Acoso a los partidos y una reflexión necesaria – Ismael Pérez Vigil

Publicado en: Blog personal

Por: Ismael Pérez Vigil

El valse de las cacerolas en 1992 le anunció a Carlos Andrés Pérez, CAP, que su final llegaba y a sus enemigos políticos, notables y conspiradores, que llegaba el momento de pasar la factura. En menos de un año, con una bien orquestada campaña dejaba CAP la presidencia y comenzaba nuestro declive fatal que a la larga nos llevó a las manos de Chávez/Maduro.

Si había razones válidas o no para eso, no es motivo de esta reflexión, sino resaltar que eso fue solo el interludio de lo que hoy padecemos, la confirmación del deterioro en el que había caído nuestra democracia. No teníamos entonces una clara idea de lo débiles que eran nuestras instituciones democráticas. Cuando Rafael Caldera, con la benevolencia de los que conspiraron contra CAP y apoyado por el “chiripero”, llegó a la presidencia derrotando a los partidos políticos, estos no leyeron el mensaje implícito de que una debacle se les aproximaba. Luego vendría Hugo Chávez Frías a concluir la tarea. Derrotó electoralmente a los partidos y, más importante aún, los derrotó en el corazón y la mente del pueblo.

Después, con un sinuoso programa, en menos de un año acabó con el Congreso, la Corte Suprema, el CNE, el Sistema de Justicia, dividió a los empresarios, arremetió contra los medios de comunicación y la Iglesia Católica, logró una nueva Constitución y hubiera acabado con los sindicatos y la CTV, si estos no cierran filas con Fedepetrol y se le oponen. Durante los años iniciales, y los siguientes, fue un enemigo débil e insospechado el que se le opuso: la sociedad civil organizada, y que a partir de la participación en el proceso que llevó a la Constitución de 1999 y del tema educativo, comenzó a levantar cabeza, ganar la calle y mostrar que había un camino incierto y más largo de lo que se esperaba y se deseaba, pero camino al fin, con una débil luz al final que aún persiste.

El chavismo-madurismo contó y cuenta con mucha fuerza, el poder armado y los recursos del estado y quienes nos les oponemos por momentos parecemos un collar de abalorios, escasos, dispersos, poco integrados y sin recursos. De allí que surja angustiosa la pregunta: ¿A quién acudimos?, ¿Quién nos va ayudar?, y la respuesta es muy simple: Nadie. Al menos, quienes hoy nos apoyan en la comunidad internacional, no irán mucho más allá de lo que han hecho hasta ahora: reconocernos, establecer sanciones personales y al régimen venezolano, etc., que es bastante de todas maneras; pero ahora, debemos estar conscientes que, aunque quisieran hacer más, tienen bastante con sus propios problemas, unos, y sus campañas electorales, otros.

Además de muchas otras consideraciones, este régimen es un gobierno ineficiente y malo, que nos condujo a un desastre económico sin precedentes; más grave aún, que burló las esperanzas del pueblo en la política, como mecanismo para lograr sus reivindicaciones. Pero lo más lamentable, es que no ha estado solo en esa tarea, desde la oposición lo hemos estado ayudando al ser incapaces de producir una alternativa creíble. Tuvimos éxitos parciales y locales; pero fue la rutilante victoria en las elecciones parlamentarias de 2015, lo que nos llevó a creer que la solución estaba a la vuelta de la esquina, porque hicimos grandes marchas, porque las encuestas nos decían y nos dicen sin duda de la caída de popularidad del régimen o porque hemos logrado el innegable reconocimiento y apoyo de la comunidad internacional.

Pero todo eso no se ha convertido en la agitación política necesaria, en la calle, por barrios y urbanizaciones, en los campos, en liceos y universidades, por todo el país, que ponga a dudar al régimen y sus obsecuentes instituciones y ponga a pensar a sus seguidores que a lo mejor ha llegado el momento de saltar la talanquera, unirse a nosotros y producir el necesario quiebre del bloque hegemónico que se mantiene en el poder.

Si lo que de verdad queremos es una salida institucional, todo lo que está ocurriendo no logra convertirse en esa agitación política necesaria, porque no hay ninguna organización política con credibilidad detrás de todo eso, con un programa y con un nítido planteamiento que alineen al país detrás suyo. Esa es una tarea que corresponde a los partidos políticos, pero muchos de ellos, por lo que se ve, están y han estado en un proceso interno de reestructuración “lampedusiana”, cambiando para mostrarnos los mismos rostros y que todo quede igual.

Convencidos mentalmente de que al proceso le falta y de que la caída del régimen no está próxima y no se va a producir por buenos deseos, por aburrimiento, por resultados de encuestas o por magia, creo que son tres los frentes que debemos acometer simultáneamente:

–       uno, las relaciones internacionales, que no debemos descuidar, sobre todo porque al parecer no vamos a contar con una Asamblea Nacional ni un gobierno interino al que la comunidad internacional pueda respaldar;

–       dos, la sociedad civil, que puede apoyar el cambio pero entendiendo que por diseño estructural no está para la conquista del poder –si el salto final modernizador, hacia la plena democratización se produce por el auge de la sociedad civil, seríamos el único caso en la historia de la humanidad–; y

–       tres, los partidos políticos, hoy acosados y que son el centro de esta reflexión, pues el restablecimiento de la democracia pasa más bien por el auge de las organizaciones políticas y el fortalecimiento de las instituciones.

Tras esta nueva arremetida del régimen, en contra de los principales partidos democráticos opositores, el momento de los partidos está llegando; nos toca apoyarlos y defenderlos una vez más, como la base organizativa que son del sistema democrático; pero ello implica que se den cuenta que para lograrlo hay que demostrar, de verdad, un nuevo rostro. Demostrar que de verdad hay un profundo examen de los errores cometidos, una rectificación de los vicios y componendas del pasado; una apreciación crítica de ese pasado que los lleve a reconocerse en él, a aceptar sus orígenes, pero no dar necesariamente por bueno su presente.

De lo que se trata entonces es de romper de una vez con el concepto que tenemos de partido político y nos lancemos sin temor en la búsqueda de uno nuevo. No pensemos, en esta era de innegables avances tecnológicos y de las comunicaciones, que las únicas formas de organizarse políticamente son las que hemos conocido hasta ahora, basadas en los grandes partidos poli clasistas y de masas, organizados bajo las ideas leninistas de centralismo democrático y bajo la concepción de “correas de transmisión”, expresiones organizativas de una conciencia y una ideología elaboradas por “intelectuales” alienados, como dirían los leninistas trasnochados, o “cuadros de vanguardia”, que nos pueden conducir a un nuevo fracaso.

En un próximo artículo, me referiré a una serie de principios generales para que los partidos políticos aprovechen este acoso al que están sometidos y la defensa que en la sociedad civil debemos emprender para ayudarlos y fortalecerlos, para transformarse, para modernizarse, para cambiar.

 

 

 

 

Lea también: «Nuevo CNE, ¿y ahora?», de Ismael Pérez Vigil

 

 

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