Fuerte, flexible, resistente – Soledad Morillo Belloso

El alma nacional es inasible. Nadie, por poderoso que sea o se sienta, puede encarcelarla. El régimen hace esfuerzos indecibles para aplastar a la gente. Y presume de haberlo logrado. A punta de carencias y amenazas pretende que las personas dejen de ser fuertes y autónomos ciudadanos y pasen a ser débiles siervos que lamen zapatos y botas a cambio de migajas. Enfrenta varios problemas para lograr eso.
La lealtad de un siervo es endeble, fracturable. La traición está entonces implícita, agazapada esperando el mejor momento. Poco se habla de un asunto clave: los millones de funcionarios públicos, de la administración central, la descentralizada y de las miles de empresas del estado. En esos espacios la situación se ha ido calentando. No nos confundamos. No es cierto que todos esos funcionarios sean una manga de «peor es nada» que agarraron un puestico para robar o para hacerse de prebendas. Miles (¿millones?) de empleados públicos son gente capaz, decente, que escogió el mundo laboral público porque quería y quiere servir en áreas bajo la égida del estado. Hubo una época en la que ser un empleado de El Metro, PDVSA, Edelca y varias empresas estatales era motivo de gran honra. Trabajar para, p.e., el Complejo Cultural Teresa Carreño, la Galería de Arte Nacional, el Museo de Arte Contemporáneo Sofía Imber y muchos instituciones culturales daba prestigio y lustre al currículum. Esa VTV que vemos hoy, que da grima y urticaria, era un excelente canal que competía «vis-a-vis» con las emisoras de televisión privadas. Muchos grandes de la pantalla chica pasaron por ahí. Y si nos referimos a la administración descentralizada, muchas alcaldías y concejos municipales, gobernaciones y consejos legislativos y otros entes tienen un «staff» de magníficos profesionales, gente que sabe de su oficio. Que hoy veamos al sector público sumido en este miserable estado de degradación nos ocasiona a muchos un inmenso pesar. Pensar que esas personas que trabajan en la administración pública están brincando en una pata por lo que está pasando es revelador de cuán poco se entiende la situación. Esos empleados públicos están disgustados, muy enojados. A ellos les gusta su trabajo, no verse forzados (a punta de amenazas) a ponerse una camiseta roja para salir en comparsa a participar en actos que les resultan necios y repugnantes. Claro, vemos apenas lo que la propaganda oficial nos muestra. Pero eso no es lo que ocurre a lo interno en los espacios laborales en los que la iracundia crece.
Y ya que siempre flota la pregunta del hasta cuándo, abramos el debate. Eso no lo sabe nadie, ni en los más avezados «think tanks». Pero todo en la vida tiene un límite. En ciertas estructuras se produce la «fatiga del metal» y de un minuto a otro se derrumban. Así mismo las sociedades se hartan, se aburren, se fatigan. Claro, todo tiene antecedentes y las cosas no ocurren de la nada ni por generación espontánea. No hay que ser lector de cameras del Tarot ni examinar decenas de encuestas para sentir el gruñido de una sociedad cuyo aguante se agota por minutos. Un par de semanas antes de la caída del muro a cualquier berlinés oriental de calle le hubieran preguntado hasta cuándo y no hubiera podido ponerle fecha en el calendario. Pero cuando ocurrió en cuestión de minutos cientos de personas llegaban al sitio, se trepaban y tumbaban a pedazos el muro de la opresión. El alma es inasible.
Claro, la incertidumbre produce angustia y ansiedad. La incapacidad para planificar nos agobia. Estar en constante «modo de supervivencia»desgasta el cuerpo y el intelecto. El no saber hace que nos cueste mucho imaginar una sociedad sin estos terribles dolores y carencias. Pero hay que esperar. Llenarnos de perseverancia, de paciencia, de ánimo. Insistir y persistir sin desfallecer. En su libro, «Luz y sombra de mi vida», Klara Ostfeld narra su compleja existencia y nos muestra los rincones de su alma que no se rindió ante la adversidad. ¿Por qué no se rindió? Porque su alma era indómita, no amaestrable. ¿Saben qué? En los palacios y cuarteles habitan los amaestrables, los esclavos de sus bajas pasiones y sus metas tan banales, vanas y pedestres, de sus metas sin trascendencia, irrelevantes y prosaicas. Buchones de dinero robado son empero pobres infelices. Uno ve gente como Diosdado, Jorge Rodríguez, Pérez Pirela, Mario Silva,  Amorín y los muchachejos de Zurda Conducta y lo que siente es lastima. Es decadente que las principales caras en la TV del estado, que se las dan de «influenciadores», sean personas cuya visión de largo plazo sea un lustro o dos y sus héroes sean Zamora, Marulanda, Fidel y, para coronar, el presidente intelectualmente más enclenque que hemos tenido en toda nuestra historia.
Nunca nada importante se ha logrado fácilmente. Ni sin sacrificios. Indigna; peor aún, duele. Lo sé. También me hierve la sangre y me duelen hasta las pestañas. Y dolerá más. Algo traman. Algo aún más turbio y retorcido. Hay que preparar el cuerpo y el alma. Construir esperanza, entendiendo que ella no es algo suave que se cuela despacito. La esperanza es una obra magna humana hecha con el material más fuerte, flexible, resistente. La desesperanza en cambio es un castillo construido con ladrillos de arena.
@solmorillob

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