La victoria de Nicolás - Carlos Raúl Hernández

Auge y caída de las gafocracias – Carlos Raúl Hernández

Publicado en: El Universal

Por: Carlos Raúl Hernández

Entre noviembre de 1979 y enero de 1981, turbas toman la Embajada de E.E. U.U en Irán, los llamados Elm-o Sanath, “estudiantes islámicos” (no estudiarían mucho), discípulos del Imán” Ayatollá Ruholla Jomeini, “el descendiente de Mahoma”. La revolución shiíta derroca al Sha Reza Pahlevi y abofetea los EEUU de Carter. Matthías Kuntzel en Los demonios de Ahmadinejad, da factores para captar la pugna moderados vs. radicales, resuelta en 2005 por Mahmud Ahmadinejad, después de increíbles cretinadas de los moderados. Joven terrorista, aparece en fotografías en la embajada, y varios secuestrados, los oficiales de EE. UU Charles Scott, Donald Sharer y David Roeder, lo identifican como un “duro y cruel” jefecito. También el jefe de redacción de la BBC que cubrió la crisis. Ya Presidente, se jacta de ser fundador de esos terroristas, sin confirmar su propio papel en el asalto. “Son rumores” dice, en prevención de efectos internacionales, sin negar para no disolver el mito. El dirigente verde austríaco Peter Pilz, lo acusa de asesinar a Rahman Ghassemlou, jefe del Partido Democrático del Kurdistán y dos dirigentes más en Viena en 1989. El exiliado iraní Alireza Jafarzadeh, asesor del gobierno de USA y de la resistencia iraní (CNRI), confirma que Ahmadinejad era comandante de Pasdarán (Guardianes de la Revolución) grupo particular de Jomeini para operaciones terroristas, espionaje, delatación, tortura, por encima de instituciones.

Él es su informante directo sobre incidencias de la embajada. Acerca los “estudiantes” y el clero a través de cursos de teología y persigue estudiantes de verdad y profesores universitarios disidentes. Comienza la guerra Irak-Irán (1980-1989) y el futuro presidente usaba una pañoleta de cuadros negros y blancos al cuello, símbolo de la Basiji Mostazafán (Movilización de los Oprimidos) los basiji “… organización de masas creada por Jomeini en 1979”, milicias de choque contra “violadores de preceptos del Islam” y las costumbres tradicionales. Kuntzel dice que durante la guerra Irak-Irán, las minas de Saddam Hussein descuartizaban las tropas entrenadas. Jomeini hizo traer de Taiwán medio millón de llaves de plástico para colgarlas al cuello de los niños basiji. Les impone arrastrarse por los campos y hacer explotar las minas con sus cuerpos, despejándolos para los soldados. Les garantizaban que con las llaves plásticas, abrirían las puertas del Paraíso. Cita Kuntzel el diario semioficial iraní Ettelaat “…al agravarse la guerra, tuvimos niños voluntarios de catorce, quince y dieciséis años de edad. Estuvieron en los campos minados. Sus ojos no vieron nada. Sus oídos no escucharon nada… Por los alrededores… había restos humanos chamuscados -semejantes escenas se evitarán en lo sucesivo, aseguró el Ettelaat- Ahora, antes de entrar en los campos minados, los niños se envuelven en mantas y ruedan por el suelo en fila, a efecto de que las partes de sus cuerpos permanezcan juntas después de la detonación y así se puedan llevar a sus tumbas…”. Un bonito gesto.

“…‘A veces parecía como si fueran a una competencia. Aun sin las órdenes del comandante, todos querían ser los primeros’…Recordaba un veterano de la guerra en el año 2002 al periódico alemán Frankfurter Allgemeine”. Las familias recibían créditos sin intereses, viviendas y tierras. Con sus dotes gerenciales Ahmadinejad fue gran instructor y organizador de estos niños, les dio orden, disciplina y los hizo máquinas de matar y morir. En 1987 se hace ingeniero en tráfico urbano. Cuatro años después de fallecer Jomeini, en 1993 era un funcionario medio, asesor del Ministerio de Cultura Islámica, luego vicegobernador de Maku, gobernador de Joy y Ardabil, «funcionario provincial ejemplar». Pero en 1997 un terremoto electoral iniciaría la conquista de la democracia con la elección del nuevo presidente Mohammad Jatami. Es un hodjatoleslam, nivel previo de ayatolá, aperturista que descalabró la alianza entre fundamentalistas, ejército y grandes comerciantes, lo que pintaba un nuevo futuro. Despiden a Ahmadinejad y desempleado, se refugia en en dar clases, culmina el doctorado en Ingeniería del Transporte, se enrola en el Colegio de Ingeniería Civil. En las calles imperaban los mencionados Basiji Mostazafán y Ansar-i-Hizbullah (Partido de Dios) que golpean mujeres occidentalizadas, estudiantes y profesores reformistas. El presidente Jatami contaba con el gobierno y el Parlamento (Majlis), mientras los conservadores tenían a los Guardianes de la Revolución que decidían quienes podían o no ser candidatos a un cargo y qué leyes consonaban con el Islam.

También el Consejo de los Intereses del Sistema, la Asamblea de Expertos en la Ley Islámica, y el Poder Judicial. Se abre la confrontación leninista de poderes entre aperturistas y fundamentalistas. Ahmadinejad fue estos años un militante conservador leal y anónimo contra la tendencia de Jatami, quien no enfrentó institucionalmente y dejó crecer libremente los grupos que lo liquidarían. En 1999 se lanza al consejo municipal de Teherán, pero lo descuadernan y un levantamiento electoral da el triunfo de los renovadores en las parlamentarias de 2000. En 2001, se produce la apoteósica, abrumadora, reelección de Jatami, que hacía pensar que la democracia se había impuesto. Ahmadinejad no se arredra ni abandona su puesto de lucha, aunque era un papel mojado, un político medio sin futuro. Pero el destino muta, por el desencanto ante la indecisión de Jatami para acelerar cambios. Ahmadinejad se lanza de nuevo a la alcaldía de Teherán, gana y “profundiza la revolución”. Elimina restaurantes “occidentalizados”, obras de teatro, conciertos, hace las galerías de arte centros de oración y separa ascensores de hombres y mujeres. Al tiempo hace una honrada y eficiente gestión administrativa. Sigue viviendo en su barrio popular, no cambia carro, ni cobra el sueldo de alcalde y vive de profesor.

Reparte comida y créditos baratos a los pobres, entre otras cosas que le dieron enorme popularidad. Se encumbra porque en las elecciones parlamentarias de 2004, ante un nuevo triunfo aperturista masivo, el fundamentalismo monta la provocación fatal. Inhabilitan más de cuatro mil candidaturas, induciendo la reacción asombrosa, descabellada, infantil, de los aperturistas, que se retiran del proceso y llaman a boicotearlo, condenando a muerte la apertura. Alta abstención y los fundamentalistas arrasan 196 sobre 290 curules. Ese disparate era lo único que podía salvarlos de una grave derrota y condena el país a la desgracia. Ahmadinejad aprovecha el ánimo abstencionista e inscribe su candidatura presidencial en 2005. El Consejo de Guardianes vuelve a montar la trampa, invalida candidaturas y sólo permitió seis (6), provocando fríamente a los renovadores. Sólo quedó el pragmático y hábil hodjatoleslam Hashemi Rafsanjani, de relaciones con las dos tendencias e impulsor de la privatización de empresas improductivas. Pero no lo apoyaron por no ser opositor verdadero y llaman a abstenerse.

No le perdonan ser moderado, agrab (alacrán en farsí) y lo liquidan. Ahmadinejad habla de “la lucha contra la miseria”, la corrupción, los privilegios de los nuevo-ricos, “la mafia del petróleo”. Austero, sencillo, cercano prometía la revancha social de los pobres. Dice que “hicimos una revolución para tener un gobierno islámico y no una democracia” pero que no “implantaría el chador”, ni iba a reglamentar cortes de pelo a los jóvenes, y anuncia un plan de desarrollo nuclear. En la segunda vuelta obtiene 62% sobre Rafsanjani con una abstención de 40% convocada por la gafocracia. Con eso, llegó la desgracia rotunda. Desde entonces, Amnistía Internacional describe un infierno fuera de la civilización, como Cuba, Birmania o Norcorea, reino del fanatismo, la violencia y la indefensión. Masivas ejecuciones por “crímenes sexuales”, lanzan homosexuales por acantilados, lapidan mujeres “pecaminosas”, enterradas hasta la cintura para que la muchedumbre las apedree por largas horas hasta morir. Arrestan a las que se les corre el velo y a unas con sus hijos, para que los maridos se entreguen. Cortan con cuchillos las manos de ladrones, o les vacían los ojos en escenas inigualables de horror. Acosan a minorías étnicas y religiosas, como kurdos y aserbayanos, disidencia, simples expresiones del pensamiento o cualquier cosa que se le ocurra “castigar” a algún burócrata, por baja que fuera su jerarquía. Apresan abogados defensores “por atentar contra la seguridad del Estado”, y a opositores de nuevo cada vez que cumplen condena, una tortura diabólica.

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