Por: Sergio Dahbar
Todas las cosas que queremos nombrar deberían tener un nombre apropiado. Pero no es así. Siempre he buscado cuál es la palabra del idioma español que traduce Serendipity, once letras que en inglés tienen el poder evocador de hablarnos de lo que encontramos sin haberlo buscado.
En nuestra lengua no existe un término que vierta su significado de manera contundente. Necesitamos explicarlo con muchas palabras. Y lo que mucho se aclara termina por oscurecerse.
El término Serendipity fue acuñado por el escritor inglés Horace Walpole en 1754. Leyó un cuento persa y se sintió abrumado por la belleza de su historia. Y lo tradujo del italiano original («Pereginnaggio di tre giovani, fligliuoli del re di Serendippo»). Lo tituló «Las tres princesas de Serendip».
Estas jóvenes encuentran en el transcurso del relato, sin buscar nada, gracias al poder de la observación y una sagacidad peculiar, la solución a dilemas complejos.
Walpole quedó fascinado por la resonancia de la palabra Serendipity, pero jamás imaginó que se trataba de un lugar en en mapa de Sri Lanka (Isla de Ceylán). Ese nombre lo tomaron los persas a su vez del vocablo árabe Sarandib, que aparecía con frecuencia en los relatos de Simbad.
Desde entonces la palabra Serendipity remontó una larga historia, que incluye su legalización en 1974 y una acepción técnica rubricada sobre el estudio científico y probabilístico por la revista estadounidense Scientific American.
«Nuestra historia tiene como eje central aquellas coincidencias que muestran cómo el descubrimiento, a menudo, depende de la suerte, o de lo que ha sido llamado ’serendipia’, es decir, la posibilidad de que la observación caiga en un ojo receptivo».
El catedrático español Manuel Seco define este vocable de forma espantosa, como Serendipidad.
Pero inevitablemente debe explicarlo: «La facultad de hacer un hallazgo o descubrimiento afortunado de manera accidental».
El lector se preguntará a qué viene tanto cuento sobre esta particular capacidad para tropezarse con lo que uno no busca. Y lo he pensado ahora que cinco noticias han puesto sobre el tapete de la actualidad gente en el mundo que ha encontrado tesoros de manera azarosa.
La más reciente de todas estas extravagancias sucedió en Virginia, Estados Unidos. Una señora entró en un mercado de pulgas.
Sus ojos escanearon el lugar y se detuvieron en un muñeco de Paul Bunyan, personaje de la cultura popular americana. Por ahí empezó todo.
Después vió una vaquita de plástico. Y más allá un cuadro con un marco muy bello. Ese lote costó algo menos de 50 dólares.
Su madre le propuso que llevara la pintura ante un especialista, por no dejar. Una puntada intuitiva rara.
Lo que estaba dentro del marco bonito era «Paisaje a orillas del Sena’’, de August Renoir. Un hombre en Ohio adquirió por 14 dólares una réplica de un afiche de Picasso de 1958. ¿Por qué lo compró? Porque le llamó la atención una mancha roja en la esquina.
Era la firma del pintor.
Y Martin Kober escondía en su casa una obra que consideraban en la familia una pieza sin importancia. Los niños la llamaban el «miguelito’’. Le lanzaban pelotas de tenis hasta que un día el cuadro se cayó al piso.
Lo guardaron, no tanto para protegerlo, sino para que los muchachos salieran a la calle y dejaran la casa en paz. Resultó ser una obra de Miguel Angel: una piedad de 1545.
En Escocia una mujer resguardó por cuarenta años un boceto que le regalaron. El director de Sotheby’s confirmó que es un original de Da Vinci. Y está el caso del electricista de Picasso, que trabajó en su casa tres años.
Le pagaba con bocetos de obras famosas. Nada menos que 271 piezas.
Aunque Serendipity no tiene nada que ver con descrubir por azar cosas costosas, todas estas piezas valen mucho más de los que pagaron sus distraidos compradores al adquirirlas. Representan tesoros que habían sido olvidados por la mano de Dios.
Si todas estas revelaciones no nos dicen nada sobre la curiosa vida que vivimos, apaguemos la luz y cerremos la puerta. Hablan de la magia de los actos cotidianos, de algo que el conocimiento jamás podrá resolver. De las chispas que aún dispara el azar cuando nos descuidamos. Mosca.