Dos incredulidades - Elías Pino Iturrieta

Dos incredulidades – Elías Pino Iturrieta

Nadie le cree a la dictadura, es una incredulidad sin consecuencias, un no creer ni un padrenuestro sin que ocurra ni siquiera un soplo de reacción popular. La indiferencia de la gente ha sido cada vez más el signo de los tiempos, la oposición debe saber que pasa por el mismo limbo sin destino y que solo con mágicos portentos lo puede superar. Es tan arduo el rompecabezas, tan complicado de veras, que es improbable que pueda convertir una flaqueza labrada a propósito en fortaleza sobrevenida.

Publicado en: La Gran Aldea

Por: Elías Pino Iturrieta

Escribo antes de saber los resultados de la consulta popular convocada por los líderes de la oposición, de manera que no sé exactamente cómo  se movió el agua en un lago habituado a la tranquilidad. Pero, independientemente de la respuesta de la población al llamado desesperado de Juan Guaidó y de sus compañeros de camino, se puede pensar en la inexistencia de salidas claras para la catástrofe venezolana. Estamos, la mayoría de los ciudadanos, ante la encrucijada de dos incredulidades.

Las elecciones parlamentarias, que acaban de suceder, no han obtenido el mínimo crédito que aspiraba la dictadura. Lo que al principio no contaba ni con un aliciente precario, terminó en una soledad desértica que ni el monopolio del oficialismo sobre los medios de comunicación pudo ocultar. Se estrelló en un iceberg de escepticismo capaz de hundir al más acorazado de todos los  trasatlánticos. Fue todo tan destinado al monólogo, tan demostrativo de una agorafobia sin paliativos, que ha evidenciado, sin posibilidad de excusas, sin el auxilio de ningún tipo de explicaciones creíbles, la existencia de una fragilidad imposible de ocultar. La usurpación debió acudir al retoque de los resultados, pero no para trasmitir una sensación de fortaleza sino solo para complacer a los solícitos compañeros de viaje que reclamaban un pago por su complicidad, o para sugerir la posibilidad de democracia que en teoría pueden garantizar las discusiones de unos congresistas de diverso pelaje.

Pero solo por eso, por las ganas innecesarias de un mínimo lavado de cara, porque poco le importa lo que opine el soberano y lo que digan en el extranjero. Habituada a hacer lo que le viene en gana sin que nadie le pase factura, segura de la inexistencia de reacciones frente a sus tropelías, se conforma, en medio de la mayor tranquilidad, contando con la calma chicha de la política venezolana, con estéticas superficiales a la vista de todos y sin el menor cargo de conciencia. Nadie le cree a la dictadura, nadie es capaz de quemarse la orilla del meñique con la llama de un fósforo por las cosas que prometa o diga, para que presenciemos la existencia de una incredulidad sin consecuencias, de un no creer ni un padrenuestro sin que ocurra ni siquiera un soplo de reacción popular. La usurpación puede hacerse vieja en medio de un escepticismo sin corolarios, como puede desprenderse de la tranquilidad que le ha provocado su parlamentaria carrera en una parcela yerma, en una tierra inhabitada que parece no necesitar abono.

La oposición piensa sacar provecho de esa soledumbre sin parangón, sin pensar que no se puede sacar nada de la nada. Si la usurpación ha convertido a la opinión pública y a la reacción de la sociedad en una nada; si, desde el ascenso del señor Nicolás, la indiferencia popular ha sido cada vez más el signo de los tiempos, la oposición debe saber que pasa por el mismo limbo sin destino y que solo con mágicos portentos lo puede superar. Pero no solo debido a la frustración provocada por el régimen en el área de las reacciones colectivas, sino también por cómo ella se ha empeñado en impedir su existencia. ¿La inercia no se debe a los tumbos y a los defectos y a los silencios y a los sinsentidos de la oposición en los últimos tiempos?, ¿desde la  deslumbrante elevación de Guaidó, no se han empeñado, él y sus más próximos colaboradores, en que el pueblo siga en sus rincones, rumiando su insatisfacción, triste pero paralizado, frustrado pero mudo, desconfiando hasta de su propia sombra, preocupado pero inmóvil, inquieto pero quieto? En el caso de la dictadura el resultado es provechoso, porque garantiza una sobrevivencia sin fecha inmediata de caducidad, pero en el predicamento de la otra orilla puede significar la continuidad de una parodia sin consecuencias concretas, sin novedades en el horizonte, las ganas enfermizas de seguir arando en el mar, el azar remoto de la posibilidad de un segundo aire o la muerte súbita. Es tan arduo el rompecabezas, tan complicado de veras, que es improbable que pueda convertir una flaqueza labrada a propósito en fortaleza sobrevenida, que pueda superar el escollo con la consulta popular referida al principio de este artículo marcado por el escepticismo.

De este artículo cuya lectura les pude ahorrar, solo con citar unas declaraciones ofrecidas el pasado jueves por Ramón Guillermo Aveledo, menos prolijas que estas letras y, por lo tanto, con mayor posibilidad de aprovechamiento. Pero apenas las pesqué hace poco. Cito lo mejor de su contenido, para terminar: “Es fundamental que la gente pueda creer en lo que le dicen, pero lo que hemos vivido demuestra lo contrario. La oposición apenas ofrece hoy una continuidad de lo que estamos viviendo”. Una comedida y sensata manera de afirmar que así no vamos para ninguna parte.

 

 

 

 

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