Publicado en: El Espectador
Por: Andrés Hoyos
Si yo fuera mexicano, habría votado contra López Obrador, cuyo apodo sigla, AMLO, se ha vuelto muy conocido. Prometió imposibles, como fundar 100 universidades públicas de calidad, y en general ofreció un populismo agresivo y maniqueo que el pueblo mexicano, desesperado, le compró. Hay, sin embargo, un poderoso pero a mi argumento, con el potencial de desembocar en un cambio virtuoso no solo para México, sino para el resto del continente.
Una breve explicación de antecedentes se hace necesaria y empieza en Colombia. Aquí en los años 70 arrancó a circular el dinero fácil de la bonanza marimbera y muchos pensaron que nos habíamos ganado la lotería. A los pocos años, Pablo Escobar y los hermanos Rodríguez Orejuela, para mencionar a los principales protagonistas del asunto, nos informaron en qué consistía el premio mayor que nos habíamos sacado: el país iba derecho al basurero. El Estado colombiano, después de una larga etapa catatónica, por fin pudo imponerse sobre los carteles de Medellín y Cali. Quedó, sí, el cartel de las Farc, cuyo extenso y sanguinario prontuario duró hasta 2016. Con todo, el modelo de negocios del narcotráfico hizo crisis y los grandes carteles colombianos, con tentáculos que llegaban a las calles de Estados Unidos, ya no fueron posibles. Los reemplazaron los baby cartels, con su perfil más bajo y alcance limitado.
México tomó el relevo. Los gobiernos de Salinas, Zedillo y Fox, un poco al estilo de los colombianos de los años setenta y ochenta, dejaron que las mafias se implantaran y crecieran. Allá los grandes carteles no fueron dos sino más de media docena. Calderón, alarmado, quiso repetir la proeza colombiana y desató la furia del Estado contra los carteles, pero se estrelló contra una respuesta cuya intensidad nadie esperaba. Cumplido el sexenio del PAN, Peña Nieto, con menos convicción, quiso seguir en las mismas y la violencia incluso se intensificó. El negocio, entre otras, no puede irse para ninguna parte. Lo que los técnicos llaman el driver, es decir, el gran salto de rentabilidad, sucede hoy en México y está disponible para quien quiera aprovecharlo.
Por las mil razones que se quieran, AMLO barrió en las elecciones y es ahora él quien debe lidiar con el gigantesco avispero. Al hombre se le puede tildar de cualquier cosa, menos de caído de la hamaca. Tiene muy claro que seguir en las mismas no es una opción. Eso implicaría que los carteles le den una respuesta parecida a la que les dieron a sus dos antecesores, se les haga o no la guerra. En ese caso, la corrupción no dejaría de comerse vivo al país y la violencia se mantendría. De ahí que AMLO no tenga más remedio que meterse por el camino de la despenalización.
Entra entonces en escena Olga Sánchez Cordero, la secretaria designada de gobernación, o sea, la ministra de la política, quien ha hablado con total claridad sobre la despenalización de las drogas. Según ella, recibió de AMLO, en sus palabras, “carta abierta, lo que sea necesario para pacificar este país”. ¡Wao!
La marihuana va primero, claro, pero es obvio que si la política no se extiende a las demás drogas, el efecto será limitado y renacería el ciclo violento. Por lo tanto hay una importante probabilidad de que en los próximos seis años el eslabón clave de la guerra contra las drogas, México, se rompa. Ojalá. Esto, entre otras, dejaría a países como Colombia colgados de la vergonzosa brocha prohibicionista.
Vienen tiempos interesantes.