Jean Maninat

Dios salve a la reina – Jean Maninat

Por: Jean Maninat

Cada vez que fallece un notable la estupidez del mundo se despierta. Hace un tris se fue Gorbachov y la necrología de los bien pensantes se dedicó a recalcar lo que no había logrado hacer, sus supuestas debilidades de carácter, sus titubeos políticos, su infinito amor por Raisa Gorbachova, su mujer… las satrapías del planeta guardaron absoluto silencio, más no como síntoma de respeto.

El desvanecimiento (Los viejo soldados no mueren, sólo se desvanecen, dijo Douglas MacArthur) de Isabel II les ha revuelto el hígado a los antimonárquicos de oficio, a los habladores de necedades, a los lectores de Hola entoileteados, a la progresía analfabeta pero estridente, y a uno que otro “intelectual” tercermundista abombado de odio y resentimiento hacia los “poderosos” del planeta. “Eso es un derroche de dinero”. “En vez de repartir esa fortuna entre los niños pobres”. “Eso es un residuo del colonialismo”. “Esos no son electos por el pueblo”. “A mí no me representan”. Etcétera, etcétera.

La progresía, de eso que una vez se llamó el primer mundo, es por default antimonárquica y antidemocrática, dependiendo del momento y la circunstancia. Su práctica favorita es la cancelación del otro -en nombre del otro-, su desaparición de las bibliotecas, los libros, los centros de enseñanza e investigación, de las editoriales y los medios de comunicación, de las plazas y lugares públicos. De estar en sus manos (a Dios gracias todavía no lo está), habría cancelado a todas las monarquías constitucionales como los bolcheviques “cancelaron” a los Románov. Antes era con balas, ahora es con un teclado conectado a las redes sociales.

El “progre” por antonomasia, su modelo platónico, su álef, su símbolo viviente, no es otro que Pablo Iglesias, una contradicción bípeda y oportunista, perezosa y satisfecha, que ha dedicado parte importante de su carrera publicitaria de sí a cargarse la monarquía parlamentaria española y de paso al Reino de España. Curiosamente, intentó establecer una monarquía bicéfala con su mujer en Podemos -su partido-reino- hasta que se dio cuenta de que eso de gobernar daba mucho trabajo y regresó a las tertulias televisivas a vivir de la pantalla.

La casta progre se ha lanzado a cuestionar a la monarquía británica en “nombre del pueblo”, y a disminuir a una soberana, ya anciana, que en setenta años de reinado vio el mundo cambiar de manera vertiginosa sin perder el aplomo ni soltar la cartera colgada al brazo. Los grandes dirigentes políticos que pisaron el planeta y van desapareciendo -lamentablemente- como los dinosaurios, alternaron con ella e inclinaron la cabeza en señal de respeto.

Ah, pero la casta progre calla -cuando no aplaude- frente a las monarquías revolucionarias, frente a dictadores como los hermanos Castro (Fidel y Raúl) enquistados en el poder por años de años mientras reducían a escombros lo que alguna vez fue una joya caribeña. Voltean la mirada y silban distraídos frente las tropelías de los Macbeth nicaragüenses, Daniel Ortega y Rosario Murillo. Y hasta no hace mucho, portaban playeras estampadas con el rostro de un homicida serial apodado  Che Guevara. Y se pasean por Latinoamérica con el monedero hambriento, “asesorando” gobiernos autoritarios e ineptos en nombre de la solidaridad internacional. Así es la “moral revolucionaria”.

God save the Queen! 

 

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