Por: Carlos Raúl Hernández
Donde se apagaba una candelita, encendía otra para avanzar las atrocidades constitucionales
Golpe de Estado se identifica con el cuartelazo que depone un Presidente, por lo general disparado al exilio. Solían caracterizarse por muy tercermundistas despliegues de batallones, tanques y cazas, al estilo del 4F y 27N en Venezuela. Fueron incontables en América latina, y en Argentina y Bolivia sumados, por citar esos, hubo más de cincuenta en cincuenta años. Por eso en el lenguaje político se subsumieron las categorías golpe de Estado y golpe militar que aunque siempre tengan las armas como respaldo, no son lo mismo. El concepto es más amplio: hay un golpe de Estado cuando uno de los poderes públicos se sobrepone inconstitucionalmente sobre otro por la fuerza abierta o encubierta; y autogolpe, una subespecie, cuando el Presidente pisotea los demás poderes por la violencia o la coacción.
El régimen actual es una autocracia porque emasculó desde el comienzo los demás poderes y viola los Derechos Fundamentales de los ciudadanos cada vez que quiere. Y a partir del 12F ha dado un autogolpe por fases, sin manifiestos formales al estilo Bordaberry o Fujimori. Provocó un clima de agitación para pasarse con comodidad varias instituciones por el bigote y aplicar reingeniería a su raleada imagen entre los militares. Y hacer tragar algunas bárbaras, irracionales, mal concebidas medidas económicas con cortinas de humo lacrimógeno para distraer, en especial al chavismo de base. Mientras la gente llora los muertos, recoge heridos, saca sus presos de la cárcel o comenta los sucesos de Altamira, devalúan la moneda en 500% y disparan los precios, lo que recuerda cómo aprobaron la malhadada «Constitución» con un referéndum en pleno deslave de 1999. Algún día se sabrán las cábalas y conjuros usados para seducir ingenuos en esta ocasión.
Clinton no fuma
En general los camaradas, cripto- camaradas, mandatarios-agentes-de-trasnacionales y oportunistas, ahora agrupados en ese sindicato que derivó la OEA, apoyan cualquier perversión que cometa un colega, pero dan alaridos de «golpe» cuando las instituciones le ponen freno, por más devotamente constitucional que sea. La base de la democracia es el gobierno moderado, para eso es la Constitución, y la esencia es el control y la sanción de los demás poderes, hasta para destituir un Presidente siempre que se cumplan los extremos de la ley. Así fue con Nixon en 1974 por espionaje, y estuvo a punto de pasarle a Clinton en 1998 por mentir a un tribunal de parroquia sobre el uso heterodoxo de un tabaco Romeo y Julieta-Churchill en la humanidad de una pasante.
La evicción constitucional ocurrió también a Carlos Andrés Pérez (1993), Sánchez de Losada en Bolivia (2003) y Lucio Gutiérrez en Ecuador (2005) sin que los camaradas se horrorizaran, -y más bien aplaudieron- pero chillaron «cuando se administró el correctivo en Honduras y Paraguay, en el entendido de que ciertos benditos tienen patente para hacer lo que les dé la gana, siempre que sea para llevar sus países al socialismo del siglo XXI. Zelaya desarrollaba un golpe y los poderes legítimos le advirtieron que no continuara en el plan de convocar un referéndum para su reelección, explícitamente prohibida por la Carta Magna, y la democracia aquietó el proyecto de dictador. Los aviones presidenciales no cabían en el aeropuerto de Managua para intimidar al Congreso y la Corte hondureños y se pensó en enviar tropas para reponer a Zelaya.
Distrae y vencerás
Al obispo Lugo, presidente de Paraguay, lo eyectaron exactamente igual el Congreso y el Tribunal Supremo, pero en este caso el canciller imperialista venezolano del momento, Nicolás Maduro, personalmente invadió al pequeño país. Ahora en sus nuevas funciones, procede en una empresa igualmente torcida desde el 12 de febrero de este año. No podría decirse que atropella las autoridades del Congreso y los tribunales, que son en ocasiones Legislativo y Judicial y en general agentes del Gobierno, especie de ministerios, y «nadie sabe cuándo el peje bebe agua» como le angustiaba a Sancho. Pero sí estupró varios principios constitucionales: la soberanía popular en el fuero de una diputada, igual que los de los alcaldes electos de San Diego (Carabobo) y San Cristóbal (Táchira), destituidos sin fórmula de juicio ni derecho a la defensa. Allana así el Poder Municipal, una institución autónoma rama del Poder Público. Ahora es el Gobierno quien tranca autopistas, para mantener caos.
Y en cuanto a Derechos Fundamentales, el Gobierno asesina, hiere, tortura y detiene ilegalmente cientos de personas, prácticamente ilegaliza un partido político, Voluntad Popular, y viola todos los derechos de su principal dirigente. Por un número de muertes políticas parecido a los de este mes, cayeron los mencionados Lugo y Sánchez de Losada. El Gobierno mantiene viva la violencia y al revés de lo que dijo, donde se apagaba una candelita, encendía otra para avanzar las atrocidades constitucionales. Sumergir la sociedad en una tragedia de sangre le facilita atornillar su autocracia. Sabía perfectamente que con cólera en las calles cualquier llamado a la racionalidad y al diálogo sería pateado por la ira colectiva. Designar a Cabello, algo así como el símbolo de la represión, -quien extrañamente parece imitar a Pedro Estada pero sin glamour-, cabeza de una supuesta Comisión de la Verdad, era un chiste negro.
@carlosraulher