Jean Maninat

El bueno, el malo y el feo… – Jean Maninat

Por: Jean Maninat

Si alguna bondad colateral tiene el actual state of the union de la oposición es el regreso al hacer político, o algo parecido, que se encapsula en la fórmula -ya con ribetes mágicos- proceso de transición. Todo el rifirrafe emocional previo y post primaria (con la patente de la tapa destapada) culminaría en un proceso de transición decretado por un solo lado que se asume ganador, sin dudas, encuestas en mano. Una especie de escalera eléctrica electoral con destino a una nueva convivencia social y política. Un plano mayor.

Hasta allí… todo muy bien, merece hacer subrayados diacrónicos y sincrónicos (¡vaya antiguallas teóricas!) en la profunda reconversión en el credo electoral de quienes hasta hace nada salían a la caza de los “fundamentalistas del voto” por todos los rincones de las redes sociales. Bien, convengamos que la epifanía ha sido profunda y la fe asumida con celo de cristiano primitivo, pero un proceso de transición implica convivencia, sí convivencia, con elementos que sobreviven de lo que se dejó atrás, o se quiere superar, porque tienen la capacidad de resistirse a desaparecer definitivamente del escenario. En política hacer mutis por el foro es una manera de regresar -como los asesinos – al lugar de los acontecimientos.

Pero, esos elementos que quieren persistir en el escenario no son seres ingrávidos y gentiles como pompas de jabón,  suelen tener nombre y apellido y un nutrido historial de mando en la mochila. En muchos casos han sido fieros enemigos del cambio, o también especialistas en la sobrevivencia, aptos para soltar la liana del ancien régime y flotar en el aire el tiempo necesario hasta avistar la liana que lo conduzca al nuevo, todavía en construcción.

Sí, un proceso de transición, implica una dieta en anfibio anuro de cuerpo rechoncho y robusto, ojos saltones, extremidades cortas y piel de aspecto verrugoso, (disculpas por la descripción políticamente incorrecta de sapo, pero es la del DLE). Y… si el proceso va a ser verdaderamente inclusivo, habrá que incluir su porción de artrópodos arácnidos con aguijón ponzoñoso y demás hierbas aromáticas. A menos que el proceso de transición sea entre iguales, entre “gente como uno”, solo con aquellos que pasen la prueba del ¡guácatela! con carita de asco de los autoelegidos. Habrá que acostumbrar el paladar al exotismo político culinario de la democracia.

Ya ha sido señalado con suficiente pertinencia, para evitar arcadas impolutas, nada mejor que recordar a Humberto Ortega y Augusto Pinochet como rémoras del pasado enquistados en procesos de transición democrática de índole diversa, pero igualmente realistas. La fórmula no es mágica, por el contrario, requiere de una buena dosis de realismo político, el lubricante histórico que ha permitido los procesos de transición con certificado de permanencia en medio de la permanente zozobra de la democracia.

El bueno, el malo y el feo, son la materia del cambio posible…

 

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