Soledad Morillo Belloso

Hasta el último pálpito – Soledad Morillo Belloso

Por: Soledad Morillo Belloso 

Uno cree que todo acaba con la muerte. Que es el final. No lo es. Comienza otra historia. Es como chocar en la mitad de un desierto y, para salir de él, tener que caminar infinitos kilómetros, en solitario, sin mapa, y sin idea alguna de cuán largo es el trayecto o a dónde se llegará. Los pies cansados dan cuenta del extravío.

Admiro a quienes tienen la fortaleza para enfrentar los golpes de la vida. Yo -es evidente- no la tengo. Y, por cierto, no la venden en comercio alguno.

No se trata de dibujar  nuevos panoramas. O de inventar juegos de  ilusiones. El rojo es rojo, el azul es azul, el negro es negro. Y ya pueden cambiarle los nombres a los colores y seguirán siendo lo que son y nunca serán lo que no son.

Lo único que atisbo en el horizonte es trabajar hasta el agotamiento. El 23 de octubre me sumaré al equipo de campaña del candidato(a) que resulte elegido(a) en las primarias. Adrede no digo a quién prefiero. Ni lo diré.  Porque lo más importante es entender que esa persona que gane las primarias debe contar con el apoyo de todos, en compacta y sólida unidad. Sin egoísmos vanos. Sin peros de managers de tribuna. Sin excusas irrelevantes. Representará a los millones que dentro y fuera de Venezuela nos oponemos a este triste estado de cosas y que entendemos que con este país despedazado somos vagabundos sin patria, transeúntes de la vida, indigentes sin bandera.

¿Ganaremos en 2024? No lo sé. Nadie lo sabe. Lo que sí sé es que nada bueno podemos esperar si nos echamos a lloriquear y lamentarnos. Ser cujíes que lloran de dolor es ejercitar la claudicación. Es un asunto de preguntarnos si nos merecemos a Venezuela, o si simplemente nos queda grande.

Arnaldo murió amando a Venezuela con pasión. La quería con toda su alma,  le gustaba, le preocupaba. Nunca quiso ser otra cosa que venezolano. Y en todos los años que estuvimos juntos, juntos luchamos por el único país que tuvimos y el único que tengo y  tendré. Cada día que estuvimos en el exterior no hubo mañana, tarde o noche en la que nuestro país no estuviera en nuestra lista como primera prioridad. Murió triste, por muchas razones. Se fue sin conseguir ver de nuevo a Venezuela libre. Ahora me toca seguir luchando, la parte que me corresponde y la de Arnaldo. No sé si los que estamos empecinados  en una democracia justa y sensata lograremos tener éxito, pero creo que se lo debemos a Venezuela, le debemos luchar por ella. No se es venezolano porque se tenga una cédula o un pasaporte que acredite como tal. Para ser venezolano hay que querer a Venezuela, defenderla, luchar por ella. No basta con desenredar las letras del alfabeto y tejer pantomimas tricolores. No alcanza con aplaudir al araguaney florido o ponerse de pie cuando suena el «Gloria al Bravo Pueblo». Tenemos derechos, sí, pero para exigir que nos sean respetados esos derechos hay que cumplir con los deberes. Hay que ganarse a pulso el ser venezolano.

Arnaldo, luché por ti hasta tu último suspiro. Lucharé por Venezuela hasta el último pálpito de mi corazón. Y no voy a contribuir al separatismo y al odio. Todos los candidatos, sin excepción,  harán bien en no desatar los nudos que requiere la unidad. Sin unidad todo esfuerzo será en vano.

 

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