Es cierto que el gobierno juega con fuego. Pero mide la quemazón. Confronta nada menos que al mismísimo Vaticano. Y saca cuentas. Si no cumple los acuerdos definidos en la primera y segunda reuniones, ¿qué pasa? ¿Qué puede hacer el Vaticano? ¿Levantarse de la mesa?¿Excomulgarlo? Incluso si se llegara a una medida tan extrema, ¿qué pasaría con ello? Sospecho que en Miraflores y los cuarteles concluyen que salvo algunos gritos de curas desde los púlpitos y de unos cuantos miles de señoras piadosas, unos cuantos editoriales y artículos de opinión, un escándalo que será barrido por la crudeza de los pesares de la vida cotidiana, aparte de eso, nada más. El costo político les sale barato, piensan en las salas situacionales.
Creo que hay un error conceptual en el asunto de la mesa de diálogo. Las resultas de ella, por ahora, no es un gobierno que gana tiempo. Al contrario, toda esta conversadera, inútil por donde se mire, ha sido una pérdida de tiempo para el gobierno que, por andar metido en una incesante habladora de zoquetadas, no ha hecho nada que le permita recuperar siquiera algo del piso político y electoral perdido. De hecho, el disgusto de la población crece cada día y ya es evidente en todas las mediciones de opinión que esto está destruyendo no sólo la percepción de Maduro sino la de los gobernadores y alcaldes oficialistas y las organizaciones del Gran Polo Patriótico, que han caído en arenas movedizas. Y eso para un montón de dirigentes jóvenes es grave porque hace añicos su futuro político. En algún momento, más allá de los manejos del micro cogollo rojo, gente como Héctor Rodríguez va a entender que suicidarse no es una opción. No es un problema de división dentro de las filas revolucionarias; es de la supervivencia de la generación de relevo.
Otra cosa muy distinta es la crisis dentro de las fuerzas políticas de oposición. La diferencia de opiniones sobre cómo enfrentar la complejísima situación, qué caminos y decisiones tomar y cómo sacar ventaja de la tremebunda crisis y el colapso financiero, económico y operativo del país ha generado unas perturbaciones que hacen ruido en las percepciones de los ciudadanos. Francamente la crisis interna en la MUD no es tan grave como parece. Es más bien una periquera entre gente que está muy cansada; trabaja en exceso, come poco y mal y está irritable. Decía Rómulo Betancourt que político que no duerme, se equivoca. Sustituir a los liderazgos en la MUD sería una tontería. Porque ello supondría un desperdicio de todo lo aprendido bajo el improbable argumento de que sangre nueva va a garantizar éxitos o, acaso, menos complicaciones y diferencias de opinión. Los políticos suelen ser personas que poco se atienen a rutinas. Tienen unas agendas exageradas y plagadas de imprevistos, lo cual se suma al torrente de improvisaciones que el gobierno obsequia y que obligan a reacciones inmediatas. Lo urgente se come lo importante. Por eso el equipo de respaldo debe ser en extremo profesional, competente, eficaz y eficiente. Ese equipo no es el que vemos frente a las cámaras y micrófonos, pero de ellos depende que los liderazgos no pierdan tiempo en sendas intrascendentes. En especial, deben hacer entender a los dirigentes que esa lluvia de críticas que reciben sin parar todo el día no representan el sentir de la inmensa mayoría de la población, esa que no tiene tiempo ni energía para gastar en mandar tuits o leer sopotocientas criticas. De eso solo se ocupa un pequeño porcentaje de la ciudadanía, fundamentalmente de clase media que, justificadamente, siente que todo ha caído en un marasmo de extravío pero que no entiende el sufrimiento de ese grueso porcentaje de la población que hace maromas para algo tan elemental como poner al menos una comida al dia sobre la mesa, o conseguir una medicina para que el muchachito sobreviva a una gastroenteritis, o intentar descubrir por qué en el último operativo de una OLP su hijo acabó metido en un zanjón. Esa gente no quiere que le expliquen el cono monetario. No ven cada noche CNN para saber qué se dice en Conclusiones sobre Venezuela, no tiene ni un ápice de alma para gastar en ver en Vladimir a la 1 a políticos de uno y otro bando; tampoco ve a Maduro en su patético programa de salsa ni a un arrogante Diosdado diciendo vulgaridades a leco herido. En las colas bajo la pepa de sol o la inclemente lluvia, en esas colas de la escasez, de la inflación, del brutal desabastecimiento y de la desesperación se critica abiertamente a Maduro y su gobierno, porque «es un desastre», porque «estos tipos se robaron todo», porque «quién sabe a dónde vamos a llegar». La gente no quiere ni necesita una lección de economía, o de política monetaria, o de relaciones internacionales. Muy poco le importa el rifirrafe del Mercosur. Y no quiere oír acaramelados cuentos de camino. La gente, para que lo entendamos bien, está diciendo con todos su gestos que obras son amores y no buenas razones. De allí que el acto salvaje de poner preso al doctor por aceptar la donación de medicinas para darlas a los pacientes sí se convirtió en revuelo en las colas y recibió aplauso general el gesto de los médicos de Nva. Esparta al no sólo apoyar irrestrictamente a su colega sino advertir al gobierno que pretenden hacer lo mismo, así les cueste cárcel. A esa gente, a la ciudadanía de a pie, que es mayoría, hay que conducirla para que forme parte de la solución y no sea una pieza más de los errores.
Diálogo sí. Mucho. Todo el que sea posible. Hasta quedarse literalmente sin saliva. El gobierno no está ni remotamente caído, pero tiene cada vez menos cartas que jugar. La oposición, en cambio, tiene aún muchas jugadas por delante.
@solmorillob