Es físicamente imposible generar una ruina y un desfalco de las proporciones que ha ocurrido en PDVSA sin el concurso, complicidad y/o vista gorda de su gerencia alta y media y de los más altos funcionarios del Estado, incluyendo el Poder Ejecutivo, el Legislativo y el Ciudadano. De modo tal que no puede limitarse a unos cuantos gerentes petroleros bajo proceso de investigación judicial. Es más, la gravedad de lo acontecido es tanto mayor considerando que hubo durante años todo tipo de alertas públicas sobre las gruesas irregularidades que estaban ocurriendo. Un principio elemental de la gerencia es «se puede delegar trabajo, no responsabilidad». Sorprenden varios asuntos: la desaparición como por arte de magia del Contralor General de la República, a quien suponemos con laringitis dado su retumbante silencio; la lavada de manos del Ejecutivo Nacional que, como los tres monitos, no vio, no escuchó y, claro, no habló sino cuando el volcán hizo erupción y no pudo taparear más el nauseabundo hedor; las caras de tabla de los ex diputados rojos rojitos que por acción o inacción dieron su buena pro a todo el amasijo de corruptelas que estaba carcomiéndose a nuestra industria petrolera y que finalmente la hizo añicos. Todos ellos son responsables y culpables. Recordemos, además, para completar el cuadro delincuencial, el TSJ, que taxativamente prohibió que se investigara a Rafael Ramírez.
Por estos días he escuchado equiparar lo sucedido en PDVSA con las estafas bancarias que sufrimos en el pasado. Afirmar tal cosa es cuanto menos una muestra de tremebunda ignorancia y es argumento baladí, aunque pretendan plantearlo como del mismo nivel. Aquello, lo de los bancos, fue atroz, sin duda. Y no es mi interés ni intención salir en defensa de ninguno de esos malandros de traje y corbata que nos estafaron y pusieron en serios aprietos financieros. Esta muy fresca en mi memoria la horrenda sensación de engaño, de impunidad. Las colas en las entidades bancarias para intentar recuperar algo de los ahorros. Pero aquella crisis de tan dolorosa recordación no le llega ni por las patas a la severidad que supone haber derruido a la que fuera una poderosa y productiva industria del país.
Empero, para mí profundo incordio, al parecer a los venezolanos de a pie este mayúsculo crimen sobre PDVSA nos parece que esto «no tiene nada de particular ni de extraño» (verbatim de un entrevistado participante en un estudio de opinión). Es terrible que alguien ya considere normal una tragedia de tamañas magnitudes. Dicen algunos expertos que la culpa es nuestra, de los periodistas y opinadores, que no sabemos explicar bien. Quizás, en efecto, seamos todos unos redomados incompetentes y debamos convocar a otros más diestros a ocupar nuestros espacios en los medios para conseguir traducirle a la población el espantoso asunto del saqueo a PDVSA y sus consecuencias inmediatas y mediatas. Sin embargo, dudo mucho que alguien pueda ser más claro que Juan Carlos Zapata en su texto «El mundo alucinante del millonario boliburgués parido en la Era Chávez y purgado por Nicolás Maduro». Si usted no lo ha leído, hágalo. Provéase de un medicamento para controlar la náusea que va a padecer y algún analgésico para el dolor punzopenetrante que le va a llegar hasta el tuétano de cada hueso. Juan Carlos escribe muy bien. En ese texto desflora parte del monumental chanchullo. Luego de leerlo, piense usted que mientras este país ve a su industria petrolera hecha puré, más allá de las seis decenas de presos, dentro del país o en elegantes villas en el extranjero varios de los salvajes que la destruyeron se dan vida de magnates con la montaña de dinero que nos robaron. Y que muchos igualmente ladrones siguen caminando por los pasillos de la empresa y robando. Luego, vaya y abra su despensa. Dígase que está medio llena y no medio vacía, para no deprimirse más.
«Que el mundo fue y será una porquería, ya lo sé. En el quinientos seis y en el dos mil, también. Que siempre ha habido chorros, maquiavelos y estafaos, contentos y amargaos, barones y dublés… Hoy resulta que es lo mismo ser derecho que traidor, ignorante, sabio o chorro, generoso o estafador… ¡Todo es igual! ¡Nada es mejor! Lo mismo un burro que un gran profesor. No hay aplazaos ni escalafón, los ignorantes nos han igualao. Si uno vive en la impostura y otro roba en su ambición, da lo mismo que sea cura, colchonero, Rey de Bastos, caradura o polizón ¡Qué falta de respeto, qué atropello a la razón! Cualquiera es un señor, cualquiera es un ladrón…»
¿Le suena esa letra? Cambalache. De Santos Discepolo. Sentaron a los «cualquiera» en las poltronas de gerencia en PDVSA. Gente sin valores, sin escrúpulos, sin límites. Se hincharon de reales robados a nosotros y a varias generaciones futuras. Es bueno que dejemos de lloriquear porque nos quedamos sin hallacas, sin pernil, sin regalos, sin estrenos y sin pantaletas amarillas. Entendamos que lo que se afanaron es el presente de Venezuela y el futuro de los venezolanos, incluso los que aún no han nacido. Y, tristemente, lo seguirán haciendo mientras continúen pegados como chicle masticado bajo la silla de Miraflores.
No quiero desearles Feliz Navidad y Próspero Año Nuevo. Quiero sí desearnos Feliz Nueva Venezuela cuando pueda al fin escribir un texto con el título «Venezuela tiene nuevo gobierno». En 2018 tiene que haber elecciones. Y tenemos que ganarlas.
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