Entre inquisidores – Américo Martín

Publicado en: Punto de Corte

Por: Américo Martín

Américo Martín

El tercer Tomo de mis memorias lleva por título “Triturado por los extremos”. Ese momento de mis recuerdos fue escrito hace más de dos años pero la crisis editorial, que tiende a hacer de la nuestra una nación ágrafa, me indujo a contratar con Amazon, vía digital. Curiosamente el acoso de los extremos tiene hoy más sentido que ayer.

No puede predecirse el desenlace de la tragedia nacional. La gente no suele hacer lo que le conviene. En tiempos tormentosos un error, una necia jactancia, un mal cálculo podrían tener efectos volcánicos. Por eso la destreza política y el temple para contener pasiones exaltadas, favorecen el cambio incruento y democrático (libertad y prosperidad) y pueden cauterizar heridas. Enfrentar con firmeza y valor los despropósitos totalitarios ayuda a la causa democrática, pero denigrar, calumniar o infamar hacen del propósito un despropósito, más si va contra opositores de criterio propio. La garrulería de los que creen que el insulto y la altisonancia furiosa son autoafirmaciones de la verdad, descubrirá que apenas son “Much addo without nothing” o dicho en cómoda versión castellana: “Mucho ruido y pocas nueces”.

Entre dos extremos parece bascular el país, ambos impulsados por motivos poco defendibles. El madurismo siente que en una confrontación normal perdería el dominio del país. Teme a la rabiosa reacción de los que han sido agraviados durante dos décadas y no son capaces de controlar emociones ardientes, en el entendido de que así avanzarían más. El maximalismo en la disidencia no debería abrigar temores similares. Su estilo inquisitorial tiene menos posibilidad de causar daño porque va contra la oposición que ha obtenido los mejores frutos, y cuenta con la creciente y activa solidaridad internacional. Por añadidura ha resuelto el complejo tema de la dirección. Guaidó y la AN gozan de legalidad y legitimidad inalcanzables por los usufructuarios de Miraflores o de cualquier procedencia.

El quid del problema es la opinión pública, los terceros que con protagonismo o sin él, son el factor que decide la victoria. No hay comparación posible entre pregonar la guerra y postular la paz, así parezca imposible, y si por el momento lo fuera, sostener ese emblema es la manera de mantener la presión por el cambio. Tampoco lo hay entre respetar al aliado disidente o condenarlo sin pruebas por traición o colaboracionismo. Defender los derechos humanos, sin exclusiones, prestigia mundialmente al liderazgo.

No se trata de imposturas, no. Miraflores metió la pata hasta el codillo cuando decretó la persecución contra el ingeniero Winston Cabas, quien meses antes había advertido la catástrofe eléctrica que sobrevendría de no adoptarse previsiones necesarias. ¡No dieron con él y apresaron a su hijo!

Este atropello, símbolo de la peor injusticia, me trajo a la memoria -ya verán por qué- los métodos de la Inquisición hispana (1870) y los atinados comentarios vertidos en su contra por el valiente jesuita Juan de Mariana.

Lo nunca visto en los anales del ensañamiento lo resume Mariana en cinco puntos, de los cuales destacaré dos:

Ocultar el nombre del acusador aunque su testimonio ocasione la última pena.

Los hijos pagan por los padres.

¡Siglo y medio después he aquí repetidas las iniquidades descritas por el padre Mariana!

Pero la causa de los DDHH ha cobrado tanta fuerza que los inquisidores, sobre todo ellos, están bajo presión universal. El joven Cabas ganó su libertad. Podrá decir, con justificado orgullo, que su padre fue castigado en lugar de felicitado, por prevenir la turbia noche que la ineptitud arrojó sobre nuestra abrumada Venezuela.

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