Apoteosis magisterial - Elías Pino Iturrieta

Apoteosis magisterial – Elías Pino Iturrieta

Conocer y valorar la historia siempre sirve de referente para los logros del presente. “Tal fue el fenómeno que acaban de concretar los profesores en la defensa de sus derechos, sin que la dictadura estuviera en capacidad de evitarlo sin el uso de la violencia (…) en realidad solo son historia los sucesos que influyen de veras en los pueblos y hacen que modifiquen su destino”. Y el autor acota: “La hazaña de los profes es prometedora, si no se duermen en sus laureles”.

Publicado en: La Gran Aldea

Por: Elías Pino Iturrieta

El movimiento de los gremios docentes acaba de obtener una victoria esperanzadora frente a la dictadura. A estas alturas nadie puede calcular las consecuencias generales que esa victoria puede tener, pero trasmite una señal capaz de iluminar al resto de la sociedad venezolana. Mientras la mayoría de las reacciones contra las decisiones del régimen no fructifican, ahora destaca un empeño capaz de lograr sus propósitos. Mientras el autoritarismo se mostraba como una fortaleza inexpugnable, hoy vemos las inocultables troneras de unos muros que pueden ser derrumbados si el asalto se piensa y se ejecuta con lucidez.

Como se sabe, desde las pretensiones de una hegemonía que parecía imbatible y desde el desprecio a las prerrogativas de una ciudadanía tratada como masa amorfa, Nicolás Maduro y sus acólitos desconocieron los beneficios salariales y gremiales de los profesionales de la educación pública. Con la complicidad de un oscuro sector de activistas seudosindicales, pretendieron confundir los logros económicos y de nivelación profesional obtenidos por los profesores a través del tiempo y después de arduas negociaciones. Partían de considerarse lo suficientemente poderosos para ejecutar la maniobra, o de sentir que la pasividad colectiva colaboraría en sus planes, pero los cálculos se estrellaron contra una realidad que habían subestimado debido a que consideraban que la habían cambiado a su antojo, o domesticado a placer, después de décadas de opresión. Unas cuantas escaramuzas bastaron para mostrarles la equivocación.

“El vínculo con la memoria de epopeyas que parecían muertas y enterradas, pero que solo esperaban la ocasión de manifestarse a plenitud, eso fue la epopeya victoriosa de los profesores y los maestros, nada menos”

La realidad que creían dominada y trasformada viene de muy antiguo, de memorables pugilatos que se remontan a la época del posgomecismo, a los amaneceres del octubrismo y a la restauración democrática llevada a cabo a partir de 1958. La historia no desaparece por una decisión dictatorial. Los logros del pasado no pasan en vano, permanecen en cada presente y pugnan por un establecimiento estable en el porvenir. Tal entendimiento de la historia no existe en la cabeza de un régimen prepotente, pero necesariamente se materializa en los hechos cuando es menester. Tal fue el fenómeno que acaban de concretar los profesores en la defensa de sus derechos, sin que la dictadura estuviera en capacidad de evitarlo sin el uso de la violencia. El vínculo con la memoria de epopeyas que parecían muertas y enterradas, pero que solo esperaban la ocasión de manifestarse a plenitud, eso fue la epopeya victoriosa de los profesores y los maestros, nada menos. En no pocas ocasiones los muertos matados por las dictaduras gozan de buena salud.

Preciosos elementos del pasado volvieron ahora a ejercer influencia poderosa: la existencia de una organización que había sido nacional y que solo esperaba el momento de volver a serlo; la evocación de los métodos que habían funcionado antaño, para que fueran la brújula de ogaño, y un laboratorio susceptible de mezclar los apuros viejos con las necesidades de la actualidad en un solo ensayo orientado hacia el éxito. No son operaciones que se piensan de antemano, deliberadamente, sino pulsiones de las hazañas de los difuntos que salen de un cementerio aparente para convertirse en mandato ineludible y, por consiguiente, en hecho cumplido. El oficio del historiador permite llegar a este tipo de conclusiones, pero también la resistencia de cualquiera frente a la influencia del presentismo y ante unos miedos que parecen flamantes e irresistibles, pero que son tan viejos como la República que pudo superarlos y arrojarlos a la basura cuando debió hacerlo. Solo cambian de cara, pero son semejantes a los anteriores y, por consiguiente, susceptibles de aplastamiento. ¿No fue eso lo que llevaron a cabo, en nuestros días que parecen anodinos, invariables y predecibles, los gremios docentes frente a la dictadura?

Sobre lo que sucederá mañana nadie tiene seguridad, los arúspices suelen equivocarse cuando escrutan su bola de cristal. Quizá estemos ante un hecho aislado, sin repercusiones mayores en el futuro próximo. Los ganadores de la escaramuza se deleitan con merecimiento en el poder que atesoran, pero lo pueden dilapidar. Los cabecillas del Gobierno pueden buscar la manera de mantener la flama de su candelero después del apagón. Pero tal vez presenciamos el prólogo de otros sucesos llamados a hacer historia grande y seria. Por allí hay mucha gente diciendo que todo es historia, pero en realidad solo son historia los sucesos que influyen de veras en los pueblos y hacen que modifiquen su destino. La hazaña de los profes es prometedora, si no se duermen en sus laureles. Se me ocurre que un itinerario cercano puede ser la democratización de las universidades, sometidas a los caprichos de la dictadura y, en no pocos casos, a la dúctil conducta de sus autoridades.

 

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