Jean Maninat

¿Dónde queda la izquierda? – Jean Maninat

Por: Jean Maninat

Esa es, seguramente, la pregunta que más teme recibir un policía de tránsito político el día preciso de su jubilación, o un investigador académico en el momento exacto de cerrar definitivamente su cubículo y retirarse de la institución que lo cobijó por años.  ¿Por qué ahora? ¿Por qué a mí, que la había librado con tanta elegancia? ¿Acaso soy un cazafantasmas? ¿Qué karma me persigue? Se preguntarán desolados ambas víctimas de la curiosidad inhumana.

Mire usted que hubo un tiempo en que la cuestión no era un enigma. Ser de izquierda era estar del lado de los oprimidos, de los más débiles, en fin… del pueblo que siempre era pobre y bueno por definición. Luego el moro Karl y su carnal el tartamudo Friedrich lo pondrían aún más acotado: era estar del lado del proletariado a la hora de extirpar a la burguesía de la historia y del planeta.

Más tarde, Lenin, Trotski y Stalin, tres sicópatas bolcheviques de postín, lo refinaron con agudeza letal: ser de izquierda era obedecer al partido o sucumbir (como Trotski, tiempo después) a las persecuciones internas que solían concluir con un balazo reventándole la sien al díscolo de turno. La lista es larga.

Pero, seamos justos, los hubo bonachones y democráticos, gradualistas y pragmáticos, que, como Bernstein, pensaban que: “El objetivo final no es nada; el movimiento lo es todo”, aforismo que alimentó el pensamiento socialdemócrata y que tendría su versión marxista soft con la corriente del austromarxismo. Esa visión pragmática acompañaría la creación del Estado de bienestar en Europa, especialmente atractivo en los países nórdicos, y hoy en permanente replanteo como diría un teórico taxista porteño.

Digamos, para ser de “izquierda” se requería un esfuercito de la mollera, eso que llaman formarse o al menos informarse. El Partido Comunista Italiano (PCI) fue siempre un subcampeón de primera, en sus filas militaron o simpatizaron obreros del Norte y campesinos del Sur, pero también intelectuales y artistas sofisticados, un complejo tejido cultural que incluyó a Pier Paolo Pasolini y Luchino Visconti, a Leonardo Sciascia e Italo Calvino, a Norberto Bobbio y Pietro Ingrao, a Rossana Rossanda y Umberto Eco por citar a algunos de los más rutilantes. (Nos excusarán por no nombrar a Antonio Gramsci, pero está como muy sobado el camarada).

Pero, de cuál “izquierda” hablamos hoy: la que incendia el transporte público y saquea iglesias, la que quema obras de arte y cancela autores, la que gana elecciones y desmonta países, la que promete libertad y luego se enquista en el poder, la que recurre al populismo como coartada banal, la que atropella y humilla a sus ciudadanos, la que propone referendos constitucionales que son reflejos de sus sueños mojados. La cerril y altanera, la feroz y represiva, la infantil que juega a la presidencia de Gobierno, la que se disfraza de primera dama alternativa, la que aprende a gobernar a trompicones con un chupón en la boca y destruye la economía, la reincidente en sus errores, la que se le pasó su turno y rumia su amargura, la rapaz o la tolkienana.

¿Dónde queda la izquierda? En el punto medio del retrovisor, siempre acecha con un auto diferente.

 

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