“Agallas” para la política – Mibelis Acevedo Donís

Publicado en: El Universal

Por: Mibelis Acevedo Donís

Mibelis Acevedo

Llevados por la manía de endosar al líder político los rasgos del héroe, es probable que una de las primeras cualidades que distingamos en ellos sea esa “fortaleza del alma” que exalta Tomás de Aquino; su brío para afrontar el peligro inminente y domeñarlo, igual que el torero con la bestia encrespada. “El futuro tiene muchos nombres”, escribe Víctor Hugo, “para los valientes, es la oportunidad”.

En efecto, ser “valiente” en un país donde hacer política es poco menos que lanzarse a un mar infestado de tiburones famélicos, no es cualidad de la que se pueda prescindir. El coraje acá no es sólo atributo deseable, también suma precioso avío al kit de supervivencia de quien, consciente del efecto de sus decisiones y acciones en la esfera de lo público, está siendo sometido por circunstancias extremas.
A causa de una percepción rayana en lo mitológico, no obstante (más afín a la temeridad de Juana de Arco que al pragmatismo redentor del príncipe maquiaveliano) la demanda de arrojos al liderazgo puede acabar dando la espalda no sólo a la realidad, sino a la racionalidad. Atrevimiento sin mesura, alarde y no prudencia, candelas sin “virtù”: la tribalización de la política tiende a asignar al “conductor de masas” el don de estrujar su humana piel para luchar contra sus rivales sin “contaminarse” del pujo de lo mundano. La idea moderna de la polis como espacio público dotado de libertad, igualdad, pluralidad, universalidad, no violencia; acción, comunicación e interacción de los seres humanos, capaces de hablar y actuar continua y conjuntamente, es borrada así por los arrestos del plan blanquinegro de la guerra.
Pero no se trata, ciertamente, de omitir el impacto de esa disposición del líder para, en aras del bien común, desafiar al establishment o plantarse ante la intraficable anomalía del entorno (el ejercicio de la política, como indica Arendt, avala nuestra entrada en un mundo que será retado indefectiblemente por nuestros actos y palabras). No se trata de desestimar el talante para sobreponerse al miedo cuando la convicción impele a ello; todo lo contrario. Se trata de desmenuzar con afán constructivo los alcances de tal impulso, de dotarlo de sustancia justo cuando el rescate de la política se vuelve primordial.
¿Qué implica eso? De nuevo Maquiavelo brinda luces: para ser efectivo en política hay que meter la realidad en sus matemáticas. “Es necesario tener murallas, fosos bien hechos y suficiente artillería”; identificar lo empíricamente viable, “contar los cañones” con antelación, calibrar las fuerzas, la naturaleza y capacidad del adversario, la calidad y cantidad de los recursos. Un liderazgo consciente de sus limitaciones y ventajas sabrá cómo gobernar esa valentía para que no se dilapide en las bengalas de la demagogia pendenciera, en la rigidez de los imperativos del moralista.
La crisis, además, reserva presiones adicionales para nuestra dirigencia. “Porque no hay liderazgo confiable, porque se quemaron muchos cartuchos opositores en estrategias equivocadas, y ahora nadie en Venezuela tiene el poder de coacción que posee el gobierno para poder derrotarlo”; según Jesús Seguías, presidente de DatinCorp, a ese escenario desprovisto de cortesías se enfrenta hoy la oposición. Está visto: si algo exige esta coyuntura es coraje para reconocer el error, para abandonar la desmantelada zona de confort, para salir de la burbuja esotérica.
¿Qué haría falta, entonces? Audacia empujada por la razón. Sentido de urgencia impregnando la juiciosa búsqueda de soluciones que conjuren el vacío, el debilitamiento, el cicatero pensamiento maniqueo. Ante el abandono de la esquiva fortuna y la necesidad de recomponer fuerzas, de algo no puede escapar el liderazgo: la tarea de asumir y elaborar la pérdida, el costo de sus equivocaciones.
Con esos resbalones nuestra historia reciente ha armado un triste prontuario, sin duda. Por si fuese poco, la condena de un sector que hoy derrama su mordiente bilis en redes sociales tiende a desconcertar, a paralizar a nuestros políticos… Pero, ¿acaso la parálisis, el miedo ante la incertidumbre, el temor por el propio temor es lujo que pueda darse una dirigencia apremiada por la supervivencia?
Si una hora invita a probar los frutos de esa responsable osadía, es ésta. Después de todo, en medio del festín caníbal que celebra el extremismo, hacen falta agallas para construir consensos y gestionar el vital disenso; para hablar, escuchar, integrar visiones. Para forjar puentes, atraer aliados, defender la “dorada medianía”; para mirar sin complejos el potencial en la rendija modesta, espantar al fanatismo y la irracionalidad, desanudar la brújula atenida al “qué dirán” y contar, como ilustra también Maquiavelo, con “ánimo dispuesto a moverse según sople el viento de la fortuna, (…) sin apartarse del bien”, pero sabiendo también lidiar con “el mal, si es necesario”.
¿No es esa la fibra de la que está hecho aquel que se atreve a hacer política; no es ese corajudo de carne y hueso el indispensable?
Por si le interesa leer el artículo anterior de Mibelis Acevedo Donís: Albures del retorno

 

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