El nocaut que no va a ser – Naky Soto Parra

Publicado en: Blog personal

Por: Naky Soto Parra

La oposición venezolana ha pasado por todo tipo de vejámenes a lo largo de 23 años de gobierno chavista. Las amenazas y discriminaciones se hicieron ley, de modo que la polarización fuese un recurso más del gobierno, uno que mantendría la rivalidad en el discurso hasta disociar los derechos por ser opositor. Todo el sistema de medios estatales y un poco más ha sido utilizado para programar el criterio de millones de venezolanos, que hoy podrían no tener tan claro por qué odian con más vehemencia a los políticos opositores que a los perpetradores de crímenes de lesa humanidad.

El filtro por el que ha pasado la oposición venezolana para llegar a tener los representantes que le quedan hoy, está compuesto por campañas de desprestigio y de odio, sí, pero también por persecuciones, detenciones arbitrarias, desapariciones, torturas, tratos crueles, procesos judiciales amañados, medidas cautelares que anulan su vida pública, inhabilitaciones, amenazas a familiares, robo de sus partidos, cárcel, muerte y exilio. La próxima vez que te obstine “la oposición que tenemos”, por favor piensa en que además de sus propios errores, han sido desguazados con saña e impunidad. Por eso combato el ‘ambosladismo’, porque no es verdad que las culpas puedan ser distribuidas por igual entre la oposición y el régimen. Cuidado con eso.

10 años después

Tuve la disciplina para ver el ejercicio de campaña de Henrique Capriles en sus videos “¿Qué pasó el 14 de abril?”. No es un documental, porque su finalidad no es informativa ni pedagógica, es un intento por reeditar la historia con base en la supuesta heroicidad de decisiones políticas que tardaron muchos años en explicar. Los testimonios de los que tomaron esas decisiones, en resumen, dicen que bailaron al son que el régimen le fue imponiendo. Sin embargo, estiman que eso fue una decisión acertada, que de ella se desprendieron otras victorias electorales y que justo por haberlo hecho así en 2013, es que en 2024 lo harían mejor.

Después de ver los videos me quedé con la duda de qué tenía más peso en el guión: si la improbable épica para relatar un fracaso o la promoción de un Hugo Chávez impoluto, y con él, obviamente de Nicolás, presentado como un contendor más, como si no tuviera un proceso ante la Corte Penal Internacional, por ejemplo. Pensé que en algún momento los mensajes servirían para probar el carácter autoritario de este régimen, pero no, del finado apenas dicen que murió en la flor de su mandato, sin datos que ponderen sus decisiones, imposiciones, sus abusos y hasta la ausencia prolongada antes de su muerte.

Dudo que un votante chavista cambie su simpatía porque alguien juzgue con condescendencia la relación afectiva que desarrolló con el finado. Nadie necesita en 2023 que le respeten el luto sino su dignidad, esa que ha sido vulnerada a fuerza de servicios públicos colapsados, programas sociales desmantelados, salarios miserables, contracción, hiperinflación, una pobreza bestial y un doloroso etcétera que incluye la pérdida de nuestra libertad de expresión y hasta del bolívar. Pero nada de eso aparece reflejado en el video. Los testimonios ocurren en la versión de país que decidieron explicar ahora y, en esa fusión de pasado con presente, alguien es capaz de decirte entre risas de estupor, que el Estado clonó su computadora, mantenía agentes policiales en la puerta del comando de campaña y además tuvo un espía trabajando para el comando, dato revelado por el propio cuerpo de seguridad que usó a ese espía. Se banaliza el terrorismo de Estado.

La gente seguía a la unidad

Aún con la benevolencia con la que podría evaluar cualquier pieza de propaganda, es un error irremisible narrar ‘los logros’ de las campañas presidenciales de 2012 y 2013 como si fuesen personales y no colectivos. Todo lo que se logró fue gracias al compromiso de todos los participantes en la Primaria de apoyar a la persona que resultase ganadora. La unidad no es un dato accesorio. Por muy carismático o disciplinado que haya sido el candidato, el apoyo del resto de los líderes traducido en recursos, estructura organizativa, locaciones, etcétera, fue fundamental para dinamizar al país. Eso hace inexcusable que, para diferenciar su carácter pacifista, el candidato endose a otros líderes opositores la responsabilidad por “la violencia registrada” durante las protestas de 2014 y 2017, un par de años en los que se registraron terribles violaciones a los derechos humanos, por las que el Estado está siendo investigado, ¿y tú le vas a bajar la factura a los represores diciendo que es culpa de la gente que honró su palabra y te apoyó durante las campañas políticas?

La culpa repartida

Las tomas de apoyo de los videos son hermosas, pero el protagonista jamás mira a la cámara. Habla mirando a un entrevistador ausente que se revela en el tercer video y termina siendo el rector suplente de la Comisión Nacional para Primarias, Rafael Arraiz Lucca. Las personas ‘comunes’ que avalan los testimonios Capriles, se supone que representan a todos los estratos sociales y explican su perspectiva de hace 10 años sin rabia, desconcierto ni dolor. Es como una ‘resignación chévere’. Eso sí, la mayoría de las frases condescendientes las dicen mujeres, pero ninguna tan grave como: “Capriles hizo todo eso por cuidarnos”.

La soberbia en el tono del candidato también opera en su contra, porque espanta cualquier trazo de asertividad. Pero en rigor, la jactancia del discurso no equilibra lo que no hizo ni ofrece garantías de que esta vez sí hará lo que antes no logró. Capriles no se atreve a llamar a los colectivos (grupos parapoliciales), por ese nombre. Del finado no menciona sus delitos y necesitó de tres videos para decir que en 2013 tenían información fidedigna sobre el potencial uso de francotiradores en contra de la población que marchara al CNE para demandar el reconteo de votos. No abrieron una denuncia ante el Ministerio Público, la Defensoría del Pueblo o alguna ONG que defendiera derechos humanos, ni siquiera activaron mecanismos de protección internacionales, sino que fue suficiente ponderar entre ellos la amenaza y “tomar la mejor decisión”. Eso sí, se aseguran de repetir que fue una decisión de toda la Mesa de la Unidad Democrática. Los méritos son personalísimos, pero las culpas sí se reparten entre todos.

Las muertes igual ocurrieron 

El candidato afirma que el batacazo en la elección legislativa de 2015 se lo debemos a él, que esa elección se ganó por abrumadora mayoría porque en 2013 aceptaron el chantaje del chavismo. Repite que evitó una masacre, ignorando las que han ocurrido y siguen ocurriendo. Por eso es tan grave que ningún testimonio de los que reúnen los tres videos tenga correspondencia entre aquella decisión y lo que nos pasó después. Pueden tratar de editar la realidad, pero se van a enfrentar a la memoria de millones de personas que la contrastarán con lo que ellas mismas vivieron. Capriles no contextualiza el país que somos ahora y eso le permite fingir que sólo hace falta su concurso para volver a estar en 2013.

No decir cuánto y cómo se agravaron nuestros problemas o sugerir lo cruento que se ha hecho este régimen, es justamente lo que impide que el video gane la apuesta por la nostalgia. La Venezuela de 2013 ya no existe. Por eso duele tanto. Hace 10 años, el régimen tenía como contrapeso los medios de comunicación masivos libres y los partidos estructurados, hoy no. Nos faltan millones de emigrados y desplazados internos a los que se les niega el derecho a votar. El potencial ‘nocaut’  por la masividad de los votos es un embuste, otra promesa, porque si obedeciste el chantaje del poder cuando eras más fuerte, no hay nada que te permita tomar mejores decisiones hoy. De hecho, Capriles sigue inhabilitado, pero adivinen qué, ¡Eso tampoco lo dice! Es como si ya estuviera resuelto. Acordado.
No hay manera de hacer heroico un fracaso aunque digan que lo decidieron entre todos, porque ante la mirada pública el que perdió fue él. Y si ahora dice que se entregó una victoria ajustada, pues resulta peor.

Esa campaña de nostalgia la pagamos a diario a fuerza de ausencias.

 

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