Basabe, Capriles y Guaidó – Soledad Morillo Belloso

Por: Soledad Morillo Belloso

Soledad Morillo Belloso

Tenía críticos (fuertes y mordaces) que creían que era mejor negociar y no enfrentar y cuyos planteamientos y poder no eran hueso fácil de roer. 

Recurrentemente le sacaban la tarjetica de aquel grueso error en su pasado. Se lo enrostraban porque bien sabían que era una dolorosa herida en su carrera, una tajo abierto que él no lograba cicatrizar. Sin embargo, a pesar del encono con que lo atacaban, se mantuvo firme, no sin angustia, no sin miedo, no sin dolor, pero con apego al temple, que es la mejor herramienta de los valientes.

El episodio había resultado exitoso en cierta medida, a pesar de lo improvisado y, por tanto, altamente riesgoso y pese al alto costo que supuso en vidas y en honor.

Aquel día se preparó para hablar. Seguramente comió, bebió y fumó en exceso, como solía hacerlo cuando la situación se le presentaba de exigencias. Sería un sesión árida. 

Sus críticos esperaban que cometiera  un error, que no reconociera la gravedad de los hechos, que se erigiera pomposo y presuntuoso, que con giros de lenguaje eludiera  los errores cometidos. Los sorprendio. Empezó a hablar sin preámbulos, sin deambular en pórticos innecesarios. Directo al grano. Aquí algunos trozos de aquel discurso.

«Hemos de procurar no ver este rescate como si fuera una victoria. Las guerras no se ganan con evacuaciones…  ¿Podría haber un objetivo de mayor importancia y significación militar que éste para todos los efectos de la guerra? Ah, por más que lo intentaron, fueron derrotados; se frustró su misión… ellos pagaron cuatro veces por las pérdidas que infligieron…  No cabe duda de que afecta poderosamente la cuestión de la defensa nacional contra la invasión el hecho de que, de momento, … disponemos de unas fuerzas militares incomparablemente menos poderosas de lo que jamás hemos tenido, ya sea en esta guerra o en la anterior. Pero esto no seguirá siempre así. No nos conformaremos con una guerra defensiva. Tenemos una obligación con nuestro aliado. Tenemos que volver a reconstruir y levantar el… Todo esto está en marcha … Por más grandes extensiones …  que hayan caído o puedan caer… no vamos a flaquear ni a fracasar sino que seguiremos hasta el final… combatiremos en los mares y los océanos, combatiremos cada vez con mayor confianza y fuerza en el aire… Combatiremos en las playas, en los lugares de desembarco, en los campos y en las calles; combatiremos en las montañas; no nos rendiremos jamás; y por más que esta isla o buena parte de ella quede dominada y hambrienta, algo que de momento no creo que ocurra, nuestro imperio de ultramar, armado y protegido por la Flota británica, continuará la lucha hasta que, cuando Dios quiera, el Nuevo Mundo, con todo su poder y su fuerza, dé un paso al frente para rescatar y liberar al Viejo».

Usted ha acertado. Me refiero a Winston Churchill y a su emblemático discurso del 4 de junio de 1940,  posterior a los complicadísimos y dramáticos   sucesos de Dunkirk. 

Churchill la había tenido muy difícil. La situación era gravísima. La vida de más de 350 mil soldados varados del otro lado estaba en riesgo. La estrategia utilizada es harto conocida: una enorme flota de pequeñas embarcaciones de pescadores actuó como ejército de rescatistas. Las bajas fueron reducidas a unos 30 mil. Salvar a poco más de 300 mil era un triunfo, pero eso no hizo que Churchill en su discurso se escondiera tras el alivio de las miles de vidas salvadas, escondiera el fracaso bélico y diera espacio a la fantasía que sus críticos planteaban como posibilidad: que Gran Bretaña negociara con Hitler.

Por supuesto que luego de Dunkirk la estrategia cambió. No el objetivo. Bajo el liderazgo de Churchill, Gran Bretaña hizo alianzas transcontinentales. La guerra en Europa terminó el 8 de mayo de 1945 con la capitulación alemana. Unos meses después, el 15 de agosto de 1945 Japón se rindió.

Habló Capriles y algunos se volcaron a un análisis precipitado, extrayendo de sus decires el dulce derrotista que deseaban paladear. Vieron corto. 

Capriles nunca se ha alejado de la política y su quehacer. Salvo algunos pocos días para ocuparse de asuntos personales y familiares, no se ha tomado «vacaciones». Ha proseguido con trabajo de calle y de oficina. Lamento informar a quienes lo adversan que yerran al decir que el tiempo de Capriles pasó. Eso es no conocerlo, no entender de qué madera está hecho y menos aún comprender lo que las ideas que fomenta Capriles significan para el pueblo de todo sabor, color y olor. Yerran más aún los que piensan que Capriles es un mal estratega, incapaz de profundos procesos de reflexión. Muy por el contrario, es severo en la autocrítica.

Como mucho lo conozco («de vista, trato y trabajo») su mensaje no me sorprende ni un poquito. Fue el producto de mucho pensar con mentalidad de liderazgo. Habló ese político que bien entiende el tremendo drama político, económico, social y moral que vivimos. Puedo asegurar que no sorprendió a los que conducen la verdadera oposición. Nada dijo que despedace la verdadera unidad; antes bien, lo que expresó en esos largos minutos deja claro no solo su compromiso con el país, sino su comunión política con las fuerzas de unidad de las que forma parte y que se han echado sobre sus hombros la titánica tarea de rehacer esta Venezuela nuestra.

Y si los espelucados se tomaran la molestia de leer cada palabra que dijo Capriles el 14 de enero y luego,  con la serenidad que requiere el análisis serio, si se tomaran también la molestia de leer cada palabra del discurso de Guaidó del 15 de enero, descubrirán que no solo no hay cacofonía política. Son discursos de dos demócratas que no se copian el uno al otro sino que se integran no en una cadena de mando sino en una cadena de liderazgo. 

Hay fases en las crisis. Estamos en una particularmente compleja. En el escenario hay traiciones, bajezas, oportunismos y mediocridades  Nos quieren hacer creer que hay solo tres posiciones: la del régimen (que huelga detallar), la de unos extremistas negados a todo y que no les importa el sufrir de la población y una tercera,  la de unos sensatos que proponen un término medio. Pues eso no es así. Esto es un cuadrilátero irregular, es decir, una figura de cuatro lados de diferente largo. Adrede los que tienen mucho poder comunicacional quieren borrar el lado más largo, el que tiene la mayoria parlamentaria, el que tiene un Plan País con visión de corto, mediano y largo plazo, el que tiene preparada y lista una estructura gerencial para asumir la conducción de gobierno, el que defiende el derecho democrático, inalienable y sacrosanto del pueblo a decidir en elecciones justas, transparentes y decentes cada uno de los cargos marcados constitucionalmente como de elección popular. Ese lado del cuadrilátero ha participado en procesos buscando una negociación y en esas mesas ha sentado al pueblo, le ha dado voz, no lo ha excluido. Y cada uno de esos procesos ha fracasado porque el régimen ha mentido, ha engañado, ha querido manipular. 

Por supuesto que, como Churchill, nuevas (y más graves) circunstancias requieren nueva estrategia. Eso lo dijo Capriles, eso lo dijo Guaidó, eso lo dicen todos los  dirigentes de la verdadera oposición. Hay que enfrentar nuevos ataques y nuevos enemigos, varios de los cuales se presentan con pieles de cordero degollado y voces engoladas declamando versos falsarios.   Hay que persistir en ganar todavía más aliados en pueblos, gobiernos, parlamentos, organizaciones, instituciones, liderazgos de peso con voz en los cinco continentes. Hay que caminotear más y mostrar a muchas más personas el Plan País. Hay que crear el escenario decente para votar. Hay que defender al pueblo del inmisericorde ataque de un régimen de mafiosos y sicarios. Y sí, hay que también leer y releer las palabras de Monseñor Basabe, un hombre de sotana que habló desde una altura moral que inspira y motiva a seguir luchando por esta Venezuela mancillada y adolorida que nos reclama. Hay que repetirnos todos los días, mañana tarde y noche, que los buenos somos más y vamos a ganar.

Lea también: «Estrategia de tijeretas«, de Soledad Morillo Belloso

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