Reguetón – Andrés Hoyos

Publicado en El Espectador

Por: Andrés Hoyos

Me ha tocado tomarme tres tazas y hasta más de ese caldo que yo no quería, despaaaciiito. Me las viene recetando un niño de nueve años recién cumplidos, secundado de cerca por otro de seis. Iluso de mí, abrí una cuenta familiar en Spotify y les dije a mis hijos que armara cada uno su lista. No, no esperaba que fueran a escoger cuartetos de Beethoven, suites para chelo de Bach, boleros, canciones de Cole Porter o de los Beatles, pero sí la música variada que habían venido escuchando a lo largo de la infancia, dígase una mezcla de Queen, Cat Stevens, Javier Krahe, Joaquín Sabina, Molotov y el Bosque Encantado.

A cambio, la llenaron de nombres que hasta entonces no estaban en mi banda sonora: Luis Fonsi, Maluma, Daddy Yankee, Wisin, J Balvin, Nicky Jam, CNCO, Sebastián Yatra, o sea las luminarias viejas y nuevas del reguetón, alternadas en forma minoritaria por grupos o músicos como Maroon 5, Bruno Mars y Katy Perry. Incluyeron sí una canción de Leonard Cohen que les encanta, Hallelujah, bendito seas, gran Leonard.

Leo que el reguetón surgió en las barriadas pobres de Puerto Rico y entiendo que en sus letras sean raras las metáforas, el lirismo o las alusiones sofisticadas. El reguetón tampoco habla de problemas sociales, de racismo o de política. No, habla básicamente de sexo desde la óptica del hombre, y lo demás, que es muy poco, es lo de menos. Al escuchar las letras con alguna atención uno entiende, al menos en parte, por qué está disparado en nuestros países el embarazo adolescente, pues la historia machacada una y otra vez con variaciones menores es: la fiesta, baby, mami, mamita, termina en la cama. Después ni siquiera desayunamos juntos y que alguien más recoja el reguero de botellas que dejamos botadas al lado del sofá. “Cómo tú te llamas, yo no sé / De dónde llegaste, ni pregunté”. El del reguetón es un reino tan machista como el de los vaqueros del Oeste, que se te paran de frente, disparan y se van. Alguna mujer reguetonera habrá por ahí que también diga, papi, el amor es un clínex que se usa y se tira, pero hasta ahora yo no la he oído.

Imposible negar que el reguetón es una música pegajosa. A veces me despierto en la noche y oigo repicar en mi cabeza, qué sé yo, Despacito, de Luis Fonsi, con su purún pum pum obstinado, inescapable. La parodia que hicieron los tres italianos en YouTube de esta canción y que se volvió viral da en el clavo. Los tres la odian y al mismo tiempo no pueden abstenerse de cantarla y de moverse a su ritmo. Es una cárcel musical de la cual es muy difícil escapar.

¿Cuánto va a durar esta oleada obsesiva y repetitiva? ¿Cuántas mamis se van a dejar arrastrar a la cama por estas sobrecargas de testosterona ambulantes para después no ver ni el rastro del macho huidizo al día siguiente? Sospecho que bastante y bastantes, respectivamente, pues la inmediatez bailable y luego copulable del reguetón se ajusta a las perspectivas veloces de la adolescencia y de la primera madurez. Roll over Beethoven otra vez.

¿Servirá el género para hablar de algo que no sea el amor fácil y fugaz? No tengo ni idea. Volviendo a mis hijos, he estado logrando que confeccionen una lista “experimental”. La idea es que ahí haya de todo, menos reguetón. Van Adele, Ed Sheeran, Queen, James Taylor, lo que les llame un poco la atención. De más está decir que por ahora esta lista es mucho menos solicitada que la oficial, pero ahí vamos.

 

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