El triunfo del odio

Por. Carlos Raúl Hernández

A Ítalo Alliegro, a quien debemos mucho

El 27 y 28 de febrero de 1989 en Venezuela, se asocian con una monstruosidad, una ignominia, como muchas otras similares en diversos países, cuando se han cruzado las mismas condiciones. Ver el inconsciente instintivo de las clases medias y los sectores populares correr por las calles, saquear, quemar, violar y golpear, no tiene nada que ver con hambre, pobreza, desabastecimiento o corrupción. Si así fuera, el país viviría así permanentemente.

Lo de aquí no ha sido el único caso de esos desbordes de salvajismo hooligans, como tantos finales de partidos de fútbol europeos. En muchos lugares, sociedades de alto desarrollo, los seres humanos también han perdido el miedo a la sanción, las barreras civilizatorias caen y hay un regreso a la condición de manadas de cromagnones. Eso ocurre exactamente cuando ante alteraciones significativas del orden público, el Estado no responde o lo hace de manera inadecuada.

En Inglaterra a mediados de 2011, hubo situaciones parecidas. Por un mal procedimiento, la policía de Birmingham dio muerte al pandillero y narcotraficante Mark Duggan y quedó en shock por el hecho, estatua. De inmediato las pandillas ciberconectadas, sin que eso inculpe la tecnología, -los gangs de Chicago funcionaban bien sin BBM- se amotinaron y produjeron pérdidas humanas y enormes daños a la ciudad. De inmediato Cameron y Milliband, jefes del gobierno y la oposición, la Iglesia, los empresarios y la sociedad civil en general, repudiaron los actos, la policía reaccionó y todo volvió a la normalidad.

En octubre de 1969 la policía se declara en huelga en la paradisíaca Montreal. Saqueos, incendios, destrucción y asaltos a bancos, hasta que intervinieron el ejército y la policía montada. En 1977 el gran apagón de Nueva York desorganizó cualquier respuesta de esa policía de eficiencia legendaria. 1.600 saqueos y más de mil incendios, además de violaciones e incontables atracos. En 1992 turbas de la población negra pudieron acabar con Los Ángeles.

Rodney King, un delincuente en libertad condicional, convertido después en héroe, no acata un alto de las autoridades y protagoniza una persecución a 190 kms/h. Una brutal e imperdonable golpiza que le donaron 4 policías, propalada en un video aficionado por las cadenas de televisión, produjo ira colectiva, la policía se acuarteló y dejó las calles en manos de los tumultos. Más de 60 muertos y 2.000 heridos, 3.600 incendios, 1.100 edificios destruidos y pérdidas mayores a 1.000 millones de dólares en tres días.

En todos esos acontecimientos los líderes sociales y políticos responsables y las organizaciones importantes reprobaron con dureza los hechos que vertieron sangre y dañaron el producto del trabajo de gente inocente. Se educó a la ciudadanía con una intensa campaña de declaraciones, artículos de prensa y programas en los medios. Lo ocurrido el 27 y 28-F obedeció a los mismos factores. Revueltas en los terminales de Guarenas, Guatire, La Guaira y el Nuevo Circo por un alza abrupta del precio pasaje un día 27 que los trabajadores no habían cobrado su salario.

Freddy Bernal, jefe de los Zeta, un grupo de élite había promovido una huelga de brazos caídos en la Policía Metropolitana. La ciudad estaba inerme. Y el enjambre al verse impune a través de los medios que hacía su trabajo, arreció los saqueos que se generalizaron. Pero ahí la babiecada sin precedentes de autodestrucción, el escarnio al sentido común: los sectores dirigentes: intelectuales, políticos, eclesiásticos, empresarios, sindicalistas, glorificaron los vándalos y culparon la democracia, los partidos, «el FMI», «los ricos», «la corrupción», «el egoísmo».

Por obra de semejante tergiversación, la gente pacífica, de trabajo que cumplía la ley, aterrada en sus casas esperando que llegara la barbarie, era la culpable de los males, y las turbas representaban la justicia y el bien. Allí creció la idea retorcida de que «los buenos» eran aquellos que quería acabar con las instituciones, mientras los grupos dirigentes se suicidaban sin darse cuenta con aquella prédica irresponsable. Lo que causó el grave daño a la nación no fueron los acontecimientos de febrero, sino la reacción de una élite incompetente.

Qué tiene de extraño que el movimiento antisocial y totalitario que hoy gobierna quiera hacerse protagonista de un hecho horrendo que el propio sistema democrático entendió sublime. Dante condena en el infierno a los líderes incapaces para prevenir males futuros. El demonio les voltea el cuello para que siempre vean hacia atrás. Por eso «las lágrimas les corren entre las nalgas».

@carlosraulher

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Un comentario

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