Casas de segundones - Elías Pino Iturrieta

Casas de segundones – Elías Pino Iturrieta

“Por razones obvias, no debemos esperar rectificaciones de la parte agresora, lo menos que se puede solicitar es un renacimiento nacido en las entrañas de las universidades que les devuelva el papel que han desempeñado en la evolución de una cultura digna de encomio y en la salvaguarda de la civilidad, extraviado o desvanecido durante décadas en el marasmo culpable de sus habitantes, especialmente de sus autoridades”.

Publicado en: La Gran Aldea

Por: Elías Pino Iturrieta

He citado varias veces una célebre afirmación de Rómulo Gallegos, que recojo hoy otra vez: “Universidad, casas de segundones, hermana mayor de la revuelta armada, tú también tienes la culpa”. La pronunció en el Aula Magna de la UCV cuando retornó después del derrocamiento de Marcos Pérez Jiménez, y algunos dicen que ya la había asomado en una de sus novelas. Lo que importa es que salió de los labios de un hombre de letras y pensamiento, uno de los más grandes de Venezuela; de la trayectoria de un educador que dejó entre sus logros la formación de un puñado de jóvenes que formaron la histórica Generación del 28 esencial para la política, la escritura, las ciencias y el pensamiento del siglo XX venezolano.

Mejor compañía o mejor escudo no he podido procurarme para llamar la atención sobre cómo nuestras universidades son responsables de la tragedia que hoy las conmueve. Como el maestro, sin intenciones oscuras -aunque sin calzar sus botas, desde luego-, quiero llamar la atención sobre una realidad evidente: debe atribuirse a las más altas casas de estudio de Venezuela el estado de postración al cual han llegado. A primera vista el decaimiento ha sido producido por un régimen sin contactos dignos de atención con la actividad intelectual; es decir, por una administración que observa con desconfianza un medio del cual jamás ha formado parte y cuyas obras han de producirle una desconfianza gigantesca. También, desde luego, por el miedo de los cabecillas del oficialismo a unas instituciones que en el pasado se han levantado contra el dominio de las dictaduras y contra el capricho de los personalismos.

Si se quiere topar con una explicación convincente del desprecio que el chavismo y el madurismo sienten por las universidades, se han asomado dos motivos de difícil rebatimiento. No se necesita lupa para descubrirlos. Pero, por desdicha, las universidades han permitido que se las lleve a situaciones de arrinconamiento y penuria debido a que sus miembros – autoridades académicas, profesores, personal administrativo, líderes estudiantiles- apenas se han movido para evitarla. La sucesión de los ataques del oficialismo contra la autonomía universitaria no ha tenido respuestas contundentes. Ni siquiera alguna reacción aislada que se pueda calificar de heroica o de excepcional, a decir verdad. Tal vez alguna pose de relumbrón que se olvida al día siguiente. El derrumbe de las edificaciones y el deterioro de los elementos materiales que requiere una instrucción especializada se ha visto como quien ve llover desde un protegido balcón; mientras los decanos, los directores y los consejeros de Facultad y de Escuela se han conformado con susurrar denuncias sin flama.

A un solo elenco dirigente, debido a que se ha mantenido en el poder por los frenos impuestos por la dictadura a los procesos electorales, puede atribuirse tal grado de postración. Porque, si los mandones se empeñaron en evitar la renovación de autoridades porque no les convenía, porque seguramente saldrían con las tablas en la cabeza en procesos electorales de ardua manipulación, nadie puede asegurar que los equipos rectorales y los titulares de los decanatos, de las direcciones de Escuelas e Institutos y de las representaciones profesorales clamaran por la alternabilidad. Un par de vicerrectores y tres o cuatro decanos hartos de sus rutinas y también deseosos de tener una sucesión oportuna, hicieron mutis honorable o simplemente deseable. El resto prosigue como si cual cosa, pese a lo terribles que son para las instituciones el hábito de las ideas trilladas y los vicios de una autoridad sin fecha precisa de expiración.

Los intentos cada vez más oscuros de la dictadura no se pueden obviar cuando se busca la responsabilidad del problema. No son otra cosa que golpes arteros con un propósito de demolición, pero han contado con la pasividad de los responsables de las casas que quieren destruir. Como, por razones obvias, no debemos esperar rectificaciones de la parte agresora, lo menos que se puede solicitar es un renacimiento nacido en las entrañas de las universidades que les devuelva el papel que han desempeñado en la evolución de una cultura digna de encomio y en la salvaguarda de la civilidad, extraviado o desvanecido durante décadas en el marasmo culpable de sus habitantes, especialmente de sus autoridades.

Cuando cierro este texto recibo la noticia de la condena cargada de sombras de un conocido dirigente universitario, el diputado Juan Requesens, por el delito de subversión. No solo sirve de conclusión para manifestar una tristeza que jamás será inoportuna, sino también porque me parece que en el miedo a decisiones iguales o parecidas se puede encontrar una explicación de la abulia universitaria.

 

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