Cada grupo tiene sus demandas, sus razones, su agenda. El gremio de la salud protesta por el lamentable estado del servicio en hospitales, ambulatorios, etc. Y por el pésimo nivel de remuneraciones que reciben. Los empleados de Corpoelec, que son los que pagan los platos rotos del desastre del sistema eléctrico (porque los jefes se esconden bajo las faldas en Miraflores), protestan a viva voz no sólo por tener que desarrollar una labor técnica sin los mínimos recursos necesarios y recibiendo a cambio sueldos que no alcanzan ni para medio calmar el hambre. Los generales -con sus panzas abultadas- tronaron los dedos y rapidito les dieron un aumento muy sustancial en los salarios y otras compensaciones, no fuera a ser que le diera por disparar las armas de la república no ya contra el pueblo (como nos tienen acostumbrados) sino contra los mismos apoltronados en el gobierno. Los zulianos, ahogados por las largas horas y días de falta de electricidad ya no tienen energía ni para una gaita de protesta. En cuestión de días, luego de unos pocos días de vacaciones, estallará la voz de los maestros de escuelas y liceos. Los profesores universitarios, o más bien los que van quedando, ya no saben en qué idioma decir que con sueldos de mengua no se puede educar. A los pensionados el monto que reciben no les alcanzan ni para tres días de comida. Los comerciantes asoman el pescuezo para decir que todo huele a bancarrota. Los industriales rezan y llaman a María. Los bomberos ruegan que no se presente una emergencia porque no tendrían cómo enfrentarla. Los agricultores lloran sobre la tierra pringada de desgracia. Los niños se vuelven seres tristes con huesos en vitrina. Cualquiera diría que en semejante situación abundaría el liderazgo que entienda la protesta y la conduzca hacia algo que se parezca a una solución. Pero hasta de eso hay escasez. El inventario de dirigentes políticos está famélico también.
En una carretera van un hombre mayor caminando y un niño sobre un burro. Una persona dice: «¡qué falta de compasión la de ese niño!». El niño se apea y le da la grupa al señor mayor. Una segunda persona pasa y le reclama: «¿No le da vergüenza estar usted sobre el burro mientras el niño sufre?». Hombre y niño se montan sobre el burro. Alguien pasa y les dice: «¡Debería darles pena lo que le hacen a ese pobre burro!» Se bajan ambos. Una cuarta persona les grita: «¡Qué brutos, pasando trabajo caminando mientras pueden turnarse en la grupa del burro!». Niño y hombre no saben qué hacer. Pasa una quinta persona y les dice: «¿Me venden el burro?». Mientras decidían si vender o no, pasó un funcionario del gobierno. Al día siguiente en un titular en la prensa se leía: «Gobierno confisca un burro ante las denuncias de mal uso».
No creo que en toda su adolorida y conflictiva historia, Venezuela haya tenido jamás un peor gobierno que el de Maduro. No me refiero tan sólo a los tradicionales indicadores de gestión que se usan para medir efectividad, eficiencia y eficacia, todos en los cuales Maduro saca 0 y queda debiendo. Si hasta lograron quebrar a nuestra industria petrolera. Este gobierno es, además de incompetente e ineficiente, extremadamente procaz y dañino. Es un gobierno de pecados capitales y delitos severos. Y lo que ha hecho es declararle una guerra sin cuartel a los ciudadanos. Y en el medio de tan trágica circunstancia, mientras pasa la gente y critica el uso del burro, Maduro y su gente pasan y ¡zas! confiscan el burro.
Hace una pila de años, cuando yo era niña en Maracaibo, mi papá nos invitó a sus hijos a un paseo. Nosotros, los cinco, arrancamos a pelearnos por quién se sentaba dónde en el carro familiar. Mi papá, que no averiguaba pleitos, se sentó en el puesto del conductor, encendió el motor y se fue, dejándonos en casa. Y nos perdimos el paseo. La siguiente semana se planteó una situación similar: un paseo. Sabiendo ya que papá nos dejaría varados si se armaba trifulca, hicimos lo que la inteligencia nos aconsejaba: nos pusimos de acuerdo. No hubo pleito y todos fuimos al paseo. Si los liderazgos de oposición siguen en la periquera y no son capaces de un mínimo consenso, el pueblo los va a dejar varados. Y, cuidaíto, que puede aparecer un cualquiera que se aproveche de la oportunidad.
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