Jean Maninat

Esvásticas – Jean Maninat

Por: Jean Maninat

Puede ser una historia baladí, una broma de mal gusto, un prank de los que recorren las redes para humillar incautos, o el producto de la ignorancia, de no tener la más mínima idea de cómo se abre un libro, si por la portada o por la contraportada. Lo cierto es que la torta adornada con una esvástica y una foto del Führer, llevada por unos comensales a un restaurante caraqueño para celebrar sabrán ellos qué, ha desatado de nuevo las polillas de la estulticia que anida en Twitter. Hay quienes han descifrado que se trata de un montaje fotográfico, y quienes han argumentado que la UCAB celebra periódicamente homenajes al Tercer Reich.  ¿Cuál sería el agite?

Hace unos años (2005) el principito díscolo y resentido, Enrique duque de Sussex, apareció en la portada del popular diario británico The Sun disfrazado de Nazi, brazalete con esvástica incluido, en una fiesta de disfraces entre amigos para celebrar un cumpleaños. El tema del convivio era “colonial y nativo” para añadir saliva al insulto. El duque, quinto en la línea de sucesión al trono británico, pasó por alto distraídamente el martirio que sufrieron los británicos bajo los bombardeos de la aviación nazi, y, nada menos, que el Holocausto (Shoá) de los judíos de Europa perpretado por asesinos nazis que portaban la esvástica. Si un royal británico comete tamaño desliz, ¿qué podemos esperar de unos cabeza de chorlos vernáculos?

En 1994, la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA) sufrió un atentado con coche bomba que dejó 85 personas muertas y más de 300 heridas. Un par de años antes la embajada de Israel en Argentina había sido volada causando la muerte a 22 personas y dejando 242 heridos entre los escombros. Otro tipo de esvástica estuvo tras los atentados. En 2018, en la culta y escarmentada Francia, el vandalismo antisemita, los ataques e insultos callejeros contra los judíos aumentaron en un 74%, incluyendo la profanación del memorial a Ilan Halime el joven judío que fue secuestrado y torturado hasta morir en 2006. Ojo, no estamos hablando del siglo pasado, es en pleno siglo XXI, con el terrible recuerdo del Holocausto a cuestas, que estos crímenes de odio han sucedido.

Ahora que las teorías identitarias han echado raíces incluso en la Academia, en sectores intelectuales de pobre desempeño pero rugientes y nocivos, cuando bandas de matones neonazis desfilan amenazantes como sus fetiches lo hacían en las calles de Alemania al final de los años treinta, y los partidos fascistas ganan influencia en Europa y sus émulos lo intentan en el continente americano, no es el momento para distraerse, para repetir el anestésico y reconfortante: ¡Qué va, ya lo peor pasó!

En su más reciente libro, Espinoza en el Parque México, el historiador mexicano Enrique Krauze, rememora la llegada de su familia, judíos venidos de Polonia, a Ciudad de México, (primero al centro histórico y luego a la calle Amsterdam en la Colonia Hipódromo), la custodia de sus viejas costumbres y ritos, los parlamentos en yidis de los mayores, su acoplamiento con la cultura mexicana, el ejercicio de un judaísmo heterodoxo, casi laico, a medida que los más jóvenes se hacen y sienten mexicanos. Pero siempre queda el aroma de las cenas de Shabat, la celebración del nuevo año Rosh Hashaná, la expiación y arrepentimiento del Yom Kippur. En pocas palabras la profunda belleza de una religión que tiene un valor universal.

Eso es lo que hay que proteger de las esvásticas de la imbecilidad reinante que todo lo corroe, todo lo banaliza.

 

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