A la Primavera de Praga no se le podía tapar con un dedo, al Dombass tampoco. Y Monedero lo sabe
Publicado en: ABC
Por: Karina Sainz Borgo
Su abuelo Saúl fue polaco, sastre… y socialista, esto último hasta su desencanto con la Unión Soviética. De aquel duelo surgieron las largas conversaciones sobre Spinoza. Veinte años después de aquellos paseos por el parque de México, Enrique Krauze acumuló nuevas y más amargas lecciones cuando buena parte de los escritores e intelectuales de su generación acusaron de reaccionario a Octavio Paz por señalar que el régimen de Fidel Castro asesinaba, purgaba y desterraba a sus disidentes. A la Primavera de Praga no se le podía tapar con un dedo, pero ellos lo intentaron.
Estos episodios, que Krauze cuenta en su más reciente libro publicado por Tusquets, adquieren otro peso cuando él los relata de viva voz en el año número veintidós del siglo XXI. Quien escucha, se siente con los tobillos hundidos en una playa a la que llegan tesoros de hojalata, viejas y añejas filias cubiertas de múrices. Si su abuelo, un sastre polaco atizado por la verdad, y el más brillante escritor de las letras mexicanas y Nobel de Literatura, habían hallado por caminos distintos el mismo estercolero, ¿por qué los demás aún sostenían que el Dorado del ‘Hombre Nuevo’ era real?
Cuando se le pregunta a Krauze cuál fue el pecado de su generación, el historiador responde sin titubear: «la soberbia». Para sostener su argumento, evoca la crucifixión a la que fue sometido el escritor mexicano Gabriel Zaid cuando publicó ‘Colegas enemigos’, un ensayo en el que aportaba pruebas sobre la muerte de Roque Dalton, poeta revolucionario salvadoreño al que Silvio Rodríguez dedicó su canción ‘Unicornio azul’, y cuyo asesinato había sido responsabilidad de sus propios camaradas. «La soberbia», repite Krauze. En ese momento, una larga fila de hombres y mujeres se esparce por el ‘lobby’ del hotel en el que tuvo lugar esta entrevista: fantasmas y víctimas de un mundo empeñado en hacer una revolución, incluso a pesar de la verdad. La historia se retransmite ahora en versiones populistas y autoritarias, desde la Venezuela de Nicolás Maduro hasta el México de López Obrador.
Esta semana, el fundador de Podemos Juan Carlos Monedero, hombre forjado en los cafetines de la Universidad Complutense y las satrapías de media Suramérica, equiparó a Zelenski, el presidente ucraniano, con el ruso Vladímir Putin. Ambos, a su juicio, eran fascistas.
A Zelenski le propinó el adjetivo por bombardear las zonas que Rusia ha conquistado a sangre y fuego en una guerra que sobrepasa los nueve meses y los 100.000 muertos, entre civiles y militares. La paz de Monedero significa rendición y la Revolución, ultraje. De haber vivido en el tiempo de Stalin, el líder de Podemos habría enmendado las purgas alegando que eran medidas para fomentar la reflexión entre los impuros. A la Primavera de Praga no se le podía con un dedo, al Dombass tampoco. Y Monedero lo sabe. Estos asuntos más recientes no forman parte de la conversación con Enrique Krauze. Y, sin embargo, estamos hablando de lo mismo: de la soberbia.