Se vino encima diciembre y el escenario de la política se parece a un nacimiento viviente montado por un chamán intoxicado con peyote… nada ni nadie está en su lugar. Actores y figurantes van desorientados por las tablas sin un libreto común: los tres reyes magos se pelean por dormir en la cuna de paja, las bestias ariscas la emprenden a coz limpia con todo lo que se mueva, los padres se miran desconsolados sin saber qué hacer, y el pobre niño recién nacido se pregunta aturdido: ¿Qué hace alguien tan nice como yo en medio de este quilombo?
Porque cuando el pobre lava llueve, y cuando la oposición democrática empezaba a recobrarse del KO de las regionales, y a perfilar sus posiciones, se le vino encima un diluvio de desafíos, de esos que suelen dejar colar las deidades de la política para poner a correr en todas direcciones a sus practicantes, y así probar sus habilidades en el oficio.
El 10 de diciembre se llevarán a cabo unas desangeladas elecciones municipales que los medios de comunicación han desdeñado en su cobertura, y que los principales partidos de lo que fue –¿es?– la Mesa de la Unidad Democrática (MUD), han desestimado por estar inmersos sus dirigentes en la búsqueda de limpiar el corroído sistema electoral, para poder competir limpiamente en unas eventuales elecciones presidenciales. Lo cual es, a lo menos decir, una incongruencia de método. Por unas elecciones sí lucho, por otras no.
(Por lo demás, están en todo su derecho y obligación de optar, ya que en las democracias se eligen presidentes o primeros ministros, y no a condottieri. Sería prudente que nuestros líderes de la oposición democrática se guarden la frase de: mi preocupación no es ser candidato a presidente, lo que quiero es salvar a mi país. Tiene un cierto aire caudillesco).
Y, luego, sin siquiera una pausa para tomar aliento, el 15 de diciembre se debería retomar el diálogo/negociación en República Dominicana para acordar definitivamente algunas soluciones a la terrible crisis política y social que vive Venezuela. Hoy, está muy claro que hay sectores del partido oficialista que no quieren soluciones –consensuadas o no–, y sectores de la oposición para quienes cualquier negociación es una traición, salvo para “exigirle” al régimen que se vaya ya. Sin embargo, si uno se atiene a lo expresado por los observadores internacionales, el diálogo/negociación habría sido provechoso y ha puesto al gobierno en una situación comprometida, de la cual probablemente se intente zafar por abandono, pero pagando un alto costo internacional. (Independientemente de las bombitas provocadoras que batean al medio campo, para que todo el equipo opositor salga atropelladamente a atajarlas. Con sanciones, no hay elecciones).
Y, como si fuera poco, en tiempos de paz, amor y reconciliación, el oficialismo se desgarra y da inicio a una purga que –como toda purga– se sabe donde comienza, pero no dónde termina, por aquello de “la revolución devora a sus hijos”. La falla sísmica en el universo rojo, debería ser bien calibrada por los sismólogos de la oposición democrática para determinar su alcance y tratar de detectar si habrá posibles réplicas. La nomenclatura gobernante está acorralada por su inmensa impericia, y el cuento de la “guerra económica” ya no duerme a nadie. ¿Quieren que les cuente el cuento del gallo pelón? ¡No! Replica la famélica base roja, rojita.
El ciclo parece confirmarse, a una autoderrota de la oposición democrática, le sigue una autoderrota del gobierno, y así sucesivamente se va llenando el tablero de anotaciones. Pasados estos quince días del último mes del año, quienes dirigen la opción del cambio, tienen la oportunidad de repensar el juego, inspirados en aquel luminoso diciembre de 2015. Amén.
@jeanmaninat