Soledad Morillo Belloso

Arrugas en el pensamiento – Soledad Morillo Belloso

Por: Soledad Morillo Belloso

Debo ser de las pocas personas en el mundo occidental que no sabe -ni quiere saber- sobre los pleitos Shakira y Piqué y Presley y Vargas Llosa. Y menos sé, y nada me interesa, el libro del príncipe pelirrojo convertido en sapo. Creo que el tedio que me producen tales asuntos es solo superado por la cantidad de necedades con patas que se cuecen en los fogones políticos.
Estamos ya en el segundo mes del año, un mes en el que por contradicción se supone que se busca por igual la purificación y la pachanga con licencia de pecados.
Se fue enero y seguimos igual. Sin fecha de primarias (ahora dudan si hacerlas), sin definiciones económicas, el teatro latinoamericano mostrando su capacidad para la inestabilidad y el conflicto. Y ahí está, frente a nuestros ojos atónitos, el mundo muy revuelto, sin conseguir salir del hueco que dejó la pandemia y acercándose muy peligrosamente a una guerra que puede convertirse en un coso incontrolable, salirse de las fronteras ucranianas y contaminar a Europa y más allá.
Venezuela es un saco de gatos ferales viejos. Los años han pasado y todos ya mostramos arrugas, ya no digamos en el rostro y el cuerpo, en el pensamiento. Los ciudadanos están hasta el remoño de escuchar las mismas frases, la misma verbalización de las puñaladas con liguita, las mismas promesas relamidas, el mismo lenguaje de boxeador de quinta categoría, los mismos análisis sabiondos de eruditos que son como la canción aquella, «La bien pagá». Dos de las grandes víctimas de estos ya insoportablemente largos años son la originalidad y la creatividad.
En este país solo los políticos y los que viven de la política hablan de política. De país hiper politizado hemos devenido en país apolitizado. Tan malo lo uno como lo otro. Eso debería ser entendido por los políticos como lo que es: un cortocircuito. Por cierto que todos los aspirantes a participar en una elección -cuando la haya, si la llegara a haber- harían bien en recordar que muchos cortocircuitos son causa de graves incendios. Y que cuando llegan los bomberos, al daño causado por el fuego, suman el desastre que deja lo que tuvieron que usar para extinguirlo. Cuidaíto, que la candela quema, y si no mata, deja feas cicatrices.

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