Publicado en: The New York Times
El 8 de septiembre, el Tribunal Constitucional de Cabo Verde autorizó definitivamente la extradición de Alex Saab a Estados Unidos. Desde hace más de un año, este empresario nacido en Barranquilla, ciudad de la costa colombiana, se encuentra detenido en el país del noroeste africano.
Para quienes no han oído hablar de Saab, bastaría apuntar que, según investigaciones de la justicia internacional y periodísticas, es reseñado como el operador económico del chavismo, está acusado de lavado de dinero por el Departamento del Tesoro de los Estados Unidos y —entre otras cosas— es señalado por amasar una fortuna vendiendo a sobreprecio leche en polvo de dudosa calidad a un país en emergencia humanitaria. Su caso podría ocupar un lugar destacado en el surrealismo bolivariano.
Desde su detención en Cabo Verde, Saab —en tiempo récord— pasó de ser un comerciante colombiano a un ilustre ciudadano venezolano, un diplomático de alta jerarquía del país, un heroico revolucionario chavista, incansable defensor del amor y la fraternidad. Ha sido un proceso vertiginoso y un poco absurdo. Como si fuera posible, por ejemplo, trabucar instantáneamente a Al Capone en Mahatma Gandhi.
En otra maniobra desesperada para impedir su extradición, el régimen venezolano nombró esta semana a Alex Saab como representante del gobierno en el proceso de diálogo con la oposición que se está desarrollando en México. Lo que ha hecho la dirigencia de la autoproclamada “Revolución bolivariana” por este comerciante es inaudito. El culto al “Comandante eterno” —en referencia a Hugo Chávez— ha sido sustituido por la promoción del negociante turbio. La manera insólita en que ha defendido y luchado por Saab es un gran estriptís. Al defender con exaltada vehemencia a un personaje así, el chavismo ha quedado desnudo: revela que su verdadera naturaleza es la corrupción.
Con una alerta roja de Interpol y siendo investigado por las autoridades estadounidenses, Saab fue detenido en junio de 2020 cuando su avión se detuvo a recargar combustible en Cabo Verde. La Fiscalía de Colombia, por su parte, también lo acusa de actividades financieras irregulares. Tan pronto fue detenido, el chavismo convirtió el caso Saab en un problema político. Acusó al imperialismo y denunció una conspiración internacional en contra del pueblo de Venezuela. Sin embargo, la hipótesis que respira detrás de las investigaciones es distinta: Alex Saab podría ser el testaferro de Nicolás Maduro.
Las primeras búsquedas e indagaciones serias sobre la sorprendente carrera comercial de Saab las realizaron un grupo periodistas venezolanos, quienes desde el portal digital Armando.info pusieron una lupa sobre su historia. Lo que comenzaron a descubrir los transformó en un peligro. Saab los demandó en Venezuela y se vieron obligados a salir del país. Pero siguieron trabajando desde el exterior hasta desentrañar y documentar el complejo entramado de negocios que vinculan a Saab con el gobierno venezolano y que incluye desde la asignación de divisas preferenciales hasta la importación de alimentos, pasando por la construcción de viviendas, el comercio de minerales o contratos con la empresa estatal de petróleo. La estructura financiera desarrollada por Saab se extiende por el mundo, y podría sumar más de 6000 millones de dólares que, según se calcula, pudo haber “ganado” en estos años en Venezuela.
A pesar de todas las investigaciones y de las denuncias documentadas, el chavismo ha desplegado un enorme y sostenido plan nacional e internacional, con muchos esfuerzos diplomáticos, movilizaciones populares, una campaña de grafitis callejeros en Caracas e incluso con la producción de una serie en YouTube (llamada Alex Saab, agente antibloqueo), para sacralizar en el altar de la izquierda al empresario. Quien ganó dinero importando paquetes de alimentos de baja calidad nutricional para los pobres de Venezuela, es presentado ahora como un mártir de la solidaridad. Alex Saab es el Che Guevara del chavismo. El cinismo es la etapa superior de la Revolución.
La reciente designación de Saab como delegado oficial del gobierno en la mesa de negociaciones en México es, también, otra manera de desvestir las intenciones y los procedimientos con los que funciona Nicolás Maduro y su gobierno. Su propuesta supone que la justicia no tiene ninguna independencia, que la voluntad de un dirigente político puede imponerse tranquilamente sobre las instituciones y los tribunales. Es también una confesión, una forma de explicar por qué hay más de 300 presos políticos en Venezuela.
Tras la muerte de su líder en el año 2013, los llamados “hijos de Chávez” no solo continuaron destruyendo y saqueando las riquezas del país, demolieron sus instituciones y arruinaron su capacidad productiva, si no que —con vocación suicida— también despilfarraron y acabaron con el capital simbólico que habían heredado. El espectáculo que vendía el proyecto bolivariano como una revolución —humanista y de izquierda— es ahora puro aserrín, sobras de utilería. No hay ideología sino negocios.
La inminente extradición del empresario colombiano se da justo cuando el chavismo y la oposición están avanzando sobre posibles acuerdos en varios terrenos. Esto incluye, por su puesto, un probable levantamiento o flexibilización de las sanciones internaciones que pesan sobre el país. Es inverosímil pensar que Alex Saab puede participar de alguna manera en estas negociaciones. Pero su historia sí debería estar presente en esa mesa de diálogo.
Si bien es necesario debatir sobre el sentido de unas sanciones que afectan de manera directa la crisis humanitaria del país, también es necesario debatir sobre los mecanismos que garanticen que la eliminación de estas sanciones represente realmente un beneficio para las mayorías empobrecidas y no, como hasta ahora, alimenten al sistema hipócrita y corrupto que ha desnudado el caso de Alex Saab.
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