Bukele: La tensión entre democracia y eficacia - Trino Márquez

Bukele: La tensión entre democracia y eficacia – Trino Márquez

Publicado en: Polítika UCAB

Por: Trino Márquez

Después de haber torcido mediante un ardid jurídico la Constitución de El Salvador y haber logrado que el Congreso y la Sala de lo Constitucional de la Corte Suprema de Justicia –ambas instancias controladas por él- le permitieran optar por la reelección continua, Nayib Bukele triunfó de forma categórica en las recientes elecciones de ese país: Obtuvo una victoria con casi 85% del electorado para presidente, y de los 60 diputados del Congreso, su partido Nuevas Ideas logró 56. Poder absoluto.

De nada sirvieron las acusaciones en su contra por haber amenazado inicialmente al Congreso, haber presionado a la Corte Suprema y violado sistemáticamente los derechos humanos de las centenas de miles de miembros de las pandillas –maras- que azotaban a los salvadoreños, especialmente de las capas más humildes de la población. En las redadas organizadas por la policía para capturar a los delincuentes fueron apresados numerosos ciudadanos que nada tenían que ver con los pandilleros, sino que incluso eran sus víctimas. Los malhechores, y muchos inocentes, fueron recluidos en centros penitenciarios –algunos de ellos construidos  especialmente para albergar los prisioneros- donde han sido víctimas de tratos crueles y degradantes, de acuerdo con Human Right Watch y otras organizaciones dedicadas a proteger los DD.HH.

 Ninguno de los señalamientos contra Bukele por haber extendido el estado de excepción durante un período mucho más largo de lo que la ley permite, o haber acorralado al Congreso y a la Corte Suprema cuando todavía no las dominaba, o haber asediado a los partidos y dirigentes opositores que no se alinearon con sus posiciones, sirvieron para disuadir al electorado ni para convencerlo de que el joven líder es un autócrata colocado por encima de la Ley y del Estado de derecho. A la gente no le importó su talante y prácticas antidemocráticas, sino que se lanzó con entusiasmo a los centros de votación a darle su apoyo.

En las encuestas y entrevistas realizadas antes y después del triunfo, muchos ciudadanos señalaron que preferían la seguridad que les brindaba Bukele a la democracia de la que se hablaba desde que se firmaron los acuerdos de paz con los guerrilleros, hace más de cuatro décadas. Los famosos acuerdos logrados por el Grupo Contadora.  Los salvadoreños se fueron desencantando de la corrupción, la burocracia y, sobre todo, de la incompetencia de los gobiernos democráticos para combatir maras como la Salvatrucha, que mantenían en jaque a toda la población.

El arrollador éxito del joven caudillo civil impone examinar la relación entre democracia y eficacia. Lo que está ocurriendo en El Salvador podría suceder en cualquier otro país latinoamericano y, de hecho, pasó en Venezuela cuando el teniente coronel Hugo Chávez prometió acabar con los males de la ‘democracia puntofijista’ y refundar la República sobre nuevas bases. Pasado un cuarto de siglo estamos viendo en qué se transformó esa promesa de cambio. Se destruyó la democracia y la economía, dejando el país en ruinas. Ese no tendría que ser el caso de El Salvador. Sin embargo, resulta evidente que la democracia en ese país se ha deteriorado notablemente. Hoy la nación se encuentra bajo el puño de un autócrata.

 El peligro de que surjan líderes mesiánicos en sociedades en crisis siempre es muy alto. Esas crisis pueden tener distintos orígenes y características. En El Salvador, el problema básico residía en el pánico que los delincuentes agrupados en las maras habían creado entre la población: Barrios donde la policía no entraba; malandros enseñoreados que se paseaban por las ciudades con total impunidad; maridaje, producto de la corrupción, entre los cuerpos de seguridad y los matones; renuncia del Estado a ejercer la autoridad y la violencia legítima; claudicación de los cuerpos de seguridad  ante los asesinos y narcotraficantes. El reino del terror.

En medio de este cuadro desolador emergió la figura de un hombre que prometió restablecer el orden con métodos no muy ortodoxos, convencionales ni persuasivos. Bukele decidió aplicar la fuerza sin contemplaciones. Con unas ideas claras y precisas, y con un discurso poco elegante, pero muy efectivo, emprendió una cruzada contra el crimen organizado, que lo ha convertido en la figura política más relevante de El Salvador en toda su historia democrática y lo ha proyectado como ejemplo en América Latina. Hoy se habla del ‘modelo Bukele’ para identificar esa manera de combatir y reducir la delincuencia de forma eficaz, y convertirse en referencia nacional y continental, aunque ello signifique pisotear los derechos humanos y aplicar la violencia desenfrenada contra grupos que quedan desasistidos por los órganos del Estado encargados de velar por los derechos ciudadanos.

La democracia, cuando no actúa con eficacia frente a las crisis o a graves y seculares problemas sociales como la delincuencia, le abre las compuertas a ‘mesías’, a líderes que se consideran predestinados, que terminan destruyendo las instituciones, elaborando sus propias normas y, lo peor, obteniendo el respaldo popular. En El Salvador, la ciudadanía prefiere la seguridad a la democracia. Bukele lo entendió. Ahora, ¿quién lo detiene?

 

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