Soledad Morillo Belloso

Basta de lloriqueos – Soledad Morillo Belloso

Por: Soledad Morillo Belloso

Hubo muchos mantuanos que tenían gestos agradables para con los que no eran de su clase. Al otro extremo, hubo los que denostaban de cualquiera que presumieran inferior y hasta llegaban al expediente de las famosas «pagapeos». Hubo, para nuestro alivio como nación naciente, una Panchita Ribas.

Buena parte de los mantuanos murieron en la guerra. Algunos de los que quedaron entendieron -muchos a regañadientes- la importancia de que el primer presidente de la al fin emancipada nación fuera Páez.

Este país nuestro es de pardos, mestizos, mulatos, zambos de ojos claros, inmigrantes de piel blanca y estómagos clamando por comida. País de burgueses. Para nuestra fortuna, no somos como varios países del vecindario. No tenemos linaje que defender. Maravilloso. Ni somos un país de profundas raíces culturales que nos fuercen a un comportamiento. También maravilloso. Para nuestro mal o nuestro bien, llovió riqueza petrolera y fuimos ese país al que muchos querían venirse y del que nadie se quería ir.

En ese país ricachón los burgueses  hicieron la tarea. Montaron y trabajaron en empresas privadas y del estado. Los inmigrantes se mezclaron con los criollos y de ahí sale  tanto y tanto  muchachito rubio. Los burgueses montaron  escuelas, liceos y universidades, sembraron los campos, ordeñaron las ubres, construyeron carreteras y autopistas. Montaron fábricas y factorías, bancos, cadenas comerciales y todo eso  que hubo. Y luego con los años todo empezó a desvirtuarse.

Salas  Romer perdió por la irresponsabilidad de una clase media con dinero que se creía mantuana. Salas, un burgués, ponía en peligro todo lo alcanzado tras años de tapaderas, guiones inventados y disimulos. Con Salas todo se trataba de trabajo. Y eso no gustó a muchos.

A estas alturas del juego -y de mi vida- me da igual cuál de los aspirantes gane las primarias. Lo hará quien tenga más plata, narrativa y «músculo». Y el músculo sólo lo tienen  tres o cuatro partidos que, incluso venidos a menos, tienen todavía fuerza.

El asunto no es quien puede ganar las primarias. Eso es un trámite. Lo fundamental es cuál de esos precandidatos pueda vencer por un margen incuestionable  al candidato rojito, que puede ser Maduro, pero puede que no. No sirve ganar por poco. Y no hablo de la trampa que pueda hacer el rojismo. Hablo de la importancia de ganar por paliza. Porque lo contrario no es ganar. Y no me vengan con el ejemplo de Uruguay. Que nuestra situación política, social y económica  lejos está de compararse a la del «paisito», que es hoy un modelo de democracia.

Este país fue de logros, de evolución, y a eso tenemos que volver.  La elección presidencial se puede ganar sólo con los votos de esos que votaron por el galán de Sabaneta, por conveniencia, y con los votos de los que adoraron a Chávez. Y para ello hay que seducirlos, enamorarlos. El enemigo ya no es Chávez.  Revivirlo en discursos y declaraciones -y denostar de él- sólo aleja a esos votantes.

Estoy segura -segurísima- que cualquier gobierno de oposición será mejor que este bodrio que tenemos. Mejor para las grandes mayorías, no para las minorías oportunistas que no son sino parásitas de la sociedad.

Basta de lloriqueos. Para ganar hay que luchar.

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