevas dimensiones de la realidad que antes no conocíamos, y que quizás eran difíciles, si no imposibles, de acceder. Quiero creer que nos dan la oportunidad de volvernos personas más empáticas, más sensibles, más generosas.

En realidad, la muerte de mi papá no me llevó a migrar (ya que me fui de Venezuela hace once años y él falleció el año pasado), pero sí me hizo volver a leer literatura venezolana; sobre todo la narrativa del siglo XX, que está tan llena de secretos y de respuestas a preguntas que me hago. Por suerte, este año me tropecé con otra sincronía milagrosa: una profesora querida de la Universidad de Houston me regaló su colección de narrativa venezolana. Es una genealogía donde puedes rastrear hasta principios del siglo pasado todos los temas que nos son tan urgentes ahora, como la violencia de género, la crisis climática y la migración.

Te propongo que, en vez de pensar al país como una patria, la pensemos como una comunidad heredera de una literatura común. Quizás así, nunca dejaremos de pertenecer. Te abrazo desde el sur.

MICHELLE ROCHE RODRÍGUEZ

Yo sigo en mi refugio blanco. En dos días viajaré a nuestro país. La verdad, no pienso en la patria sino como mito para ser desarticulado, y sobre eso escribo. Tampoco creo que hemos heredado una literatura común; más bien una fragmentada, llena de grietas: detesto la notoria ausencia de mujeres en nuestra tradición literaria, pues aun cuando a unas pocas se les reconocía su escritura se veía su obra como algo menor.

Un ejemplo es Teresa de la Parra, que aparece en todos los libros de texto. Arturo Uslar Pietri llamaba a su novela Ifigenia un «libro-mujer» y un crítico reciente, Rafael Arráiz Lucca, se refiere a ella como «una señorita», ¿qué quiere decir libro-mujer? ¿es que hay libros-hombre también? ¿qué puede importar el estado civil de quien escribe? De su contemporáneo, Rómulo Gallegos, no dicen tonterías semejantes porque es hombre y fue presidente, aunque bien podrían aludir a la cursilería de ciertas descripciones suyas de la llanura venezolana, las cuales se han vuelto tópicos de nuestro folklore más grotesco. En la comunidad que me representa hay menos de Rómulo que de Teresa. Pero voy tomando nota de todas las mujeres que me hace falta descubrir, a ver debajo de qué piedra vamos a encontrar los libros que la misógina tradición literaria de nuestro país borró.

Antes aludías a tu descubrimiento de la obra de Milagros Mata Gil. Ella tiene al menos una veintena de libros publicados, pero es raro encontrar uno. ¿Cómo llegaste a la publicación que citas? ¿Circula dentro y fuera del país? En el tiempo en que trabajé en el diario El Nacional leí su libro sobre Lucila Palacios que me gustó y se quedó quién sabe en qué caja de la mudanza cuando me fui. Mira, y allí hay otra escritora. La obra de la narradora y política feminista Lucila Palacios me interesa mucho, pero no sé dónde encontrar sus libros. En los años cuarenta y cincuenta, la plena época de la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, ella se atrevía a escribir sobre la libertad.

Ahora me encuentro trabajando con la obra de la antropóloga y narradora Michaelle Ascencio, fallecida en 2014. Comencé por su ensayo De que vuelan, vuelan sobre el imaginario religioso de nuestro país porque estoy trabajando esos temas para mi próxima novela. Luego seguí con sus novelas: Mundo, demonio y carne y Amargo y dulzón. La recomiendo a mis amigos fuera del país con entusiasmo, igual que a Ana Teresa Torres. Para mí el libro de Torres La herencia de la tribu es fundamental para comprender la crisis venezolana. Ascencio y Torres analizan los aspectos más sórdidos de nuestra cultura. Son mujeres que ensayan explicaciones. Si es necesaria una tradición, la mía comienza con ellas.

RAQUEL ABEND VAN DALEN

Insistiré en la propuesta que te hice: pensarnos como una comunidad heredera de una literatura común. Toda literatura es fragmentada y está llena de grietas; quizá toda herencia. Lo importante de pensarla común es que no le pertenece a una sola persona y esa pluralidad es lo que permite que aparezcan distintas lecturas y tradiciones, que luego pueden ser cuestionadas y subvertidas.

Pensarnos como una comunidad también nos responsabiliza con esa herencia. Detestamos la notoria ausencia de mujeres en la tradición literaria, no solo en la venezolana, pero me importa más qué hacemos con esa ausencia. Por eso creo tanto en la investigación y en la enseñanza, en la escritura sobre la escritura. En este sentido, insistiré también en la labor arqueológica de encontrar los huesos de las escritoras que han sido olvidadas y mal leídas, que han sido sepultadas con adjetivos que no les corresponden. Como bien decías, hay que levantar las piedras y descubrir a las Teresas que nos preceden.

¿Es posible que las escritoras estén mucho más presentes en nuestro canon poético que narrativo? Pienso que la poesía venezolana más interesante, arriesgada y estimulante del siglo XX ha sido escrita por mujeres. Por supuesto, esto no es consecuencia de un factor biológico, sino social. Es una poesía que lucha contra la represión y confronta las dinámicas de género, que se pregunta por la división entre los espacios públicos y privados, por la separación sexual del trabajo, y sus roles familiares y políticos en la sociedad.

Ahora estamos en un momento diferente en Latinoamérica, donde el mercado editorial tiene mayor interés por las escritoras. Me pregunto qué significará esto a largo plazo: ¿Es solo una cuestión de balance inmediato o podrá sostenerse en el tiempo? ¿Es otra forma de discriminarnos? ¿Dónde queda la mirada crítica? No ser publicada por ser mujer me preocupa tanto como ser publicada por ser mujer.

Te deseo un buen viaje.

PD: para conseguir la novela de Milagros Mata-Gil tuve que contactarla a ella por Twitter. Es muy difícil conseguir sus libros, ojalá alguien se anime a reeditarla.

Si, como afirma Benedict Anderson, una nación es una “comunidad imaginada” por quienes se perciben como parte del grupo: ¿a través de qué imágenes la literatura nos pone en común?

MICHELLE ROCHE RODRÍGUEZ

Como tú, creo que la influencia de las escritoras es mayor en nuestra tradición lírica. Esto se debe a que desde la década de los años ochenta poetas, académicas y periodistas emprendieron el rescate de sus antecesoras. No es tanto tiempo: unos cuarenta años de trabajo para contrarrestar un silencio de, al menos, dos siglos. En ese rescate estamos todavía.

La situación se repite en el resto del mundo y con todos los géneros de la literatura, lo cual explica por qué ahora se publican a tantas autoras: hay interés en saber qué escribían nuestras abuelas. A esto se le suma una combinación de factores que hacen más visible el trabajo de las mujeres. Uno es la consciencia sobre la necesidad de representar en igualdad de condiciones las experiencias femenina y masculina para dar una visión más plural y justa del mundo en que vivimos. La segunda es que las mujeres somos mayoría en universidades, editoriales y otras instituciones culturales y que ellas han debido enfrentar los mismos sesgos de género que las escritoras para llegar a donde llegaron; por eso, ven entre las grietas de la tradición que convirtió a la femenina en una experiencia marginal. Súmale a esto los datos del mercado según los cuales las mujeres leen más que los hombres en la mayoría de los países hispanohablantes.

No creo que ahora se nos publique más debido a la sola condición del género, sino que este nos hace tan visibles en el espacio público como antes nos escondía. Por eso no me preocupa que el género se tome en cuenta a la hora de publicar a alguien. Ya el tiempo dirá si una obra es buena, independientemente de si la escribe una mujer o un hombre.

Me interesa la «comunidad» a la que haces referencia. Aunque vivo en Madrid, una verdadera capital cultural venezolana, debido al número de escritores que aquí viven y el destino favorito de la mayoría de los inmigrantes en España, escribo aislada. Por eso me pregunto: ¿cómo estableces comunidad desde Estados Unidos? Y si eso influye en tus obras.

RAQUEL ABEND VAN DALEN

Siento como si hubiera recibido una carta que viajó en el tiempo, donde se describe una sociedad donde las mujeres son mayoritarias en las universidades, editoriales y otras instituciones culturales; donde hay consciencia de la necesidad de representar tanto la experiencia de las mujeres como de los hombres para una visión más justa del mundo, y donde los libros son más leídos por mujeres que por hombres. Me parece fascinante, pero me cuesta creer que esta sea la realidad que vivimos.

Eres periodista y sé que debes tener estadísticas y datos concretos, pero la sociedad que describes contrasta con mi percepción del mundo y con mi experiencia personal. Todavía veo grandísimos desbalances, violencia de género, discriminación y tremendas luchas de poder que no solo involucran el género sino también la sexualidad, la raza y la clase social.

Pero quizás estas sean las dos caras de nuestro presente, la que tú mencionas en tu carta y la que yo menciono en la mía. No quiero que mi necesidad neurótica de matizar las cosas te haga sentir que no reconozco las pequeñas y grandes victorias de las luchas feministas. Soy consciente de ellas, las estudio y las enseño, pero, por supuesto, al igual que tú: quiero más.

Me preguntaste sobre la comunidad literaria en Estados Unidos, pero no sé muy bien qué responderte. Cuando vivía en Nueva York, todo giraba alrededor del programa de escritura creativa que hice en NYU. Cuando me fui a Houston, todo comenzó a girar alrededor del PhD en escritura creativa donde estoy por terminar mi doctorado. De ambos programas me han quedado amistades que trascienden lo geográfico, pero suele suceder que al terminarse los estudios cada quien se desplaza a un lugar distinto y la comunidad vuelve a desmembrarse. Ser escritores hispanos en Estados Unidos está completamente atravesado por la migración y ahí entran factores materiales como visados, oportunidades laborales, condiciones económicas, etc. Cada quien sobrevive como puede, escribe como puede, publica donde puede. A esto se le suma un factor que nos diferencia de España: el mercado editorial fuerte sigue siendo en inglés, no en español. Esto nos aísla más todavía. Pero está bien, no me quejo: el aislamiento también trae mucha libertad.

MICHELLE ROCHE RODRÍGUEZ

La comunidad a la cual me refería no es la de inmigrantes: preguntaba cómo desde Estados Unidos te vinculas a Venezuela, además de las clases por Zoom y las lecturas. Insistes sobre la necesidad de entender nuestra condición de escritoras venezolanas como «miembros de una comunidad heredera de una literatura común», y sobre esta noción de comunidad me habría gustado que hablaras. Si, como afirma Benedict Anderson, una nación es una «comunidad imaginada» por quienes se perciben como parte del grupo: ¿a través de qué imágenes la literatura nos pone en común?

Para mí la comunidad es la escritura de ciertas mujeres. Por cierto: detesto las ginetopías. Quise señalar que somos más visibles hoy en el espacio público —a diferencia de hace medio siglo— porque dejamos de limitarnos a lo privado y que eso es una oportunidad para las escritoras. Esto me parecía evidente.

Me cuesta ver la comunidad literaria venezolana que tú percibes. Yolanda Pantin declara en una entrevista para Letras Libres que se siente aislada de las nuevas generaciones de poetas, por su edad y porque la polarización política fragmentó al país. Quizá aquello que tenemos en común es la falta de pertenencia. ¿Puede unirnos el aislamiento? Aunque nuestra cultura se precia de gregaria, la soledad es tema común en poesía y narrativa. Quizá por eso el libro de cuentos que recién terminé está lleno de espectros: nuestras mentes producen fantasmas para llenar el vacío que nos separa del otro; esos espacios son oquedades convertidas en abismos por la violencia y la polarización que hacen imposible la empatía. Sí, en la escritura el aislamiento trae libertad; pero, ¿cómo se trama desde allí una sociedad?

Un gran abrazo, Michelle

 

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