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La esperanza

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El panorama nacional luce desalentador, así es cada día. A los venezolanos nos cuesta enfrentar esa cotidianidad que se nos hace más pesada, más lenta, más ruda. Escasean las buenas noticias. Hoy, por ejemplo, la que más se nos reitera es la que viene del exterior donde se hacen severas acusaciones contra el vicepresidente de la republica. De hecho, un tuit de la Embajada de los Estados Unidos en nuestro país informa: “El Departamento del Tesoro impone sanciones al narcotraficante venezolano Tareck El Aissami y a Samark López Bello”. Observen que no han colocado el prudente “supuesto” delante del grave calificativo. Y tampoco han destacado su condición de vicepresidente. Para ellos es un narcotráficante. Punto. Esto seguramente traerá terribles y peligrosas consecuencias. Ya veremos a dónde llega el asunto, si es que a algún lado llega.

Por otra parte, en El Nacional leo: “79,1% considera que Maduro no mejorará situación del país.” Esto según un estudio de Hercon Consultores. Si a esto usted agrega los datos de Datanálisis de la semana pasada, donde 95% de los venezolanos veía mala la situación, pues, entonces, ningún venezolano pareciera estar esperanzado. Dice la encuestadora Delphos, citada también en el mismo diario: “Delphos alerta sobre el aumento del descontento por los obstáculos a las elecciones”. Porque, en medio de un panorama tan pastoso como este, el gobierno se las arregla para asfixiar cada vez más a la población, y no deja salidas civiles, pacíficas, democráticas, constitucionales como la electoral. De hecho, en la oposición ya hay divisiones serias. Sectores que no creen en la opción electoral y hablan abiertamente del artículo 350 y de otras salidas violentas. Pero si no hay elecciones, ¿cuál es la opción? ¿O es que acaso hay realmente sectores opositores con huestes armadas? Por lo pronto, las únicas huestes armadas que hoy reseñan los medios son las que llegaron ayer a un puesto militar en el Amazonas. Según El Estimulo.com, 60 hombres armados de la FARC destrozaron el puesto donde solo había cuatro cuatro guardias, los desarmaron y amordazaron, y les mandaron el recado a sus superiores para que les devuelvan las “mercancías decomisadas”. Así protege el General Padrino López la soberanía nacional.

El cuadro, como decíamos, es desalentador, ciertamente. Pero hay un detalle que no se puede pasar por alto. Ayer recibimos en el programa de radio a tres jóvenes, ninguno de ellos mayor de 26 años. Un estudiante, una diputada y una joven que está por graduarse de médico; y todos tenían un optimismo inmenso en el país. ¿Por qué?

En horas de la tarde escuché una interesante entrevista por el Circuito Éxitos, en la que el educador Oscar Misle le decía a Román Lozinsky que estos jóvenes, menores a 30 años, son venezolanos que se han criado exclusivamente bajo el espectro del chavismo. Lo único que conocen es este régimen. Cuando Chávez llegó al poder tenían tres, cinco, siete años escasamente, y, dado que es la única realidad que conocen, no se rinden ante ella fácilmente. Las personas mayores -mi generación, por ejemplo- tuvieron el privilegio de nacer, crecer y desarrollarse en democracia. Por eso vemos lo que pasa con extremo desánimo, desconsolados. Como vivimos los tiempos libres, abiertos y felices de la abundancia, la prosperidad y la esperanza por un futuro cierto y cada vez más promisorio, no le damos crédito a la miseria y oscuridad que ahora reinan. Sentimos que el país está encerrado en un sótano. Asfixiado. Ya no hay luz, no hay porvenir -nos decimos- y nos rendimos.

Pero los jóvenes que oyen las historias del pasado y que solo han conocido esta desgracia, se sienten obligadísimos a superarla. Hay mucho que romper en este agobiante presente, y ellos están dispuestos a romper todo lo que sea necesario porque no les queda otra opción. Esa es la verdadera esperanza que tiene el país.

Cada día me convenzo más de que es esa generación de treintañeros la que realmente nos abrirá la pesada puerta del futuro. Qué bueno que están allí. Y no se rinden.

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