El arte imita la vida

Por:  Sergio Dahbar

Me encontraba agotado en estos días. Quizás se debía al audio de los enanos, los enchufados y los vampiros, que liquidaban gente y robaban como mafiosos rusos. Escuchar atrocidades cansa. Decidí entonces ver televisión.

Fui a dar con un capítulo de La pequeña casa de la pradera, serie que el actor Michael Landon desarrolló para NBC entre 1974 y 1985, en las verdes planicies de Ventura, California. La pasan todos los días en el canal Turner Clasics Movies.

Tuvo aceptación entre los espectadores de todo el planeta, aun cuando en su trama solían proliferar temas inexplicables y sorprendentes que nos dejaban con la boca abierta.

Los extranjeros aparecían de a uno, por capítulo, y la única minoría que soportaba Landon era la de los ciegos: la ceguera de Mary, su marido Adam, y los estudiantes de una escuela para ciegos que ellos administraban.

El capítulo en el que Charles ayuda a mudar las aulas para los alumnos invidentes se conoció como “Viaje a ciegas». Y otro, donde un niño se hace pasar por invidente para que sus padres no se divorcien, “El bluff del ciego».

Todo esto no debe asombrar a nadie, si se piensa que el único indio con el que los Ingalls se relacionaban de manera cotidiana hablaba francés. Así era la serie más asexuada de la televisión.

Otras cosas llamaban la atención de fanáticos desconcertados. En un capítulo aparece en el pueblo un señor con su esposa y dos hijos. Más adelante, vuelve a aparecer sin mujer y con una hija.

Los dientes de Laura se enderezan a lo largo de diez años, sin ser sometida a ningún tratamiento de ortodoncia. A la misma Laura le aparecen los senos el día en que empieza a trabajar como maestra, y crece diez centímetros de altura cuando se casa con Almanzo.

Los niños juegan imitando un avión que aún no ha sido inventado. Caroline tiene el embarazo más corto de la historia: un capítulo. Mary se recoge el pelo con ganchos de plástico, que serán inventados 40 años después. Se inaugura en el pueblo un restaurante con el mismo logo que el de Kentucky Fried Chicken, con el rostro del coronel Sanders, fundador de esa cadena en 1939.

Ninguna de estas incoherencias amilanó el impacto comercial de  La  pequeña  casa  de  la  pradera. Pero en 1985 todos estaban hartos. Michael Landon diseñó el último capítulo como una verdadera despedida. Los propietarios, acosados por el gobierno que los desea desalojar, dinamitan el poblado que los había recibido por más de diez años.

Fue difícil para todos ellos sobrevivir a La  pequeña  casa  de  la  pradera. Michael Landon murió de cáncer. Dean Butler (Almanzo) se dedicó a dar entrevistas para explicar lo trascendente que fue Almanzo en su vida. Katherine McGregor (Harriet Oleson) también enfermó de cáncer, se retiró de la televisión, y se casó con un pastor. Nunca volvió a coquetear con el mundo del espectáculo.

Alison Angrim (la presuntuosa Nellie Oleson) tuvo el desenlace más impactante de todos: nunca se recuperó del final de la serie, se mudó a una manzana de la casa de su mamá ficticia, con quien ha confesado tener mejores relaciones que con su propia madre, y organiza concursos de parecido físico con Nellie.

En los ratos libres se sienta a la puerta de su casa y muestra la Biblia familiar, que incluye partidas de nacimiento de buena parte de los Ingalls. Cuando llega el verano, vende réplicas de juguetes Ingalls (precios amigables) y juguetes Oleson (versión de lujo).

Tres años atrás publicó un libro que se consigue en Amazon, Confessions of a Prairie Bitch: How I Survived Nellie Oleson and Learned to Love Being Hated (HarperCollins, 2010), algo así como Confesiones de una zorra de la pradera.

No se guarda nada Alison Angrim. Narra allí los desacuerdos de las mujeres, el espíritu controlador de Michael Landon, y la relación amorosa que mantuvieron tras bastidores Landon (Charlie) y Karen Grassie (Caroline).

Fue tan seria esta historia de amor que se convirtió en un tema de producción. En el pueblo había una casa de madera para que estos amantes le dieran rienda suelta a la pasión.

Al apagar el televisor pensé en la forma en que las apariencias nos engañan. Nada de lo que vimos año tras año en esa serie era verdad, pero la gente siempre se fascinó con la mentira. Después discuten que el arte no imita a la vida. Por favor.

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